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Fútbol y apuesta: “Entrá, jugá y... perdé”
Anota para River el colombiano Miguel Borja y en la pantalla de ESPN Premiun aparece BPlay (patrocinador de Vélez y Estudiantes). “Juega River, apostá con Codere”, sigue la tele en el entretiempo. Dos horas después juega Boca por TNT. “Llegamos para encender el juego”, asoma otra vez BPlay. “Podés apostar hasta un lateral”. Llega a continuación Bet365, “la casa de apuestas online favorita en todo el mundo”. Y luego BetWarrior (sponsor oficial de la selección argentina): “ahora entrá, jugá y demostrá”. Todos los comerciales, como ordena la ley, nos piden, eso sí, “jugar con responsabilidad”.
“Agarran a mucha gente que cree que se puede hacer millonaria, pero no ganará nunca, muchos se irán a la ruina”. Me lo dice en la radio el colega Nicolás Cayetano Cajg (“Cayeta”). “Antes”, sigue, “había que ir a Mar del Plata, después llegó Puerto Madero y ahora, con la autorización de las apuestas online, tenés el casino en tu casa”. En sus tiempos de ludópata, ya superados, “Cayeta” llegó a encerrarse en un baño para apostar con su celular en pleno cumpleaños de una tía. Perdió un departamento. No importa que siete de cada cien personas sufra problemas con el juego hoy en Argentina. Y tampoco que las apuestas (ilegales) corrompan al territorio frágil de nuestro fútbol de ascenso.
Hace un siglo, no había casinos, y tampoco internet cuando la pandilla de los Peaky Blinders, dueños del juego en Birmingham, asesinó a un árbitro honesto que rechazó corromperse. Pero la autorización del juego online multiplicó todo. Podemos apostar desde casa saques laterales, tarjetas amarillas, expulsiones, corners, goles, minutos, autores, penales, tiros libres, saques de arco. Casi medio centenar de apuestas en un solo partido. Una cada dos minutos. Un negocio de millones y millones de pesos por derecha. Y muchos más por izquierda. Las casas de apuestas ilegales, cuentan las fuentes, quintuplican a las legales. En Italia era más tentador jugar al Totonero que al Totocalcio (el juego oficial). Cayeron jugadores y clubes poderosos.
En Inglaterra, la misma firma que vende datos a instituciones deportivas y a casas legales, alimenta también a las ilegales, la mayoría radicadas en Asia y algunas de ellas con patrocinios en clubes de la Premier League. La revista Josimar contó en junio pasado el caso del superpoderoso Chau Cheok-wa, dueño en Macao de SunCity Group, una casa autorizada en Gran Bretaña, registrada en Isla de Man, con plataformas en Filipinas, que movía cerca de 200 mil millones de dólares, con vínculos en la Premier y en Sudamérica, hasta que China lo arrestó en noviembre pasado. Inglaterra, como ya lo hicieron España e Italia, amaga con vetar el patrocinio de las casas de apuestas en los clubes. El golpe mayor, sin embargo, sería para los equipos de las categorías más bajas.
Sin la fortuna de la TV, muchos clubes menores se abrazaron al dinero de las apuestas. Y sus partidos, libres de acuerdos comerciales, suelen ser los favoritos de las casas. Hay apuestas hasta en partidos amistosos de la décima categoría del fútbol inglés. Es una cultura tan arraigada que, cuando en la temporada 1962-63 el clima obligó a suspender diversas fechas, las tres grandes casas de apuestas (Vernon, Zetters y Littlewords) inventaron partidos y resultados (con un jurado respetable de tres viejas glorias y un Lord) para no defraudar a sus clientes. La investigación de Josimar desnudó que aun hoy se fabrican resultados. Los apostadores británicos pierden más de 11.000 millones de libras al año. Una campaña pública (está el ex arquero Peter Shilton, ex ludópata) pide cambiar la ley. La estadística denuncia un suicidio al día por temas de juego.
En Sudamérica, la Conmebol tiene a Betfair, Colombia juega la Liga BetPlay Dimayor, Perú la Liga 1 Betsson y Ecuador la Liga Pro Bectris. En Brasil (la mayoría de los clubes de Primera publicitan apuestas en sus camisetas), Santos acusó de corrupción a un miembro de su equipo femenino. Sin posibilidad de control, el escenario de partidos menores es ideal para el crimen organizado. Se gana poco y casi no hay TV. Cada fin de semana hay apuestas en cerca de mil partidos semiprofesionales o juveniles. En nuestro fútbol, El Porvenir (Primera C) acusó a jugadores propios. El expediente radicado en el departamento judicial de Lanús revela ofertas por ir a menos (300 dólares por dejarse hacer un gol, 100 por cometer un penal) e incluye a futbolistas de otros equipos y a representantes.
“Fui jugador y siempre dije que el jugador era lo más sano del fútbol, pero ahora me doy cuenta por qué perdimos partidos que teníamos ganados”, me dice Ariel Perdiechizi, ex DT del equipo. “Empezás a dudar de cualquier cosa. Un cierre tardío, un mal rechazo, un agarrón en el área”. En la tele sospechan hasta del brutal patadón que sufrió en Copa Argentina el juvenil de Boca Exequiel Zeballos. “Esto de ahora”, avisa Cayeta, “no es nada”. Hay historias de jugadores que apuestan ellos mismos aunque esté prohibido. U otros que son amenazados por “ultras” en Italia o barras acá porque también los violentos quieren ser parte del nuevo negocio. “No tengo dudas”, me dice Cayeta, “de que ya están entre nosotros”.
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