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Noche de locura y una certeza: la tragedia de Indonesia nos queda a la vuelta
El fútbol argentino vive inmerso en incongruencias, en un país que transita al borde de las desgracias
- 6 minutos de lectura'
¿Qué es esta locura en un partido de fútbol? Argentina.
La noche golpea impiadosa en el bosque platense. Se disputa un partido que puede definir el campeonato local. No, no se juega en el estadio donde alguna vez tocaron U2, Bruno Mars y Roger Waters, entre otros: se juega en la cancha de Gimnasia. Argentina es esto (y mucho más). Se construye un estadio nuevo, moderno, a la europea, pero sus equipos principales no juegan ahí. Estudiantes hasta reformó su vieja cancha, en 1 y 57. Quedó linda, realmente. El Estadio Único es un elefante blanco. Como ocurre en algunos países, pero distinto.
Porque Argentina es distinta: no hizo falta un Mundial para concretar semejante despropósito. ¿Un país opulento? No, un país con tres dígitos anuales de inflación, crecimiento de la pobreza, corrupción, toma de colegios, usurpaciones, avasallamiento de las instituciones. Todo dado vuelta. Por donde se lo mire. Vivimos así.
Gimnasia-Boca era el partido de la fecha. Del mes. Uno de esos que marcan tendencia porque se está en la recta final del certamen. Se lo organiza para un jueves por la noche, justo cuando comienza un fin de semana largo y en una ciudad lindante con una de las salidas a una de las rutas más transitadas del país, la que conduce a los centros veraniegos. ¿Para qué hacerlo menos engorroso y jugarlo un día antes? Un movimiento inusual, en una fecha logísticamente complicada. Totalmente innecesario.
Se menciona una sobreventa importante de entradas: de 5000 a 14.000 tickets. Hinchas que llegan cerca del horario del comienzo del partido (21.30), como suelen hacerlo, y quieren entrar donde ya no se puede: el estadio está lleno desde hace horas. Empiezan los problemas. Síntomas de desorden. Y la policía bonaerense que reprime. Como no se la veía desde hacía mucho tiempo. Sobreviene el caos. También el miedo. Estalla la locura.
Así empezaba todo: iban 9' del primer tiempo y el gas lacrimógeno comenzó a ingresar al estadio desde las afueras por los graves incidentes. Los planteles de Gimnasia y Boca se metieron al vestuario y luego se suspendió el partido. pic.twitter.com/vc7GWq0L9l
— ESPN Argentina (@ESPNArgentina) October 7, 2022
La Argentina tragicómica. Apenas unas horas antes, el presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia, encabezaba en el predio de Ezeiza el lanzamiento del avión de la selección para el Mundial de Qatar 2022. El primer vuelo imaginario, a modo de bautismo, fue entrar en un cumulonimbus: su propia incongruencia. ¿Cómo es posible que todavía no se pueda organizar un partido sin hinchas visitantes? ¿De qué manera se entiende que encuentros con una sola hinchada, que se supone va a alentar a un único equipo, necesiten 1000 o más efectivos policiales? Y que todo termine en un desmadre, como si los barras argentinos se hubieran enfrentado con los hooligans.
La organización hace agua. La seguridad deriva en inseguridad, casual o causal. ¿Cómo identificarlo en un país sin escrúpulos? Pero destila argentinismo. Un país que circula cotidianamente al borde de las desgracias.
Hace unos días vimos, a través de videos, cómo en Indonesia se desató una tragedia en una cancha de fútbol por incidentes. Gases lacrimógenos, estampida de público, invasión desesperada de la cancha, enfrentamientos. Fueron más de 130 muertos. Causaba estupor ver las imágenes. Y por un momento, teniendo en cuenta lo que tantas veces ocurrió en nuestras canchas, pensamos: ¿podría pasar también aquí o esto es algo que nos queda muy lejano, y no sólo geográficamente?
La tragedia de Indonesia
La respuesta llegó unos pocos días después. Gases, detonaciones, balas de goma, ¿balas verdaderas?, palazos. Humo de gases lacrimógenos que se expande por el bosque platense y se mete sin pedir permiso en la vieja cancha de tablones. No estuvimos en Kosovo, pero las postales del horror lo sugieren.
Se observan videos de movileros relatando el terror con las detonaciones de fondo. ¿Era necesaria semejante reacción policial en un país donde se realizan piquetes diariamente y en el 99,99% de las veces no se toma ninguna medida? ¿Por qué esta noche sí y de esa manera, tan brutal? Preguntas sin respuesta. O quizá con muchas.
Hay al menos un muerto por un episodio cardíaco cuando estaba abandonando el estadio. Para el ministro de seguridad bonaerense, Sergio Berni, “la deficiencia cardíaca no tuvo que ver con los episodios vividos”. Una mirada peculiar por cierto. Se habla de heridos graves, de más de un centenar de afectados. De chicos perdidos, corriendo desesperados en medio de las estampidos y en las penumbras. De padres también corriendo mucho más desesperados buscando a sus hijos, cuando habían elegido esta noche para ir a ver un partido de fútbol de la Liga Profesional. Una salida en familia que deriva en una noche de pesadilla, bien real.
Mañana, pasado, dentro de unas semanas, habrá un campeón. Poco más tarde, el avión de Chiqui Tapia levantará vuelo hacia el sueño mundialista. Detrás quedará un fútbol arrasado por la intolerancia y el despropósito. Con un VAR que debería brindar mayor justicia deportiva pero genera más polémicas que certezas. De referatos mediocres y cuestionados, con entidades que nuclean a los árbitros que se paspan por las críticas públicas. Un fútbol con más equipos de los normales y muchas veces sin descensos. Con torneos indescifrables que por momentos son campeonatos y en otros, copas. Con dirigentes sindicales al frente de clubes. Con operativos policiales que se entienden cada vez menos. Todo, como si nada.
Nos vamos a dormir con angustia. Nos despertamos pensando “algo se habrá avanzado”. Pero no. De pronto, un movilero abre su informe con una decena de perdigones en una mano, mostrándolo a la cámara. Son algunas de las secuelas. ¿Cómo es que las tiene en la mano como si fueran caramelos? Detrás de él, pegado a una de las tribunas de madera, tres, cuatro, cinco personas barren y hacen un rastrillaje del sector donde unas horas antes hubo de todo. No se ven zonas precintadas. ¿Quién protege las pruebas, o lo que queda al menos? ¿Cuál es el trabajo de inteligencia que se realiza? No avanzamos: retrocedemos en forma galopante.
La trágica noche del bosque platense, que pudo ser aún peor, será un capítulo más de la barbarie naturalizada. Tristemente. Como aquella vez de la bengala a Roberto Basile, hincha de Racing, en la Bombonera. Como la Puerta 12 en el Monumental en un superclásico. O Adrián Scaserra, el chico de 14 años muerto de un balazo en la tribuna de Boca en la cancha de Independiente. O Saturnino Cabrera, fallecido tras ser alcanzado por un pedazo de hierro arrojado desde una tribuna en la Boca. Síntomas de la locura llevados a una cancha o sus inmediaciones a través de los tiempos. Y son apenas un puñado.
¿Indonesia? Acá a la vuelta. A veces no hacen falta más de 130 muertos para sentirlo en la piel.
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