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Fútbol y clase obrera en Inglaterra: de la huelga minera a la Premier League
Marzo de 1984. Alex Ferguson es un joven y celebrado DT campeón de Escocia. Ex obrero y flamante Orden del Imperio Británico, Ferguson pasa de largo al pedido de un minero en huelga y (confesaría luego) recibe una lección de su admirado Jock Stein, a quien secunda como técnico de la selección escocesa: “Me sorprende que alguien como vos olvide a estos muchachos”. “El fondo de los mineros”, reclama a su vez Brian Clough, otro DT británico también notable de aquellos años, debe ser apoyado “por toda la clase trabajadora del fútbol”.
Los hermanos campeones mundiales Bobby y Jackie Charlton, hijos de un minero que cumplió turno el mismo día de la final de 1966, apoyan a los huelguistas. Hinchas de Sheffield United cantan por los obreros y la policía reprime en la tribuna. Se cumplen cuarenta años de una huelga que marcó historia en Inglaterra. El gobierno de Margaret Thatcher la quebró con un discurso y una represión brutal que replica en las canchas (donde todo hincha era sospechoso de ser un hooligan). The Guardian no dudaba: Thatcher “intenta destruir por completo dos bastiones de la clase trabajadora británica”.
La huelga comenzó con la quita de subsidios que implicaba el cierre de veinte minas de carbón y veinte mil despidos. Y terminó con “La batalla de Orgreave” del 18 de junio de 1984. Fue una trampa. La policía dejó que los huelguistas formaran ante una fábrica de coque que no adhería a la lucha. La carga a caballo fue feroz. Palos y perros. Más de cien mineros heridos. Después de vencer al “enemigo exterior” (Argentina en la Guerra de Malvinas) Thatcher se jactó de derrotar al “enemigo interno” (los mineros acusados de una huelga ilegal, no sometida a votación). Eran años de privatizaciones masivas y sindicatos golpeados. Thatcher llegó a comparar a los mineros de Yorkshire con “terroristas” libios y palestinos, una amenaza para el país.
Ayudó a la demolición la prensa de Rupert Murdoch, que describió al líder sindical Arthur Scargill como “un dictador”. Y a los mineros como “matones”, más aun tras la muerte involuntaria de un taxista que trasportaba a obreros antihuelga. The Sun usó imágenes y frases que remitían a la Primera Guerra Mundial. Lo hizo inclusive con una foto de mineros y policías (cuando la huelga recién comenzaba) jugando distendidos un partido de fútbol. Los cascos como postes (como el famoso partido que animaron soldados ingleses y alemanes, una tregua en medio de las trincheras, en la noche de Navidad de 1914). Hoy, cuarenta años después, libros y documentales humanizan a los mineros de 1984. Historias de guisos y duchas compartidas. En la BBC Dave Ropper critica a la BBC por sus viejos informes “manipulados”. Y recuerda el día que, tras dos meses sin sueldo, no pudo siquiera enterrar a su hijo.
Leo un trabajo académico de Thomas Campbell. Un discurso de Thatcher que equipara a huelguistas y hooligans. Leyes especiales para ambos. “Fuerzas del desorden” que “intimidan” amparadas “en el anonimato colectivo”. Hinchas que son todos “escoria”, sin distinciones. Dio lo mismo la masacre de Heysel (39 hinchas de Juventus muertos en la final de Champions de 1985) que el desastre de Hillsborough de 1989 (97 hinchas de Liverpool muertos, pero por pura negligencia policial, como lo comprobó años más tarde la justicia). Un célebre “Informe Taylor” estableció luego de Hillsborough que los hinchas debían ser tratados como personas y no como ganado y que la nueva elitización del fútbol (la Premier League) no debía excluirlos.
Sucedió exactamente lo contrario. Estadios modernos, fútbol en TV de pago y clubes que cotizan en Bolsa, comprados por magnates, jeques y fondos de inversión. La Premier League es hoy un espectáculo global, formidable y millonario, incomparable con el fútbol de un siglo atrás, que servía para escaparle al duro trabajo de la mina, al que muchos jugadores igualmente debían volver cuando dejaban la pelota. La clase obrera, en el Primer y en el Tercer Mundo -basta leer la prensa internacional- hoy ve como si fuera Marte al fútbol dorado de Clubes SAD de estos tiempos nuevos, que exaltan libertades individuales y demonizan a quienes resisten ajustes, exigencias de sacrificios a cambio de un supuesto futuro mejor.
Amante del fútbol, y narrador eterno de la difícil vida de la “working class” británica, el cineasta Ken Loach, 87 años, dos veces Palma de Oro en Cannes, recordó en su último filme (“The Old Oak”, 2023) el concepto de que, como dice Paul Laverty, su guionista, “todo ser humano” puede seguir siendo “una máquina de esperanza”. Había solidaridad de músicos a mineros en “Tocando en el viento” (1996). Y de una estrella del fútbol (Eric Cantona) al mundo obrero en “Looking for Eric” (2009). En un momento del filme, Eric Bishop, frustrado empleado de correo, le pregunta a su ídolo cuál fue su mejor gol. Y el gran Cantona, respuesta célebre, no le cita un gol, sino una notable asistencia que dio a Ryan Giggs en un partido de Manchester United contra Tottenham Hotspur. Loach celebra la elección de Cantona. Porque “el gol”, dice Loach, “es un acto individual, pero el pase es a un colega”. Es como la vida: “un acto colectivo”.
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