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Hace tiempo que Marcelo Gallardo había dejado de ser el técnico de River
Hace tiempo que Marcelo Gallardo había dejado de ser el técnico de River. Desde aquella noche lluviosa de agosto de 2015, cuando atrapó la Copa Libertadores y su influencia comenzó a trascender el campo de un simple entrenador. Después de Madrid 2018 se convirtió en una leyenda, pero en el mito tangible, el de carne y hueso que todos los días cumplía con el horario de oficina mientras los chicos del jardín River Plate se lo podían cruzar en el anillo del Monumental. La estatua caminaba entre ellos, casi un cuento de fantasía. Ahora, casi que no puede hablar durante la primera de muchas despedidas que se avecinan. Lo traicionan los nervios, lo ahoga la angustia. Son apenas ocho minutos de discurso, pero se le vienen encima ocho años y medio de recuerdos. A un costado, en silencio, llora el vicepresidente Matías Patanián.
No hay preguntas, presentación ni nada. Tampoco está lleno el auditorio, porque la convocatoria a los medios se conoció cerca de las 11. Y porque, algunos, creyeron que se trataba de la continuidad, no del adiós. Por momentos parece atribulado Gallardo: se escucha decir que se marcha de River y hasta él se asombra. “Ha sido una historia hermosísima”, cierra. Llegó el día, está sucediendo de verdad. El paso siguiente es observar al propio Gallardo intentando darle ánimos a los demás. Cuando en el cielo de Núñez desfilan todos los próceres millonarios, ya no tiene sentido la discusión: no hay nadie más venerado que Gallardo. La sensación de orfandad será inevitable en el club. Por un buen tiempo. Por mucho tiempo.
Su influencia trasciende esto del fútbol, la táctica, la estrategia y los goles. Su capacidad como entrenador, probada tantas veces, especialmente en el arte de la reconstrucción, es un disparador hacia otros aires. Todos en River se encolumnaban detrás de su figura, porque los jugadores, los hinchas y los dirigentes se alimentaban de la fe de Gallardo. A ese lugar los llevó este hombre que siempre proponía dar otro paso adelante, y acaba de elegir dar uno al costado. River pierde a su gerente general, el hombre a cargo del área deportiva, sí, pero también el supervisor de compras, marketing, finanzas y promoción. Las remodelaciones del River Camp pasaron por él, como la coordinación de las inferiores, la incorporación de la neurociencia y las obras en el Monumental. Y decenas de detalles cotidianos que sorprenderían a más de uno.
También fue el ángel guardián y el escudo protector. Siempre lejos de la AFA de “Chiqui” Tapia, trató de inútiles, cobardes, aventureros, perezosos, acomodaticios, improvisados, demagogos y mezquinos a los integrantes de la clase dirigencial del fútbol argentino. Siempre contrastó con ellos. Siempre tomó distancia. Siempre les dijo que nunca vio un plan estructural. Entonces, se dedicó exclusivamente a River. Y Gallardo le enseñó a su equipo a vivir en guardia. Aún con errores, las señas personales de River lo retrataron sagaz, desconfiado. Equipo de autor, River de época. “Que la gente crea, porque tiene con qué creer”, exclamó alguna vez. Y la hinchada se entregó con devoción. Cientos de hinchas millonarios corrieron hasta su tatuador de cabecera para estamparse con tinta a Gallardo. Para siempre, por siempre. Temblores despertaba la idea de perderlo. El domingo dirigirá por última vez en el Monumental. Cubrió todos los rincones del club. Advertencia: el ruido del vacío va a aturdir.
Mientras Gallardo comunica la noticia impensada, afuera, dos operarios del club están montando las piernas de la estatua de bronce más grande del mundo, dedicada a una figura del deporte, que se inaugurará el 9 de diciembre. Paradójico, ¿no? O quizás todo un simbolismo: Gallardo se despide, se marcha el entrenador, pero el prócer queda como centinela. La última obra del gerente, frente a la sensación de desprotección que ahora anuda al club.
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