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México, campeón de la Copa de Oro: Martino, el hombre que adora el silencio y hace más ruido que nadie desde el Norte de América
El orgullo espera, da revancha. Hay que llegar a la desazón para que el sentimiento se potencie. Será por tantos tropiezos que se encaprichaban con él, si Gerardo Martino comandaba una selección. Nada de títulos, ninguno en más de veinte años de carrera como entrenador. En México acaba de saldar la deuda. No era en el Sur, era en el Norte. La tercera no era la vencida, sino la cuarta. Después de perder las finales de la Copa América, en 2011 con Paraguay, y en 2015 y 2016 con la Argentina, la Copa de Oro de la Concacaf llegó con un signo justiciero para ese hombre que salió eyectado de su país entre críticas, desconfianza y algunas burlas. La dignidad fue su límite, ahí entendió que no había más que hacer.
No ocurrió en Buenos Aires, ni en Santiago de Chile ni en New Jersey. En Chicago, en el estadio Solfdier Field llegó la coronación para una campaña invicta, que atravesó las estaciones de Cuba, Canadá, Haití, Costa Rica, nuevamente la sorprendente Haití y los Estados Unidos en la definición. No puedo ser con Villar, Paulo da Silva o Nelson Haedo Váldez al principio de la década. Tampoco con Messi, Agüero o Mascherano. Ocurrió de la mano de Guillermo Ochoa, Andrés Guardado y Jonathan dos Santos, el goleador de la final., en la refundación generacional mexicana que abrió hace apenas medio año. El Norte le sienta bien a Martino, qué dudas caben. En siete meses se convirtió en el primer entrenador extranjero en consagrarse en la Major League Soccer, con Atlanta United, y ahora sumó la octava Copa de Oro para los aztecas. Un logro que, por afuera de los mexicanos Miguel Mejía Barón, Manuel Lapuente, Javier Aguirre, José Manuel de la Torre y Miguel Herrera, solo habían abrazado Bora Milutinovic y Ricardo La Volpe.
El primer apretón emotivo fue con su ‘hermano’ Jorge Theiler, su ayudante de campo, apenas concluyó el partido. Luego, el beso al crucifijo que lo acompaña hace años, el que le regaló su madre, Mabel Capiglioni, a la que Gerardo casi nunca le solicita una ayuda si se trata de fútbol. Más tarde, el abrazo apretado con toda su familia que viajó especialmente desde Rosario, su señora Angélica, sus hijos Noe, Celeste y Gerardo, y también su yerno.
En la conferencia de prensa, Martino asumió que tal vez cargaba con alguna deuda interna. No necesitaba esta victoria para afirmar sus convicciones, pero aceptó que no es sencillo convivir con las hirientes burlas que persiguen al perdedor de turno. "Nadie te acompaña para ayudarte a ganar, y todos te acompañan si has ganado", dijo Marcelo Bielsa cierto día. Errar es un camino que, bien conducido, presagia el acierto. Lo sabe Martino, el hombre que a mediados de 2016 se fue destratado por la dirigencia argentina. Desde que se marchó, no ha podido irle mejor. "El azar me debe algo, tiene una deuda conmigo", le confió alguna vez a LA NACION. Tal vez estén encontrando un punto de entendimiento. Increíble, su caso sirve para husmear de qué estamos hechos. En tres años casi ha logrado la unanimidad: ahora el fútbol argentino lo extraña.
Ese estadio, el Soldier Field, le traía buenas sensaciones. Ya había estado allí con la Argentina, en 2016, y había goleado 5-0 a Panamá. Después de 22 partidos continentales (debutó en la Copa América 2007 con Paraguay, y paradójicamente lo eliminó México con un 6-0) y solo dos derrotas desembarcó ese título tan esquivo. Para Martino, solo se trata del comienzo. De aquí en adelante, el gran reto es remover a México del confort de las reiteradas giras por los Estados Unidos, ventajosas económicamente y arropado por millones de inmigrantes, pero que retrasan el crecimiento futbolístico. México necesita abrirse al mundo, sumar rodaje en la élite. Y perder, perder en los grandes estadios y contra los mejores equipos. Blindado en el bienestar, siempre le costará ganar el famoso quinto partido mundialista, ese abordaje a los cuartos de final que no consigue dar. Ese peldaño que traumáticamente lo persigue. El ‘Tri’ fue eliminado en esa etapa, consecutivamente, desde EE.UU. 1994 hasta Rusia, sí, siete veces seguidas.
México aparecería casualmente muy pronto en su vida. Martino tenía 16 años y jugaba en Newell´s, pero todavía le faltaban un par de temporadas para debutar en primera división. El Mundial 78 atrapaba su adolescente atención. En su Rosario, por el Grupo 2, jugó México dos partidos y él fue a la cancha. Los aztecas perdieron, las dos veces, con Túnez y con Polonia. Y también el tercer cotejo, en Córdoba y por paliza, para terminar últimos en la zona. Cuando en enero pasado lo presentaron como el nuevo entrenador del 'Tri', cuatro décadas después el recuerdo le sirvió para resumir por qué lo atrajo el desafío azteca: los signos de evolución que no ha dejado de entregar la selección mexicana. "Hay seriedad, respeto y futbolistas como para poder hacer un buen trabajo, eso me ha llevado a estar aquí", confió. En la Argentina, ya casi no se consigue. Pero esta conquista no lo confunde, solo puede ser el trampolín.
Martino vive en la zona de Santa Fe, en las afueras del DF. Llegó preparado para lidiar con una prensa intensa, y enseguida se mostró muy abierto con los clubes y los colegas mexicanos. Su don de gente siempre ha sido su aliado. El baldazo de agua helada que le dieron algunos jugadores tras la final es un gesto de cariñosa cercanía. Pero manda él, las funciones no se confunden. Esos liderazgos son los que provocan auténtica adhesión. En el momento de la premiación, los capitanes ‘Memo’ Ochoa y Andrés Guardado llamaron a Martino para que todos juntos levantaran el trofeo. Una escena infrecuente que explica una manera de comportarse. No hace falta ser amigo del jugador, ni tomar mates, endiosarlo en los medios, ni hacerle regalos. Tampoco, alentarlo a desplantes inconvenientes. Alcanza con actuar de manera noble y genuina.
Nadie jugó más que él con la casaca leprosa ni nadie fue expulsado más veces: 12. En la Copa de Oro se convirtió en el primer técnico de la historia que recibió dos amarillas. Es más, se perdió la semifinal por eso. Y vendrán más amonestaciones… Este rosarino de 56 años, tan sensato y didáctico, también es muy visceral. Lo traicionan algunos exabruptos en las canchas que tendría que espantar. No puede controlarlo, y no hay justificativos, aunque en este torneo le haya tocado lidiar con la cara opuesta de los encendidos debates que se desataron en la Copa América: en la Concacaf no hubo VAR.
Perdió mucho más de lo que ganó, como todos, pero se coronó en cada lugar que pisó, desde Paraguay y España, hasta en los Estados Unidos y en su adorado. Newell’s. En estos tres años, Martino recogió consideración, prestigio y títulos, también. El fútbol argentino sigue envuelto en sus contradicciones y mezquindades. ¿Quién era el problema? Tomar distancia se había vuelto imprescindible. México lo disfruta, el país que ya no quiere ahogarse en la orilla y cree en un entrenador que sueña con liderar el gran salto. Gerardo Martino, el hombre que adora el silencio, está haciendo más ruido que nadie desde el Norte de América.
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