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Fútbol, crisis y clubes SA: la tentación brasileña
La opulencia de Brasil lastima hoy a nuestros clubes de moneda en baja, campeonatos que tendrán 28 equipos y una TV que paga mucho menos
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Diego Costa aterrizaba en agosto pasado en Brasil como nuevo fichaje estrella de Atlético Mineiro. Su salario récord (350.000 dólares mensuales) podía explicarse observando el avión privado que lo traía desde Europa: un Bombardier Global 6000 cotizado en 250 millones de dólares. Propiedad de Rubens Menin, décimoquinta fortuna de Brasil (sus empresas valen casi 5000 millones de dólares), mayor constructor de Sudamérica con MRV, dueño de CNN Brasil y, claro, mecenas del Mineiro, flamante campeón del Brasileirao, el equipo que también tiene a Hulk y Nacho Fernández y que fue verdugo de Boca y River en la Copa Libertadores. En la Copa cayó en semifinales ante el Palmeiras de Leila Pereira, una presidenta también millonaria, titular de la financiera Crefisa. Palmeiras se coronó bicampeón de la Libertadores porque le ganó la final al Flamengo de Rodolfo Landim. Ingeniero y empresario del petróleo, Landim no tiene tanta fortuna, pero sí un amigo importante: el presidente Jair Bolsonaro. Dinero, TV y política. Es parte del combo que explica el renovado dominio de los clubes brasileños en Sudamérica.
Atlético Mineiro anunció que para 2023 su patrimonio superará los 350 millones de dólares. El llamado “PSG de Sudamérica” tiene también a los empresarios Renato Salvador (otro millonario de Forbes, dueño de la poderosa red hospitalaria Mater Dei) y Ricardo Guimaraes (banquero que ayudó al fichaje de Diego Costa). El Mineiro es la cara más notable del poder económico que permite a los clubes brasileños monopolizar finales sudamericanas, contratar técnicos europeos y recuperar cracks con salarios dorados. El fenómeno precede a las Sociedades Anónimas de Fútbol (SAF), la ley que el Congreso brasileño aprobó unos meses atrás pero que sufrió vetos de Bolsonaro (los clubes que dejen de ser asociaciones civiles y se conviertan en SA pagarán impuestos como cualquier otra empresa y la carga fiscal subiría del 5 al 34 por ciento). “Era el corazón del proyecto”, admiten en el Senado. El Congreso espera formar una nueva mayoría para anular los vetos. En 2020, por primera vez, la deuda total de los veinte clubes del Brasileirao superó los 10.000 millones de reales (1700 millones de dólares). El objetivo ahora es atraer más dinero. De magnates, jeques y oligarcas rusos.
El escenario, claro, tiene su Lado B. Atlético Mineiro es el club más endeudado de Brasil. Debe más de 200 millones de dólares. Menim y sus socios aportaron ahora cerca de 70 millones. Aseguran que, a diferencia de un crédito bancario, su préstamo no cobrará intereses. Patrocinan camiseta (Banco BMG de Guimaraes) y ceden terrenos propios para construir un nuevo estadio cuya explotación tendrán luego por quince años. Acaso importe poco a los hinchas que en 2005 lloraban el descenso a Segunda y en 2019 un alejado decimotercer puesto y que hoy celebran el campeonato tras medio siglo de sequía. Menim inició su fortuna como constructor clave de “Minha Casa, Minha Vida”, viviendas populares en los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff. Supuestamente celosos por su crecimiento, algunos competidores filtraron zonas oscuras del proyecto. Una revista ironizó en su portada: “Tu casa, Mi negocio”.
Tanta ostentación de los clubes brasileños, históricamente favorecidos además por una economía más gigante y una calidad eterna, lastima hoy a nuestros clubes de moneda en baja, campeonatos que tendrán 28 equipos y una TV que paga mucho menos (en Brasil, Bolsonaro se peleó con Globo y autorizó a los clubes a negociar individualmente sus derechos de TV). Nuestras asociaciones civiles sin fines de lucro celebran elecciones con participación más alta que los brasileños (el sábado votaron casi 20.000 socios en River, contra apenas 2000 en Flamengo, el club que se jacta de tener 42 millones de hinchas).
Nuestros clubes tienen un mayor sentido de pertenencia. Imposible en Brasil un acto como el de anoche mismo en Racing, que, como ya hicieron otros clubes, restituyó carnés a socios desaparecidos durante la dictadura. Pero aquí tenemos también a las barras, a dirigentes que acuerdan insólitos salarios en dólares, complican procesos electorales y abusan de una legislación que traba rendiciones de cuentas y no impone controles y penalidades más severas. “Se corre el riesgo”, me dice un dirigente, “de que los socios que hoy ven diluidos sus derechos terminen creyendo que una SA puede ser mejor”.
Así lo creen, por ejemplo, los dirigentes actuales de Cruzeiro, rival histórico de Atlético Mineiro en Belo Horizonte, el equipo más popular y laureado en la región, campeón de la Libertadores en 1976 y 1997 y de Brasil por última vez en 2014. Cruzeiro cayó en 2019 a la B por primera vez en su historia y hoy pena por ascender, sancionado por la FIFA e investigado por desfalcos. Cambió ahora sus estatutos para abrazarse al nuevo modelo SA. Los inversores piden más. El viernes 17 celebrará nueva asamblea para eliminar el tope del 49 por ciento y permitir que la SAF tenga manejo casi absoluto del club. “¿Quién va a poner dinero si luego no tiene el control?”, pide a sus socios Cruzeiro, fundado justamente en 1921. Decepcionado, un hincha se preguntó ayer en las redes: “¿Cuántos títulos ganó la SAF en el último siglo?”.
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