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La confesión de un periodista fanático madridista: "Si Don Alfredo fue grande, Cruyff lo fue aún más"
Soy madrileño, de familia madridista y socio-abonado del Real Madrid desde hace más de dos décadas, a pesar de que la última la he vivido a miles de kilómetros de distancia. Con esas credenciales, comprenderán que no es fácil rendirse al mayor ídolo del eterno rival, ese que cuando yo era niño sufría de "madriditis" y que ahora nos tiene a los blancos de unos años a esta parte enfermos de una "barcelonitis" galopante.
Mis papás me enseñaron que es de bien nacidos ser agradecidos, y yo, como español y como loco por el fútbol, no puedo más que estarlo con Johan Cruyff. Confieso que llevo unos días atribulado, conteniendo unas inesperadas lágrimas cada vez que me acuerdo de él, porque nunca había reparado en cuánto admiro a ese flaco holandés, y lo mucho que ha contribuido a mi felicidad.
Nunca lo vi jugar, pero el palmarés y los benditos videos me dicen que fue un futbolista excepcional, un mago. Los testimonios de los que jugaron con él y frente a él hablan de una persona especial, un líder sobre el campo, casi un déspota que – como narraba Valdano- necesitaba una pelota para él solo.
Pero magos y líderes ha habido muchos: la gran obra de Cruyff llegó después. Sin él, el Barcelona -históricamente víctima de todos los males, desgracias y conspiraciones imaginables- no sería hoy el mejor equipo del mundo. Sin él, España -la eterna decepción de Mundiales y Eurocopas, ¿se acuerdan?- no tendría hoy cosida una estrella en el pecho y no habría marcado una época como pocas otras selecciones en la historia. Sin Cruyff, en fin, miles de hinchas de todo el planeta sólo podríamos seguir filosofando sobre cuál es la manera perfecta de jugar a ese juego-deporte que tan locos nos vuelve.
Cruyff siempre presumió de ir contra corriente, pero nunca más que cuando aceptó en 1988 dirigir a un Barcelona que por entonces pasaba por su enésima depresión. Lo tacharon de suicida. ¿Qué habrían dicho si supieran que lo que pretendía en realidad era cambiar toda una filosofía?
Pues lo hizo. En el club de las urgencias, implantó un modelo cerebral, a largo plazo, casi de maestría en administración de empresas. "Vamos a jugar así", les dijo. Y, del primero al último, de los niños a los mayores, así juegan todos desde entonces: tocan y se van, y vuelven a tocar y se vuelven a ir, una y mil veces si hace falta. "Si uno tiene la pelota, no la tiene el otro. Y si uno tiene la pelota, puede hacer gol. Y si el otro no la tiene, no puede hacer gol", les decía. Y poco a poco, todos le creyeron. El futbolista "made in Barcelona" no nace, se hace. Y se hace con la receta del "Chef" Cruyff.
El éxito no fue inmediato. Es "vox populi" hoy que si el Barcelona no hubiera ganado en 1990 la Copa del Rey, Cruyff habría sido destituido y quién sabe cuántos de los 42 títulos conquistados desde entonces adornarían hoy el Nou Camp. Es más, aún ganando la Copa del Rey es probable que Cruyff hubiese sido despedido, si no fuera porque la final se la ganó... sí, al Real Madrid. ¡Bendita ironía!
Cruyff siguió y sólo dos años después levantó la primera Copa de Europa del club. El resto es historia: él se fue, pero su huella perduró. Frank Rijkaard, Pep Guardiola, Tito Vilanova y ahora Luis Enrique no han hecho más que seguir el librillo del maestro. En La Masía, en el Mini-Estadi y en el Nou Camp todos siguen jugando "así", para deleite de los amantes del buen fútbol en todo el mundo, incluido –Padre, confieso que he pecado- más de un admirador secreto en la parroquia madridista.
Esta confesión -reconozco- tiene mucho menos mérito después de 2010. Porque en el Mundial de Sudáfrica Cruyff y su fútbol se hicieron también míos, y no sólo me dieron la alegría de toda una vida, sino que en mi nombre y en el de muchos otros como yo, con mis colores, mi idioma, mi acento y mi carácter, le enseñaron al mundo cómo se pueden hacer las cosas bien. Qué ironía -ésta me la apunto yo, Johan- que tuviera que ser frente a Holanda.
Ahora el fútbol ya no es para mí lo mismo. Sé que arriesgo la excomunión, pero creo de cabeza y de corazón que si grande fue Don Alfredo, Johan Cruyff lo fue aún más. Soy un hereje, lo sé. Pero me da igual. He estado en lo alto de la montaña y he visto la tierra prometida. Hoy soy feliz, no estoy preocupado por nada, no temo a nadie. Gracias, Cruyff.
Por Gonzalo Espáriz
(El autor es periodista español)
gs
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