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Fiesta en Senegal: poesía, vuvuzela y racismo
Ese día, 29 de diciembre de 2018, las tribunas del San Paolo (así se llamaba entonces) tenían el rostro único de Kalidou Koulibaly. Miles de hinchas del Napoli con máscaras de su defensor amado. “Todos somos Koulibaly”, decía una leyenda en el autobús del equipo. También Diego Maradona apoyó desde Dubai. Unos días antes, Kalidou había sufrido un enésimo insulto racista. En el Giuseppe Meazza, fanáticos de Inter lo hostigaron cada vez que recibía la pelota. Hubo advertencias por los altavoces y reclamos del DT Carlo Ancelotti, pero el árbitro Paolo Mazzoleni dejó que todo siguiera. Peor, sobre el final expulsó a Kalidou con dos tarjetas amarillas seguidas. “Orgulloso del color de mi piel, de ser francés, de ser senegalés y napolitano, de ser hombre”, tuiteó Koulibaly. Es el capitán de Senegal que el último domingo levantó la Copa de Africa en Camerún.
Nacido en Francia y casado con una francesa, Koulibaly, que eligió jugar para la tierra de sus padres, sufrió el primer episodio de racismo salvaje en 2016 en el Estadio Olímpico de Roma. Miles de hinchas de Lazio gritándole “buuuuh” ante cada intervención. “Eran gritos de mono. Pensaba si yo estaba haciendo algo mal. Tenía vergüenza, me sentía perdido, si debía irme de la cancha. ¿Es porque soy negro? ¿No es normal ser negro? Tenía roto el corazón”. El árbitro Massimiliano Irrati (por suerte no era Mazzoleni) le dijo que contaba con su apoyo y que podía parar el partido. Se hizo una advertencia y el juego se detuvo tres minutos. Las burlas volvieron, pero Koulibaly pidió a Irrati que siguiera hasta el final. Kalidou salió rápido y enojado. Pero recordó que le había prometido su camiseta a un niño y volvió al campo. El niño, avergonzado, le pidió disculpas. “Me impactó, se estaba disculpando por no sé cuántos adultos”. Al partido siguiente en el San Paolo, sesenta mil hinchas napolitanos fueron al estadio con máscaras de Koulibaly.
Las quejas del Primer Mundo
La Copa Africana de Naciones (CAN), afirma el colega Jonathan Wilson, parece eternamente “obligada a justificar su existencia”. El Primer Mundo se queja porque pierde jugadores en plena competencia (la Copa se juega en enero-febrero porque junio-julio son meses de lluvia intensa en Africa). La Ligue 1 de Francia perdió a 51 jugadores, la Premier League inglesa a 38, la Serie A italiana a 22, la Liga española a 11 y la Bundesliga a 10. La prensa inglesa no debatía sobre quién podía ser el nuevo campeón africano, sino cuál sería el equipo inglés más perjudicado por la partida de jugadores. En Países Bajos, al goleador Sebastien Haller le preguntaron si no prefería quedarse en Ajax antes que jugar para Costa de Marfil. “Esa pregunta es una falta de respeto. ¿Se la harías a un europeo antes de una Eurocopa?”, respondió Haller.
La otra queja es que la Copa Africana se juega cada dos años. Nació hace más de medio siglo en plena ola de independentismos. El fútbol como herramienta de identidad nacional. Por eso, la histórica celebración popular de estas horas en Dakar. Un título esperado sesenta años. Baile y vuvuzela. Y cita incluída del poeta Leopold Sedar Senghor, primer presidente de la República: “Y mis lágrimas corrieron suavemente hacia el mar”. Senegal es modelo para una democracia regional en crisis y de recursos minerales codiciados por el Primer Mundo. África sufrió seis golpes de Estado en el último año y medio. Dos en Malí, y luego en Chad, Guinea y Sudán. Los jugadores de Burkina Faso se enteraron del golpe en su país en plena Copa Africana.
Los actos de racismo
El torneo, de juego discreto y pobre organización, sufrió la muerte de ocho hinchas aplastados en una salida caótica en el estadio Olembé, que fue rehabilitado a los pocos días y albergó la deslucida final del domingo contra el avaro Egipto (52 fouls, cero-cero y a penales). La tragedia asustó al magnate sudafricano Patrice Motsepe, nuevo presidente de una Confederación Africana dominada por la FIFA tras el reinado de veintinueve años del camerunés Issa Hayatou, uno de los últimos dinosaurios de la era Blatter. Motsepe, por supuesto, apoya las reformas que propone Gianni Infantino. El presidente de la FIFA, audaz, dijo que su negocio de Mundial cada dos años evitaría que miles de africanos sigan muriendo ahogados en sus cruces desesperados del Mediterráneo. La Madre Teresa.
Kalidou Koulibaly recuerda un momento clave de su infancia. El día que Senegal venció a Francia en el Mundial 2002. Tenía diez años y el profesor en la escuela de Saint-Die-des-Vosges, nordeste de Francia, propuso mirar el partido. Senegal, ex colonia francesa, celebró feriado nacional. El capitán era Aliou Cissé, DT ahora de Koulibaly en el Senegal hoy campeón. En diciembre, antes de partir a Camerún, Kalidou recibió un premio en Nápoles por su solidaridad durante la pandemia y sorprendió al visitar en plena práctica al Arci Mediterraneo, un equipo de inmigrantes. “Ustedes son más fuertes, porque también son insultados y casi nadie los escucha”. Koulibaly usa su voz. Dos meses antes, un hincha de Fiorentina le había gritado “mono de mierda”. Kalidou lo denunció en italiano, francés e inglés. “Scimmia di merda”. “Putain de singe”. “Fucking monkey”. Y pidió que los agresores sean echados de los estadios. “Para siempre”.
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