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Green Cross, el club chileno al que un misterioso accidente aéreo le truncó la historia
La tragedia ocurrió en 1961 y murieron 24 personas, entre ellas un destacado futbolista argentino
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Eliseo Mouriño, el Gallego, estaba llamado a ser el más célebre de los muchos futbolistas argentinos que alguna vez vistieron la camiseta del Green Cross chileno. En 1961, cuando decidió cruzar la cordillera, contaba con 34 años de edad y mil batallas en sus piernas desde su ya lejano debut en la Primera de Banfield, pero su calidad, experiencia y currículum eran más que suficientes para garantizarle un puesto destacado en un fútbol que, en aquel tiempo, todavía no podía competir de igual a igual con brasileños, uruguayos y argentinos.
A comienzos de esa temporada, Alberto J. Armando había recuperado la presidencia de Boca y consideró que, ya desarmada la célebre línea media que conformara con Francisco Lombardo y Natalio Pescia y relegado a la posición de central izquierdo, Mouriño debía dejar el club en el cual era tan ídolo como lo había sido en el Taladro.
El Green Cross era por entonces un club con más prestigio que presente. Nacido en 1916 de la reunión de varias instituciones de la clase media-alta de Santiago y afincado en el barrio de Ñuñoa, había tenido el honor de saborear una vuelta olímpica en 1945, pero aquel logro no tuvo continuidad y el equipo solía ser un ocupante habitual de la zona media de la tabla. De hecho, los años finales de la década del 50 habían sido especialmente turbulentos, incluyendo un descenso en 1958 y una permanencia de dos años en la segunda categoría.
En 1960, cuando por fin conquistó el título y firmó su regreso entre los grandes, Gustavo Albella apuraba su último año en el conjunto cuyo escudo era una cruz de malta verde que simbolizaba la esperanza de una eterna existencia. El aún hoy máximo artillero de la historia de Banfield había aterrizado en Chile tras un exitoso paso por el San Pablo brasileño y era considerado una celebridad. Fue goleador del campeonato de Primera en 1957 y 1958 (con 27 y 23 tantos, respectivamente) y permaneció en el club durante los dos años en Segunda. Enterado de la libertad de acción de Mouriño, compañero en los tiempos del Taladro -ambos integraban el célebre equipo que compartió con Racing el primer puesto del torneo de 1951 para acabar perdiendo el desempate final-, convenció a los directivos del Green Cross de hacerle una oferta a su viejo amigo; y a éste, de aceptar la que sería en esa época la transferencia más cara del fútbol chileno.
El Gallego viajó a Santiago el 30 de marzo de 1961, y mientras esperaba la llegada de su pase y comenzaba a ponerse en forma, decidió acompañar al equipo a Osorno, en el sur del país. Ese año había comenzado la disputa de la Copa Chile, una fórmula creada para expandir el fútbol a todas las regiones del país. Allá lo esperaba una selección local que formaba parte de la Asociación Nacional de Fútbol Amateur y había conseguido un meritorio 1 a 1 en el partido de ida. El domingo 2 de abril, el Osorno completaba la sorpresa ganando 1 a 0. La derrota lastimó el vestuario visitante, pero la auténtica tragedia ocurriría al día siguiente.
“Fue todo muy triste. Mi tío no alcanzó ni a ponerse la camiseta del Green Cross”, recordaba muchos años más tarde Pablo González, sobrino de Mouriño, que como toda la familia se enteró por radio que uno de los aviones que llevaba al equipo de regreso a Santiago se había estrellado contra un cerro. Sus 24 ocupantes fallecieron, incluido aquel duro mediocampista que fue campeón sudamericano con la selección argentina en 1955 y 1959, y aunque no llegó a jugar, había formado parte del plantel que disputó el Mundial de Suecia en 1958.
Una semana más tarde, el martes 11 de abril y después de lo que se calificó como una “intensa búsqueda” en la que participaron efectivos de Carabineros, el Ejército, la Fuerza Aérea y la empresa LAN (en aquel tiempo propiedad del estado chileno), las autoridades aeronáuticas informaron que los restos del avión habían sido “divisados desde el aire” y confirmaron que no había sobrevivientes porque en apariencia la aeronave se habría incendiado al caer.
Seis días después, el lunes 17, las urnas con los restos que habían podido recogerse e identificarse, según las crónicas “con mucha dificultad, algunos solo por los jirones de las ropas que llevaban”, llegaban a Santiago y eran llevados a la sede de la Asociación Central de Fútbol, adonde se acercaron miles de personas para despedirlos.
“El accidente fue una tragedia nacional. La misa que se ofició luego del funeral se celebró en la catedral de Santiago y el cortejo fúnebre fue recorriendo las calles a pie hacia el cementerio general”. Horacio Durán tenía 15 años en 1961, jugaba en las divisiones inferiores del club, y recuerda que los chicos de todas las categorías participaron vestidos con la equipación oficial del club: “Había miles de personas a lo largo de esos tres o cuatro kilómetros”, rememora para LA NACION quien años más tarde y una vez abandonada la práctica deportiva se convertiría en el charanguista de los Inti Illimani, uno de los grupos musicales más famosos del país.
Para el fatídico regreso a Santiago el plantel se había dividido en dos grupos que viajarían en aviones distintos. Uno tenía programadas tres paradas intermedias; el otro, el Douglas DC-3 registrado como el vuelo 201 de LAN solo debía bajar una vez. “Lo vimos pasar cuando estábamos reabasteciéndonos en Temuco, por eso me extrañó el retraso de su llegada a Santiago. La gente estaba muy nerviosa en el aeropuerto”, evocaba muchos años después Santiago García, el lateral izquierdo del equipo, quien obviamente realizó el trayecto más largo.
Alfredo Gutiérrez también jugó aquel partido en Osorno y sus recuerdos encierran una paradoja. “Yo debía haber muerto ese día, pero mi compañero Héctor Toledo me pidió si le cambiaba el billete porque quería ir con algunos amigos que iban en el otro vuelo, que además era más rápido. Después el destino hizo que pasara lo que pasó y cada día agradezco estar vivo”. Los dos jugadores subieron a sus respectivos vuelos con las tarjetas de embarque cambiadas, y de esa forma el nombre de Gutiérrez figuraba entre los que iban en el avión siniestrado: “Mis compañeros de trabajo y mi madre, que vivía en Villa Alegre [unos 300 kilómetros al sur de la capital], no podían creer que estuviese vivo”.
El accidente provocó una lógica conmoción interna. “Fuimos a entrenar el martes que se conoció la noticia”, dice Durán, “pero nos dijeron que se suspendía la práctica. Nuestro entrenador, Dante Pesce, un delantero que jugaba en el club y acababa de retirarse, estaba muy afectado. Algunos chicos lloraban. Nosotros no teníamos gran relación con el equipo de Primera porque entrenábamos en distintos horarios pero íbamos a ver los partidos. Incluso yo, que era fanático de la Universidad de Chile”.
Los informes oficiales fueron exhaustivos. El aparato había despegado del aeródromo Pampa Alegre de Osorno el lunes 3 a las 18.30 con 24 personas a bordo, de los cuales cuatro eran tripulantes. El pasaje lo conformaban ocho jugadores -Dante Coppa, José Silva, Manuel Contreras, David Hermosilla, Alfonso Vega, Berthe González, Héctor Toledo y Mouriño-, el masajista Mario González, dos dirigentes de las asociaciones de fútbol profesional y amateur, los árbitros Gastón Hormazábal, Roberto Gagliano y Lucio Cornejo, cinco personas ajenas a la delegación, y el entrenador del equipo, Arnaldo Vázquez Bidoglio, el otro argentino fallecido aquella noche, ex defensor de Ferro, Lanús e Independiente en la década del 40.
Los datos incluyeron el periplo seguido por el avión y el diálogo entre el piloto Silvio Parodi y la torre de control del aeropuerto de Los Cerrillos, en Santiago. Según el plan de vuelo original, el viaje debía realizarse a 8.500 pies de altura (unos 2.600 metros), aunque más tarde se autorizó que subiese a 9.500 pies. A la altura de la ciudad de Los Ángeles, capital de la región del Bío Bío, Parodi pidió descender a 9.000 pies (2.750 metros) por formación de hielo en las alas. Como el aparato carecía de sistemas de deshielo y el viento era muy fuerte, desde Los Cerrillos se le indicó que lo mejor era alterar el rumbo, bajar a 2.000 metros y cruzar Curicó. Los controladores aéreos nunca acusaron recibo de la comunicación.
Los expertos concluyeron que en medio de esas condiciones adversas el piloto se habría encontrado de frente la cumbre del cerro La Gotera e intentó descender, pero el ala izquierda debió impactar contra la pared del cerro para desprenderse con uno de los dos motores. El resto de la nave habría rodado 14 metros monte abajo antes de incendiarse. Fue localizada en el sector denominado Sierra de las Ánimas, un vestiquero al noroeste del cerro Lástimas.
La noticia de lo ocurrido en Chile sacudió a todo el fútbol mundial. Todavía estaba muy fresco en las memorias lo ocurrido al plantel del Manchester United en el aeropuerto de Munich en 1958, donde también fallecieron ocho jugadores, además de dirigentes y un par de integrantes del cuerpo técnico. Y aunque algo más lejana en el tiempo, nadie olvidaba la tragedia de Superga, el cerro donde se estrelló el avión que acabó con Il Grande Torino, formidable equipo italiano que dominaba el Calcio a fines de los 40.
Así como le sucedió a la entidad del Piamonte, Green Cross nunca logró reponerse del golpe, aunque en el caso de los Pijes, un apodo que prácticamente nació con la institución y que se aplica a las personas de poderío económico (los fundadores eran en su mayoría empresarios o gente del mundo de las finanzas), la debacle tuvo peores consecuencias.
Hasta 1961, si bien nunca había sido un club popular entre los hinchas chilenos -en la capital, la competencia contra Colo Colo y las dos “U”, de Chile y Católica, reducía cualquier opción de acceso a las masas-, Green Cross tenía un nombre bien ganado. Fue uno de los creadores de la primitiva Liga Profesional de Football y desde su ascenso a Primera en 1938 había sido un animador más o menos constante del todavía semiamateur fútbol trasandino.
Incluso en 1956, el club se dio el gusto de efectuar una de esas giras que por entonces tenían tanto de futbolística como de aventura hacia lo desconocido. Partidos bajo la nieve o con temperaturas de -13º C en países que en época de Guerra Fría eran casi inaccesibles por encontrarse al otro lado de la “cortina de hierro”. Los pijes de Santiago jugaron en Split (ante el Hajduk), Zagreb (Dínamo) y Belgrado (Estrella Roja) en la antigua Yugoslavia; en Praga, Brno, Bratislava y Ostrava, en lo que era Checoslovaquia (obteniendo un meritorio 1-1 ante la selección local); en Sofía y Plovdiv, ciudades búlgaras; y en Alemania Oriental. También se presentaron al otro lado del muro, en Dinamarca, Alemania Occidental y las Islas Canarias. En el balance final fueron más las derrotas que los triunfos, pero el tour, aseguran quienes lo vivieron, resultó exitoso porque en todas las canchas se congregaba mucho público. En definitiva, también para los habitantes de esos países era todo un exotismo recibir a un equipo llegado desde un lejanísimo punto del mapa.
El accidente marcó un antes y un después insalvable, aunque con un punto en común: la estrecha relación entre el Green Cross y el fútbol argentino, de los cuales Albella, Mouriño y Vázquez Bidoglio son apenas una muestra. La historia de los pijes está en buena medida teñida de celeste y blanco.
El primer futbolista que se destacó vistiendo la casaca blanquiverde fue el mendocino Juan Zárate, que en nuestro país solo jugó en un club llamado Nacional Vélez Sársfield Pacífico que más tarde derivaría en el actual Argentino de Mendoza, aquel al cual Racing le alquiló su plantel durante seis meses en 1986. Zárate fue el goleador del equipo que en 1945 conquistó el único título de campeón nacional obtenido por Green Cross.
Unos años más tarde, en 1950, Félix Díaz (que en nuestro país pasó por Racing, Newell’s, Atlanta y Gimnasia) fue el máximo artillero del campeonato con 21 tantos, puesto que en 1955 ocupó el santafesino Nicolás Moreno (Central Córdoba de Rosario y Banfield) con 27 goles, y en 1957 y 58 el ya mencionado Albella.
La caída del avión y la muerte de una figura de primer orden como Mouriño reforzó este hilo comunicante. Varios clubes y jugadores argentinos se prestaron a colaborar en la reconstrucción del equipo. Así se sumó al Green Cross un arquero de leyenda como Julio Elías Musimessi. Campeón sudamericano justamente en Santiago, en 1955 y suplente de Amadeo Carrizo en el Mundial de Suecia, el conocido como “arquero cantor” había abandonado Boca en 1960 y jugaba en Deportivo Morón. En Green Cross disputó sus últimos 57 partidos como futbolista entre 1961 y 62. Junto a él arribaron Federico Edwards, su ex compañero en la zaga de Boca; Tomás Anglese, back izquierdo de Banfield; y Ricardo Druziuk, delantero de Lanús. Ninguno de ellos estuvo mucho tiempo en el equipo del barrio Ñuñoa, donde el impago de sueldos y premios comenzó a hacerse costumbre.
En 1962, en medio de una crisis económica impensable si se recuerdan los orígenes del club y tras un escándalo policial, Green Cross descendió a Segunda. El presidente Fernando Jaramillo, quien era subtesorero del Banco Central de Chile, había sido arrestado cuando trataba de huir a la Argentina. Fue declarado culpable de robar de la bóveda del banco 264.000 escudos (la moneda del país en esos años), de los cuales utilizó una parte para liquidar deudas de la institución. Aun así, el club de la cruz de malta verde resistiría un año más. Ganó el campeonato de 1963 y volvió a jugar en Primera al año siguiente.
A principios de 1965 la situación financiera se hizo insostenible. El último manotazo de ahogado fue escapar de Santiago hacia una ciudad cuya afición pudiera recibir con los brazos abiertos a un conjunto de Primera División. La elegida fue Temuco. Situada en la Araucanía, 675 kilómetros al sur de la capital y a la misma altura de Villa Pehuenia, en Neuquén, su nombre era conocido por haber sido el lugar donde en los años 20 coincidieron los dos premios Nobel de Literatura de la historia chilena: Gabriela Mistral, directora del liceo de mujeres, y un juvenil Pablo Neruda, estudiante en el liceo de caballeros.
El Club de Deportes Temuco había surgido en 1960 a partir de la reestructuración de otra entidad local, el Deportivo Bancario, y llevaba apenas dos años compitiendo en Segunda (en 1963 fue tercero en la tabla, a seis puntos del campeón, Green Cross). La fusión recibió la denominación de Green Cross-Temuco, y en ella, como no podía ser de otro modo, volvió a destacarse un futbolista argentino. Jorge D’Ascenzo, integrante de la célebre delantera de Nueva Chicago junto a Julio San Lorenzo, Norberto Calandria, Alberto Dacquarti y Oscar Casanova y autor del gol número 2.000 en la historia de Independiente, jugó en Temuco en 1968 y todavía hoy se le recuerda como el mejor futbolista que haya pasado por el club: “Coreábamos su nombre en los partidos. Era un espectáculo verlo jugar”, “El mejor de todos hasta hoy”, “Extraordinario, habilidoso, fuera de serie”, escribían hace apenas tres años los hinchas en un post de Facebook del Deportes Temuco que recordaba su paso por el club.
Pero además de sus consecuencias directas, la tragedia tuvo también un aura de misterio. En la semana posterior al accidente y con mucha prudencia, algunos sectores de la prensa chilena dieron cuenta de que en los ocho días transcurridos entre la caída de la aeronave y el hallazgo del aparato mucha gente aseguró haberlo visto u oído “a muchos kilómetros de distancia de donde se encontró”.
Los comentarios sembraron un manto de sospechas sobre la veracidad de la investigación. El dato oficial de que las distintas porciones del avión se hallaban dispersadas a unos 3.500 metros de altitud aumentó esa sensación, porque en el mismo informe se especificaba que en su última comunicación por radio el piloto había solicitado descender hasta los 2.750 metros. Años más tarde, Carlos Al-Konr Parra, jugador del plantel que no había viajado para cumplir con sus obligaciones universitarias en Santiago, confesaría que “en los ataúdes había más piedras y cenizas que restos humanos”.
El asunto, sin embargo, quedó enterrado entre las cumbres andinas durante 54 años, hasta que en febrero de 2015 retornó a las primeras páginas de los diarios. El vespertino La Segunda publicó el resultado de una expedición encabezada por los andinistas Leandro Albornoz y Lower López, quienes afirmaron haber encontrado parte del fuselaje del Douglas DC-3 en un punto distante al que se dio a conocer originalmente. Para agregarle más morbo al descubrimiento, Albornoz añadía que en el lugar también había restos óseos.
La noticia movilizó la memoria de los jugadores que viajaron en el segundo avión y de los familiares de los fallecidos; se repitieron las fotos de los trozos de la aeronave distribuidos sobre las piedras del cerro y los funerales en Santiago, pero las autoridades no se movieron ni un milímetro de la versión original. “La Dirección Nacional de Aeronáutica Civil en su momento ya emitió un informe sobre este accidente. Las investigaciones se pueden reabrir cuantas veces sea necesario, siempre y cuando se aporten nuevos y fundamentados antecedentes, que no es este el caso”, fue la respuesta ante las consultas periodísticas.
Albornoz aceptó en su momento que al no encontrar ningún instrumento de cabina lo único nuevo de su hallazgo era el dato de ubicación de los restos en un punto distinto de la sierra de Linares y a 3.200 metros de altitud, es decir, 300 metros más abajo que lo indicado en el informe oficial y más cerca de la elevación a la que habría estado volando el avión en el momento de estrellarse contra la montaña. Nunca más volvió a hablarse del tema.
En 1984, la gente de Temuco decidió que no tenía mayor sentido continuar asociando un nombre extranjero al de la ciudad para llamar al equipo que los representaba. Se declaró terminada la fusión de dos décadas atrás y Green Cross pasó a ser solo un recuerdo, cada vez más lejano. Club de Deportes Temuco pasó a ser la nueva y definitiva denominación.
Sin embargo, no todo se ha olvidado. La Asociación Social y Cultural Green Cross Histórico se ocupa de mantener encendido el fuego de la memoria fuera de las canchas a través de encuentros de antiguos jugadores, entrenadores, dirigentes e hinchas del club y actos en fechas especiales, entre las cuales la del 3 de abril es de las más trascendentes.
Sobre el césped, la tarea le corresponde al Deportes Temuco. La camiseta del club que desde 2013 preside Marcelo Salas y actualmente marcha tercero en la Segunda División chilena sigue siendo blanca y verde. Sobre el pecho destaca la vieja cruz de malta del Green Cross, tan inmortal como lo imaginaron sus fundadores.
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