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Fútbol en Ucrania, de la cancha al búnker: “Partido que empieza, puede durar hasta cinco horas, pero se termina gracias a las Fuerzas Armadas”
El argentino Fabricio Alvarenga, delantero de Rukh Lviv, cuenta la experiencia de volver a jugar en estadios sin público y con búnker, mientras se mantiene la invasión rusa
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La invasión de Rusia a Ucrania va camino a cumplir un año, a fines de febrero próximo. La resolución del conflicto bélico, con las derivaciones geopolíticas y económicas en el resto del mundo, no se vislumbra en lo inmediato. Del lado ucraniano sobran historias de resistencia heroica para defender el territorio. Nadie que viva en Ucrania escapa a un ejercicio de resiliencia. Muchos para afrontar el riesgo de la muerte y otros para superar episodios traumáticos.
La vida se transformó, es otra, diferente a la que conocía hasta febrero de 2022. A este contexto debió acomodarse Fabricio Alvarenga, en el fútbol de Ucrania desde agosto 2020. Primero en Olimpik Donetsk y a partir de julio de 2021 en el Rukh Lviv. Delantero de 26 años, nacido en Puerto Rico (Misiones), llegó a Ucrania desde Deportivo Morón, con el pase en su poder, cedido por Vélez, en el que se formó desde la séptima división hasta asomar en la primera con Miguel Ángel Russo.
Desde Lviv (Leópolis), ciudad cercana a la frontera con Polonia, Alvarenga atendió el llamado de LA NACIÓN. Al menos, el invierno, que obliga a interrumpir la Premier League ucraniana hasta marzo, no está siendo tan crudo: “Dentro de todo, ahora la temperatura es agradable, está entre 10 y 12 grados. Cayó bastante nieve, pero ya desapareció, está lindo para entrenarse. El año pasado, por esta época, hacía menos 10 grados. Ya empezamos la pretemporada y la semana que viene viajamos afuera. Muchas veces fuimos a Turquía, creo que ahora iremos a Croacia”.
La entrada de los tanques y la artillería rusa coincidió con un momento especial de Alvarenga: “Me rompí los ligamentos de la rodilla derecha en la pretemporada en febrero pasado, en Turquía, fue bastante difícil. Me volví a Ucrania y a la semana tuvimos la invasión rusa. Cuando estalló la guerra, con mi familia (la esposa Aline y la hija Manuela) nos evacuamos a Polonia, a una ciudad a 80 kilómetros de Lviv, donde estuvimos casi un mes. Fuimos a un hotel, que terminó siendo un lugar para refugiados. Una locura, yo con los ligamentos rotos. Fue la parte más difícil de todo lo que pasé. Por suerte tuve el soporte del club, soy un agradecido. También los polacos fueron muy solidarios. Los médicos agilizaron todo para que me operaran en Polonia, el club se hizo cargo”.
Evacuado y operado. El escenario había cambiado por completo. “Fue duro. La mayoría de mis compañeros salieron de acá y consiguieron otros clubes para mantenerse en actividad. Yo, estando lesionado, no me iba a contratar nadie. Se me hicieron muy complicados esos meses. Durísimo, pero la sacamos adelante. Gracias a Dios ya estoy bien, me recuperé y terminé el 2022 jugando varios partidos. El año había empezado bastante mal. Pero como dice el refrán, no importa cómo se comienza, sino cómo se termina”, agregó.
La recuperación de la lesión obligó a otra movilización: “Después venía la rehabilitación; no sabíamos si la iba a hacer en Polonia, Brasil o Ucrania. Estaba todo medio confuso, hasta que me terminé yendo a Brasil. Hice la rehabilitación en Curitiba, donde había jugado, además mi esposa es brasileña. Me quedé casi seis meses. Yo soy de un pueblo del interior de Misiones y necesitaba buenos profesionales para la recuperación. Cuando el campeonato se reanudó en agosto, el club me hizo volver”.
-¿No tuviste miedo en algún momento por vos y tu familia?
-Sí, cuando comenzó todo, sí. Después vino la evacuación a Polonia y el viaje a Brasil. Cuando volvimos a Ucrania sabíamos adonde íbamos, pero lo hicimos para quedarnos, aceptamos lo que venía. Mi esposa me apoyó, no me planteó la opción de irnos. Siempre mantengo contacto con mi mamá y mi abuela, que viven en Misiones; ellas se preocupan, pero yo les digo que se queden tranquilas, que estamos bien. Yo tengo contrato con el club (le queda un año y medio), que se portó muy bien conmigo.
La ventaja de Lviv es que está alejada de las zonas de maniobras bélicas. De hecho, Shakhtar Donetsk hace de local en el Arena Lviv, aunque durante la Champions League se tuvo que mudar a Polonia. “No conozco gente de la ciudad que haya perdido la vida por la guerra. La situación es difícil, hay preocupación, pero la gente lo lleva de buena manera, piensan en la victoria. Son muy patriotas”, comentó Alvarenga.
El campeonato se reanudó en agosto, fue momento de volver y abrir la puerta de casa que se había cerrado tras la evacuación. “Sigo viviendo en el mismo departamento. Nuestras cosas siempre estuvieron ahí. Dentro de todo, la ciudad es tranquila, aunque mientras nosotros estuvimos en Brasil hubo algunos ataques, pero desde que volví no escuché explosiones de bombas. Igual, hay que estar atentos a las alertas de sirena para quedarse en casa o ir a algún refugio. Cuando regresamos desde Brasil, al principio nos resultaba extraño, nunca habíamos vivido algo así. Con los días, uno se acostumbra”, describió.
El fútbol no quedó al margen de la transformación: “La mayoría de los jugadores extranjeros se fueron, algunos para seguir en ritmo de competencia mientras el campeonato estaba parado, aunque ahora están llegando otros. Hace unos meses vino Domingo Blanco (ex Independiente) a Dnipro. Los clubes apuestan por los juveniles de las inferiores, hay jugadores interesantes. La Sub 19 de Rukh pasó a entrenarse con el plantel profesional”.
El reencuentro con el plantel trajo algunas novedades: “Un chico del Sub 19 con el que hablo bastante me dijo que tenía al padre en el frente de guerra. La gente del club lo ayuda mucho a ese chico, lo asiste con todo lo básico”.
El fútbol sin público, y también sin garantía de continuidad durante los 90 minutos: “Jugué un par de partidos que se interrumpieron cuando suena la sirena. El protocolo indica que cuando suena la sirena hay que ir al búnker que se construyó en la mayoría de los estadios. Hay que esperar la alerta verde, de que esté todo bien, entonces se vuelve a salir al campo para hacer el calentamiento y seguir el partido. Hubo un partido que se paró por la sirena, volvimos a salir, a los 10 minutos se volvió a tocar la sirena, otra vez al búnker y al rato de vuelta a la cancha. El partido empezó a las tres de la tarde y terminó como a las siete, ocho. Es bastante complicado porque te enfrías, pero lo llevan de buena manera, hay deseos de jugar. Partido que empieza, se termina, gracias a las fuerzas armadas. Si no fuera por ellos, no lo podríamos hacer”.
-¿Cómo es el búnker?
-El de nuestro estadio, subterráneo, hay que bajar por una escalera. En el del centro de entrenamiento hay mesas, sillas, tiene wi-fi y luz artificial porque no hay ventanas, solo respiraderos. Ahí hay que esperar hasta que se vuelva a jugar. Algunos estadios no tienen búnker, hay que quedarse en el vestuario. Es otra experiencia que nunca pensé que iba a vivir.
-¿Se puede hablar de cierta normalidad o se vive otra vida?
-No sé si otra vida, cambiaron varias cosas. Por los ataques a los centros de energía, en muchas ciudades no hay electricidad. Entonces lo que hicieron fue racionalizar la electricidad para que todos tengan el servicio, aunque no sea durante todo el día. Por ejemplo, durante la semana, te avisan de los cortes de luz de tal a tal horario, y la hora en que vuelve. Se hace de lunes a lunes, hay cambios de horarios sobre los cortes. Fue complicado al principio, pero como avisan con anticipación y se cumplen estrictamente los horarios de corte y reanudación, uno se puede organizar. Al principio, cortaban la luz y no sabíamos cuándo volvía, pero después empezaron a informar por grupos de Telegram. En Lviv, en un momento hubo más gente que antes de la invasión porque llegaron de otras ciudades más afectadas, inclusive desde Kiev.
Ir al supermercado sale más caro. “Con la guerra, subieron los precios, hay algo de inflación, no tanto como en Argentina”, expresó entre risas.
El día a día exige otra adaptación: “Otra diferencia son las sirenas. Suenan una o dos veces por semana, hay que estar atentos a los avisos por Telegram. Son organizados, estamos tranquilos, nos sentimos en buenas manos. La gente se siente protegida por las fuerzas armadas, son muy apoyadas. Hay que ponerse en lugares seguros. Yo vivo en un quinto piso de un edificio; cuando suena la sirena bajamos al primero porque es más seguro. Lo mejor es ir a los bunkers que se construyeron cerca de casa, sobre todo cuando avisan que el día puede ser complicado”.
La movilidad también tiene sus pautas: “Yo no tengo auto. Solo se puede andar por la calle manejando hasta las 12 de la noche, no quedan ni los taxis. La vida nocturna se corta temprano. El permiso de circulación vuelve a las cinco de la mañana”.
Alvarenga cuenta que el repechaje del seleccionado de Ucrania ante Gales para el Mundial “se vivió como una causa nacional, fue una lástima que no se clasificara”.
Su satisfacción pasa por haber vuelto a jugar en buena forma física: “Estoy en ritmo, pensé que no iba a jugar por el resto de 2022. En el partido que jugué de titular ganamos 2 a 1″. Rukh lo necesita en plenitud para salir de la amenaza del descenso (el equipo está en puesto de Promoción): “Estamos complicados, pero con la predisposición de cada uno, entre los chicos de las inferiores y los que se incorporen, vamos a poner a Rukh en el lugar que se merece. Tengo la certeza de que en la segunda parte de la liga nos va a ir bien, vamos a salir de la posición en que estamos. El grupo se va a fortalecer por la situación que está pasando”.
Tantos años fuera de la Argentina, el Mundial de Qatar terminó siendo la conexión más directa para Alvarenga: “Lo vi acá, no lo podía creer. Qué manera de sufrir. Vi partidos con un grupo de argentinos, hasta con un amigo ecuatoriano. Tenía unas ganas estar en la Argentina. Fue una sensación rara, pero muy feliz al final”.
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