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Giovanni Simeone: el tatuaje que rechazó su padre, la influencia de mamá Carolina y un desafío interno
En el antebrazo izquierdo, cerca de la muñeca, aparece un tatuaje insólito. Original, es cierto: el logo de la Champions League. Pero lo más extraño es que Giovanni Simeone eligió grabárselo a los 14 años, cuando Barcelona se consagró ante Manchester United y Samuel Eto’o festejó el primer gol besándose los dibujos en tinta que lucía exactamente en ese lugar. Hoy Giovanni tiene 25, y desde hace tiempo repite la rutina: "Todos los días lo veo y me recuerda mi desafío interno: jugar la Champions League. Antes de mis partidos, lo miro y me digo: 'Si yo quiero llegar acá, tengo que empezar por romperla hoy', confiesa y revela esa tenacidad que es un sello genético de familia. La leyenda cuenta que la complicidad de mamá Carolina hizo posible aquel tatuaje en la adolescencia, porque su padre, Diego, jamás lo aprobó.
La prepotencia de trabajo define a los Simeone. Giovanni es infatigable, perseverante, perfeccionista. Tanto, que tiene que cuidar los desbordes para que no se conviertan en frustración. Hizo terapia, claro. Curioso, siempre busca ayuda. De un nutricionista, de un psicólogo o de un especialista en neurociencia. Desde muy joven comprendió las ventajas de las tareas interdisciplinarias. Para Giovanni, los partidos empiezan mucho antes que en la cancha. Técnicas de visualización y meditación ingresan en su ‘entrenamiento’ para ser un mejor goleador.
¿Y cómo le va en el desafío? Progresa. En el comienzo de su quinta temporada en el calcio, ya suma 52 goles. Una buena cifra en un fútbol granítico, pese a que intenta sumar grajeas de audacia. Una buena cifra cosechada en clubes como Genoa, Fiorentina y por segundo año en Cagliari, propuestas donde el centrodelantero muchas veces debe generar y acertar. Sin segundas oportunidades. Ayer le convirtió a Crotone para ganar 4-2 como local, en el estadio de Cerdeña, y sumar cuatro conquistas en cinco fechas. Igual que Zlatan Ibrahimovic, igual que ‘Papu’ Gómez, y apenas un grito por detrás de Lukaku.
¿Alguna vez estuvo cerca de cumplir su sueño de jugar la Champions? No. No participó todavía de ninguna competencia europea; la mejor producción de un equipo en el que intervino fue la octava posición de Fiorentina en la estación 2017/18. Pero lo seguirá buscando, porque martillar es su destino. Así se lo impuso.
"Admiro su constancia y su pasión, en cada partido lo deja todo. Él me dice que, si realmente quiero algo, nada me tiene que detener", cuenta Giulia Coppini, la novia de Gio desde hace un par de años. Florentina, bellísima –vino un par de veces a Buenos Aires–, participó en 2013 del certamen de Miss Italia. Modelo y estudiante, porque sigue adelante con su carrera de biología en la Facultad de Siena.
Con ella, Gio busca ampliar sus inquietudes, y cuando el tiempo y los viajes lo permiten, se zambullen en museos y galerías de arte. Casualidades..., Giulia..., para sumarse simbólicamente a ese otro tatuaje de su novio, las tres G estilizadas que aparecen en el brazo derecho, símbolo de unión entre los hermanos Giovanni, Gianluca y Giuliano.
No hay un giro irreverente o pedante en él. Obsesionado con ser cada día un poco mejor, nunca se le filtra la vanidad. Autoexigente, se castiga siempre. Estuvo en la última convocatoria de Lionel Scaloni, pero apena fue al banco contra Ecuador –por la indisposición estomacal de Dybala– y ni entre los relevos figuró en la altura de La Paz. Nada lo desanima, todo es aprendizaje para él. Sólo espera volver a aparecer entre los nominados para las próximas fechas con Paraguay y Perú, camino a Qatar 2022. Lo desafía aprovechar unos pocos minutos, si se presenta la oportunidad. "No hay que reclamar más tiempo en la cancha, sino saber aprovechar el rato que me toque estar", revela. Esa obsesión que su padre les mete en la cabeza a sus dirigidos.
Le costó llevar el apellido. No se lo hicieron fácil los compañeros en las inferiores de River, donde entró en novena división. ¿Quejarse? No nació para lamentos. Siempre será el hijo de..., pero ya es dueño de su historia. Él la escribe. Con su padre mantiene un ritual –no le gusta denominarlo cábala– desde hace años: lo llama al celular mientras va camino a la cancha. Lo tranquiliza, es como un desahogo.
La relación entre ellos es especial, más allá de mil especulaciones sobre si alguna vez estarán en el mismo vestuario. Cuando Gio nació, el 5 de julio de 1995, en Madrid, el ’Cholo’ estaba del otro lado del Atlántico, en Paysandú, en la Copa América con la selección. Cuando Gio entraba en esa edad de definiciones... el ‘Cholo’ estaba del otro lado del Atlántico. "Yo tenía casi 16 años cuando se fue a dirigir a Europa, me hizo mucha falta la presencia de un padre, pero me hizo madurar mucho también. Si hubiera sido astronauta, mi viejo llegaba a la luna; si elegía ser arquitecto, hubiese construido el edificio más alto del mundo. Me da un orgullo enorme que sea mi papá", le contaba hace un tiempo a LA NACION.
Ese apellido encierra un valor. Esta historia ocurrió hace muchos años. Giovanni iba al dermatólogo porque de las rodillas para abajo, ambas piernas y pies estaba atacados por unos granos con pus. Eran muy dolorosos, casi no podía calzarse. Ni manejar podía, su madre estaba al volante. Sonó el celular de Giovanni: era el técnico de la reserva de River, que le comunicaba que Ramón Díaz lo necesitaba. Sí, Ramón, entrenador de primera. Quedó helado el mayor de los Simeone, y apenas balbuceó el nombre de Ramón.
Entonces Carolina, la mamá de Gio, de inmediato cambió la dirección: "Te ponés los botines como sea y vas a entrenar". Lo hizo durante tres días con una molestia insoportable. Se ajustaba las medias hasta arriba de las rodillas para que nadie viera los granos. Tampoco se bañó después de cada práctica. Al cuarto día, Ramón le comunicó que lo iba a llevar a la pretemporada. La primera pretemporada de Giovanni con el equipo principal. Esa intensidad para asumir el juego. Y la vida.
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