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Hernán Crespo, exclusivo para LA NACION: Messi ve lo que nosotros, humanos, no vemos. Messi está en otra dimensión mental
SAN PABLO.– Nunca vi a Lionel desalineado. Hasta cuando lo golpean cae con plasticidad y elegancia. Ni siquiera en los últimos minutos de los partidos corre con agotamiento, cuando cualquiera pierde coordinación. Él no pierde ni el estilo. Y es otra de las claves de su efectividad: está siempre fresco. Yo jamás llegaba tan explosivo al cierre de los partidos. Lejos de compararme, sólo lo describo para señalar el abismo. Todos se agotan y él sigue marcando diferencias. En la Copa América estamos disfrutando de una de las mejores versiones de Messi en la selección. Quizás, la mejor. Gravitante, influyente, decisivo. Activo hasta en esos pasajes de menos intensidad del equipo, donde cualquiera se permitiría relajarse. Entregarse al descanso de la faena realizada. Messi no. Busca otro gol, corre, asiste, grita. Calcula por cuál ángulo puede filtrar otro tiro libre.
Messi juega siempre, como siempre lo ha hecho. Ahora se resalta que no sale nunca, pero él nunca quiso perderse un partido. Ni en la selección, ni en Barcelona ni por los 32avos de final de la Copa del Rey. Messi convive mal con el banco de suplentes, porque es genial. El quiere jugar. Siempre. Messi es un superdotado, no solamente técnicamente, sino físicamente también. No termino de comprender cómo son sus tiempos de recuperación. Se sube a un avión, a otro, viaja, juega, lo golpean, se entrena, va, viene y va.
Messi ve más allá, ve lo que nosotros, humanos, no vemos. Messi está en otra dimensión mental. Les propongo algo: sigamos su lenguaje corporal. Messi habla con sus gestos. Y no reduzcamos todo a la bobería del himno. No, por favor. Si Messi está contrariado, molesto, incómodo, es muy probable que no tengamos una buena actuación. Su cara lo dice, porque los genios ven todo antes. Saben qué les espera. Como en la cancha ejecuta todo una fracción de segundo antes, también tiene la intuición para advertir qué va a suceder.
Cuando lo ves bien, indefectiblemente cosas buenas van a ocurrir. Sus expresiones son un anticipo. Su rostro es una advertencia, que después se corresponde con el tono del juego. Si prestan atención a su gestualidad, él ya está leyendo el partido. Únicamente los genios se lo permiten –aunque parezca reiterativo–, y luego el partido corrobora esas sensaciones. Y en la Copa América está arriba, iluminado, encendido. ¿Por qué motivo? Por rebeldía, por motivación, por madurez…, no lo sé. Pero lo disfruto.
Contra Ecuador, y creo no exagerar, ofreció pinceladas descomunales. Nunca había visto dos asistencias en un mismo gol: lo dejó a Nico González de cara al gol, primero, y después, tac, le puso a Rodrigo De Paul un pase que apenas Messi podía ver. La calle por la que tuvo que pasar la pelota para que llegue a De Paul es increíble. Ese pasillo únicamente él lo podía encontrar. Sin perder de vista, también, un mérito insoslayable para De Paul: estaba ahí, se ofreció en ese lugar para la descarga y la frialdad que mostró en la definición fue estupenda.
Colombia exige atención, cuidados. Pero antes de intentar asomarnos al partido, con respeto porque el fútbol se burla de los adivinos, me despierta entusiasmo estar analizando a la Argentina en las semifinales. Describe progresión. Y le abre una nueva ventana a un grupo de futbolistas que hace dos años, precisamente acá, en Brasil, cayeron en las semifinales por la Copa América anterior. Parece trillada, remanida la frase, pero es verdad: el fútbol guarda segundas y terceras oportunidades. Hay que saber esperarlas, hay que saber buscarlas.
Nos vamos a enfrentar contra un equipo que lastima. Con potencial de daño inocultable. E incluso, reparo en el siguiente detalle: Colombia está entre los cuatro mejores de la competencia, aun sin que sus piezas más desequilibrantes hayan ofrecido su mejor versión. El delantero Luis Muriel todavía no ha sido Luis Muriel, y el otro atacante, Duvan Zapata, todavía no ha sido Duvan Zapata. Y Cuadrado se reencuentra con la titularidad justo ahora, en una instancia decisiva. Después, más allá de cálculos y previsiones, lo sabemos: es fútbol. Con caprichos e imponderables.
Argentina ya ha definido cómo quiere jugar. Está claro, no hay debate en formas y estilos. Después, sólo se trata de gustos y paladar. Pero la propuesta está a la vista. La Argentina avanza, gana metros, asume el protagonismo, obtiene la ventaja y luego, necesita respirar, y para respirar necesitás bajar la intensidad. Hay riesgos, sí. Habíamos señalado que la selección iba a sufrir por momentos. El plan viene funcionando y las victorias son contagiosas.
Messi está cómodo y ese retrato no puedo obviarse. Habíamos comentado en un encuentro anterior que el rodaje, la suma de las dos fechas en las eliminatorias que precedieron a la Copa América, más varios partidos en este torneo por su sistema de juego, aceitarían el funcionamiento. O, al menos, le daría agilidad a la propuesta. Certezas. Los muchachos de la selección están juntos desde finales de mayo, y eso es muchísimo tiempo. Pero muchísimo. Se traduce en conocimiento y en confianza.
Messi está enfocado. Adentro y afuera de la cancha. Tiene determinación, sin perder nada de su repertorio. Y hasta el brasileño se lo reconoce. Lo admiran, lo adoran. Y de alguna manera es una lección para nuestra idiosincrasia, donde a partir del folclore, amparados en ese sentimiento alejado de la razón, crecimos bajo el mandato de que a los brasileños no los podemos valorar, apreciar ni admirar…, aunque los admiramos.
Ellos reconocen en Messi a una celebridad, sí, a un futbolista de estatura universal, pero también admiran al Messi que es familia, que juega con sus hijos. El brasileño empatiza rápidamente con esas conductas. Lo sienten cercano, desprovisto de frivolidades. Quizás bloqueados por históricos prejuicios, se sorprenderían de hasta qué punto despierta simpatías Messi en Brasil. Acá se permiten dejarse atrapar por la magia de un artista como Messi. No es traición, no se trata de la patria. Es un sentimiento más espontáneo, más noble. El que provoca la fascinación.
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