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Funes Mori cerró el círculo a la gloria: del córner en la Boca al gol en la final de la Libertadores
No tiene la fiereza de Passarella ni la clase de Perfumo; tampoco el perfil ganador de Ruggeri, pero el Mellizo cuenta con algo superador: la valentía para dejar atrás sus miedos
La desesperación por el cierre de Leandro Marín trastabilla contra la habilidad de Manuel Lanzini. El balón, indiferente, sale de la escena. La toma no ofrece dudas, pero Néstor Pitana, el árbitro, señala el tiro de esquina. Se cierra el espectáculo en la Bombonera: Manu, el creador del 1-0, envía un centro, uno de tantos, al área xeneize. Román Riquelme, agotado, lo mira desde el banco, minutos después de celebrar el tiro libre que establece la paridad, al lado de Carlos Bianchi. La pelota viaja, Agustín Orion ensaya un grotesco en el aire y Ramiro Funes Mori, un invitado, un actor de reparto, el defensor que es el hermano de Rogelio, el eterno mortificado por los goles extraviados, crea el salto de su vida. La pelota termina en la red, la Bombonera muta en silencio, apaga la sinfonía contra su enemigo íntimo, esa que reza: "River, decime qué se siente?". Es un encierro al aire libre, menos para el asombroso chico de la tapa, que esconde el dedo pulgar en su boca, inequívoca señal de la llegada de Valentín. Menos, también, para sus compañeros, para Ramón Díaz y para millones que lo miran por TV. Diez años después, River gana en la Bombonera, con un gol de un mendocino de segunda selección. Semejante envión trae consecuencias: River, el gigante herido, será el campeón doméstico luego del abismo. Detrás de su propia barbarie.
Esa tarde, el 30 de marzo de 2014, se construye una nueva era. El cabezazo de Ramiro resulta el verdadero comienzo de algo grande.
"No fue córner", se ofende el Virrey. Es verdad: la pelota, antes de apartarse, roza en Lanzini. Con el tiempo, esa frase transforma drama por comedia: es un festín en cantos, en bromas millonarias. Sin darse cuenta, Funes Mori escribe el prólogo de un libro que tendrá una prosa maravillosa. Con otro técnico, con una propuesta más bella, primero; con una personalidad arrolladora, más tarde. Con copas en alto de todos los colores.
El portazo de Díaz deriva en la puerta abierta para Marcelo Gallardo. Si no es la primera, debe ser la segunda o tercera decisión fundacional del conductor: Funes Mori a la cancha, Eder Álvarez Balanta al banco. El moreno, indispensable en la era Ramón, querido por los hinchas por su carisma, por su irreverencia, está cerca de ser transferido. Sigue, sin embargo, en la Casa Blanca. Detrás, asombrosamente, del héroe de la Bombonera que no sólo se muestra solvente: los hinchas lo toman como querible causa nacional.
Defiende como un sabueso. No claudica ni cuando convierte un gol en contra ante Racing que deriva en la vuelta olímpica para el elenco de Avellaneda. Hasta el Tata Martino lo convoca para un amistoso triunfal contra El Salvador en marzo pasado. Funes Mori no sólo cabecea: es un tractor atrevido, que hasta se queda fuera de tiempo en las prácticas para ensayar tiros libres audaces. Algunos vuelan al cielo. Otros acaban en el ángulo. Basta una prueba: un golazo contra Temperley, apenas unas semanas atrás. La ovación del público lo corrobora: el apellido de las burlas de antaño reconvertido en el nombre del amor eterno. Historias cruzadas de mellizos, de delantero a defensor.
Es un guerrero de las zonas bajas. Alto, de 1,87 metro, feroz, creado para el choque y la recuperación. Se cree un mariscal de la marca, así esconde el zaguero discreto de su interior. Se trata de su amor propio, lo que lo mantiene sagaz, vivo, corajudo. Su exceso de confianza tantas veces le hace saltar la cadena, como en los primeros minutos de la finalísima, con una serie de errores en continuado que el propio protagonista, veloz y astuto, logra maquillar. Ni una pizca de la fiereza de Daniel Passarella. Ni un atributo de la clase de Roberto Perfumo. Ni un detalle de la personalidad ganadora de Oscar Ruggeri. Sin embargo, el Mellizo tiene algo. Algo superador: valentía para dejar atrás sus propias sombras. A los 24 años, es uno de los campeones nacidos en casa. Otro sinónimo de la historia grande del gigante.
Ahora sí no quedan dudas: es córner, nomás. River imagina la vuelta olímpica de América, el 2 a 0 contra Tigres ya no ofrece resistencia. Se cierra el espectáculo en el Monumental. Leonardo Pisculichi arroja el balón entre la lluvia, salta Funes Mori, creativo, la pelota pica y, entrometida, se mete entre las piernas de Guzmán. El Mellizo corre hacia el mismo ángulo imaginario y crea con sus manos el corazón, tributo a Valentín y a Rocío, su mujer. Tributo a todos los que esperaron 19 años. Cae la noche del 5 de agosto de 2015. Con la misma cabeza, Funes Mori cierra el círculo de la gloria.
tb
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