Mira a través del ventanal Cooper. Ese era el real apellido de un bisabuelo inglés que fue mal anotado al llegar al país. Ese país es Argentina, del que no perdió ningún rasgo ni modismo aunque ya sume más de dos décadas viajando por el mundo. “Te podés llevar el dulce de leche…, pero si lo comés en otro lugar no tiene el mismo sabor que acá”, resume Héctor Cúper con una sensibilidad que desafía esa fama de rottweiler. La charla atraviesa su vida y aparecen temas del pasado, ya sin arreglo: “Bianchi era complicado. Yo con un ojo miraba la pelota y con el otro lo relojeaba a él..., cuando lo perdía, chau, estaba muerto. Gol de Bianchi”. Y asuntos actuales que exigen una solución: “Tengo un problema antes del Mundial: el Ramadán. Mis jugadores ayunan desde que sale el sol y hasta que se pone. ¿Y yo cuándo entreno? Ese es un problema que también tiene Pizzi en Arabia Saudita. Tenemos que charlarlo, el Corán indica que si estás en una excepción, si estás viajando, por ahí, hay algo que se puede ver… Mucho más no puedo contar. El Ramadán termina justo cuando casi empieza el Mundial. ¿Cuándo entreno? ¿A las 5 de la mañana? Yo no puedo hacer entrenar a alguien que no bebe líquido ni tiene calorías en el cuerpo. Ya nos juntamos con los médicos, vamos a buscar la manera…”
Refractario a los halagos, nada de victimizarse. No ve obstáculos, sino desafíos. Será porque la vida lo azotó desde el principio: la madre de Cúper murió con apenas 20 años, pocos meses después de alumbrar a Héctor. Su blindaje no incluye la necedad. La leyenda negra creció con cada final perdida. Fueron seis, y además se le escaparon dos ligas nacionales (Huracán e Internazionale) en la última fecha. Nunca se escuchó una excusa, aunque a todas esas finales accedió con equipos a los que había elevado a una dimensión desconocida. Tampoco hay revancha ahora, que dirigirá su primer Mundial. Que condujo a los faraones de Egipto hasta una Copa del Mundo después de 28 años.
Café negro. La charla en un bar de Puerto Madero se vuelve intimista. Cúper prefiere la introspección: “Los entrenadores tenemos… No, mejor hablo por mí: yo tengo cierta soberbia. ¿Cuál es esa soberbia? La que dice que somos aquellos que debemos marcar el camino, y quieras o no, eso otorga omnipotencia. Pero en Egipto me encontré con un mundo que desconocía totalmente, el mundo musulmán, si bien ya había trabajado en Turquía y en los Emiratos. Pero en la selección de Egipto encuentro espacio para hablar, para escuchar, para pensar, y me encontré también con algo que les gusta a muchos: la humildad. Me encontré con gente que te mira, te escucha, y eso inmediatamente te hace bajar tu vanidad. Egipto me ha hecho más humilde. Me hicieron sentir que ni tenía que sacar el currículum, ni levantar la voz… fue una cura de humildad. La soberbia se baja al mínimo, porque entendí que el primero que se debía adaptar era yo”.
–¿El Cúper de antes o el Cúper de ahora?
–A los 38 años, cuando empecé a dirigir, me quería llevar el mundo por delante. Tiene que ver con la potencia de la vida. Quería tener el control de todo, y tener el control de todo es muy difícil…, te equivocás. Tal vez la experiencia, los años, te demuestran que no hay una sola manera de entrarle a un joven, a un futbolista, a una figura. Hay varias maneras. No es esto, y punto. Y entenderlo es muy bueno.
La clasificación de Egipto al Mundial, con un penal en el minuto 95
–¿Qué aprendió?
–Que hoy hay que dar explicaciones, tenés que convencer. Antes era una orden y se terminó la historia. Antes Griguol me decía ‘vos parate acá’, y yo ni cuestionaba ni preguntaba. Ahora a los jugadores tenés que tenerlos bien, tenés que convencerlos. Antes resolvía desde la imposición, y hoy no. Además, no puedo perder de vista todo lo que ha crecido el futbolista con la tecnología. Estoy convencido de que un futbolista sabe mucho más que lo que yo sabía de fútbol a su edad. Y tenés que ganar, porque el fútbol puede cambiar mil formas, pero vos tenés que ganar el partido.
–¿El entrenador ahora debe compartir el poder?
–Que no se interprete mal: ni cedo muchas cosas ni tampoco miro para otro lado. Lo que aprendí es: ‘no pensés qué es lo mejor para vos, pensá qué es lo mejor para el equipo’. Hoy, a los 62 años, en realidad fue algunos años atrás, me dije: ‘dejá el orgullo, dejá la soberbia, dejá la autoridad, y pensá que es lo mejor para el equipo. Y acomodalo’.
–¿A todos los futbolistas se los trata igual?
–No. No. Hay 20 jugadores que te miran, y según lo que resuelvas, alguno te dice ‘no míster, mire que éste es el que hace los goles’. Entonces, aprendés: si los mismos compañeros lo protegen… ¿Vos crees que tenés que decirle ‘usted hace esto y lo otro’? Noooo, sus compañeros son los primeros que te dicen ‘ponelo, ponelo que es el que nos gana los partidos’.
–¿Hacia dónde cree que va el fútbol en los últimos años? El peso de la escuela de Guardiola, el equilibrio de Ancelotti, la sabiduría del vestuario de Del Bosque, la competitividad de Mourinho…
–Tenés que tener un poco de todo eso. Hoy no se puede decir: yo soy así. No, no, no… hoy no se puede, te quedás en la prehistoria. El futbol ha evolucionado. Entre lo que hace Guardiola y lo que hago yo… , y no tengo los jugadores de Guardiola, que pueden salir jugando. Te digo más: por ahí obligo a alguien a hacer algo y no tiene las condiciones para hacerlo. Entonces, el equivocado sería yo. Uno tiene que ver la realidad que tiene y adaptase. O, el que tiene un gran prestigio, sabe que siempre va a estar en equipos top 10, y ahí podrá pedir lo que quiera: ‘Traeme a Pepito, que vale 40 millones de euros, y te traen a Pepito’. Por eso, vuelvo, no hay una fórmula única. A mí me enseñaron: primero la seguridad. Uno tiene que ver la realidad que tiene, y ahí buscar el mejor camino.
–Fue el entrenador del año para la UEFA en 2000, luego se lo señaló como un ‘perdedor’ y acaban de premiarlo como el mejor DT de África. ¿Qué ha aprendido de vivir en los extremos?
–Como dice Miguel Ángel Russo, no somos ni tan buenos ni tan malos. Uno tiene que saber que si las críticas son respetuosas, son parte de esto. Y de las críticas, si no hay mala fe, uno tiene que rescatar lo positivo. Dijeron que soy un perdedor de finales…, y yo dije, tienen razón. ¡Si soy un perdedor de finales! Yo podría decir que al Valencia inexperto en la Champions justo le tocó el Bayern en la final, y en la otra final el Real Madrid, el máximo ganador de Champions. Y con Mallorca nos tocó la Lazio de Vieri, Nedved… Sí, sí, pero soy un perdedor de finales. ¿Y qué más puedo decir? Te podrá gustar o no, pero Mourinho tiene una capacidad impresionante: gana todo. Y yo no tengo esa capacidad. Una cosa es llegar hasta la final, y otra cosa es ganarla.
–Cómo dice Bielsa, ¿al técnico solo lo acompañan si gana? ¿Se sintió olvidado, quizá hasta humillado?
–¿He recibido críticas? Sí. Y está bien. ¿Quién soy yo para no recibir críticas? Como también he recibido elogios, porque hoy vuelvo a Mallorca o a Valencia y me tratan muy bien. Pero he perdido muchas finales, sí, claro, y algunas he ganado. Y gané una final que es extraordinaria: ir al Mundial con Egipto es fabuloso. Son 100 millones de personas y hay 70 millones que están contentas, y 30, por ahí, que reclaman que sea más ofensivo, qué sé yo...
–Alguna vez, después de las derrotas en las finales, ¿llegó a dudar de su suerte o de sus convicciones?
–A la suerte le doy un porcentaje chiquito. Yo digo: Si vos le querés quitar mérito a alguien, decile que tiene suerte. Hay cosas que son así y las acepto. Cuando perdí la primera final de Champions, contra Real Madrid, me fui a mi casa y mi mujer me dijo: ‘el año que viene vas a estar otra vez en la final’. La miré y… ¿viste cuándo tenés ganas de agarrar una mesa y tirarla… Le dije: ‘sí, sí, me imagino’. Y al año siguiente, ahí estaba. Entonces me dije: ¿a ver esta? Y la perdí por penales. ¡Qué voy a hacer! Y aprendí a buscarle el lado positivo: digo, por ahí algún club me quiere contratar porque dice: este tipo nos lleva a la final. Después vemos que hacemos, lo mandaremos al cine y se terminó la historia. Para mí, llegar a una final siempre fue un mérito enorme.
–¿Su gran conquista fue que volvieran a creer en usted, vencer los señalamientos?
–Hace 26 años que dirijo, solo dos no trabajé porque hay veces que se necesita hacer una pausa. ¿Para qué? Para ver el futbol de otra manera, mirarlo de otro lugar. Para ver qué está pasando en el mundo. A mí me gusta entrenar, a mi me llaman de Deportivo Calamuchita, y yo voy a Calamuchita. Es una pasión, me gusta y donde me ofrecen trabajo, lo agradezco.
–¿Proyecta volver a dirigir en la Argentina?
–Argentina siempre estuvo y siempre va a estar. Pero, viste, tengo una edad… no digo que empieza a jugar en contra. El deseo está, y si un día tengo que venir para acá, vengo. Es como cuando jugaba: me retiré a los 37 años y yo quería seguir jugando. Y un día hasta mi mujer me dijo: ‘pero vos ya no estás como antes’. Era cierto, podía tener experiencia, pero contra los pibes de 21 años… Pero vos te resistís. Yo voy a dirigir hasta que pueda, y el día que el teléfono no suene… No sonará más.
–¿Cómo se maneja con los idiomas?
–Al principio, el jugador me mira, pero al que escucha es al traductor. Después, el jugador mira los gestos, mira como hablás, mira la mirada y ya sabe. Mi traductor dice las cosas con la misma efervescencia, si yo lo digo enojado, él lo trasmite enojado. Pero aunque no lo diga tan enojado, el jugador ya vio que estoy enojado. No ha sido un problema. En una selección, el jugador tiene que recibir las indicaciones en su idioma. Y el árabe es imposible. Mira que yo esa palabra no la uso jamás, pero el árabe es muy, muy difícil. ¿Voy a gastar un montón de energía tratando de incorporar algo que…? No, no, no. Manejo cinco palabras en árabe.
–Dijo que nunca utiliza la palabra imposible…
–No. Nunca, imposible no hay nada. Imaginemos que llegamos a un partido con Argentina…
–¿La final?
–¿A la final? Si llego a otra final me voy al cine… No, no, tal vez de la Federación me dicen ‘venga, venga…’ Entonces imposible no hay nada. Si tengo que jugar con Argentina, me convenzo de que le puedo ganar. Y voy a hacer todo lo posible para ganarle. Porque es imposible convencer si uno no está convencido..., se te nota.
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