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Fernando Cavenaghi: "No extraño nada del mundo que rodea al fútbol"
Antes de su despedida, el goleador se confiesa: ”La exposición en un club tan grande como River es cruel”; a los 33 años, la nueva vida del ídolo que se levanta a las 6.30 para llevar a sus hijos al colegio
Vivió en Marbella hasta fin de año, pero nada disfruta más que viajar hasta la ciudad de O’Brien y volver a escuchar que lo llamen Kity. La casa a orillas del Mediterráneo puede esperar, mientras la casa en plena pampa bonaerense es una escapada impostergable para el ciudadano Cavenaghi. Jugar en la calle, caminar descalzo y montar a pelo, tres placeres de la infancia que ahora disfruta con sus hijos. Y los ravioles con la salsa de la abuela Norma que ya come sin culpa. “Después de estar seis meses viviendo en Marbella, volvimos a la Argentina para pasar las Fiestas y un tiempo de vacaciones. Mis nenes más grandes me dijeron que no se querían ir más. Al verles la carita, con los ojos llorosos, nos miramos con mi mujer y coincidimos: no hay mucho más que hablar, nos quedamos”, cuenta Fernando. La voluntad de Benjamín (8) y Sofía (6) selló la ruta familiar. La pequeña Anna (1), claro, siguió a la troupe. Entonces, el goleador Cavenaghi, que ya había decidido dejar el fútbol, empezó a diagramar su futuro. Lo primero fue organizar la enésima mudanza con Soledad, su compañera de siempre. Rusia, Francia, España, México, Brasil, Chipre…, vaya si sabrán de hacer valijas.
“En Marbella estábamos muy bien, tenés seguridad y confort, pero la Argentina es mi lugar. Los amigos, las costumbres, los afectos tiran y estamos felices de estar acá”, destaca el capitán de la última Libertadores de River. La artroscopia que atravesó hace algo más de un año para regenerarle los cartílagos de la rodilla derecha fue el último intento por salvar al delantero. No pudo ser. Entonces, a los 33 años, nació otra vida. “Todavía no puedo creer que soy un ex jugador. ¡Veo todo desde afuera!”, confiesa Cavenaghi, un día antes de su partido despedida.
–¿Ya asumiste que sos un ex futbolista?
–Siiiiií, sí, ¡Si ya no puedo correr! Hace tiempo que venía asumiendo y trabajando el retiro. Pero no es fácil: cuando vos hiciste durante toda tu vida algo que te gustó tanto, invertiste ahí toda tu pasión, y de golpe se termina… Te juro que no es sencillo.
–¿Preparaste el retiro?
–Sabía que en algún momento iba a llegar. Nadie juega para siempre. Sinceramente hubiese jugado un poco más, estaba muy bien, en Chipre tenía un año espectacular y me sobraban ganas, pero la lesión en abril del año pasado en la rodilla, una osteocondritis con los meniscos comprometidos, me complicó el panorama y ya no pude volver al 100%. Lo intenté de todas maneras, me operé, estuve 8 meses en recuperación, pero no hubo caso. Entonces el retiro fue más fácil asimilarlo cuando directamente supe que, por más que quisiera hacerlo, ya no podría jugar. Por más que dijera ‘quiero jugar, quiero jugar’, salía a correr y comprobaba que ya no estaba para jugar.
–¿La rodilla te sigue doliendo? ¿Te molesta para hacer una vida normal?
–Sí, la rodilla hoy me duele. Juego al paddle y salgo a correr, pero al principio me cuesta, hasta que se calienta. Esa rodilla nunca más quedó al 100% y en realidad todo empezó en Francia, con mi gran lesión [marzo de 2009, chocó con el arquero del Toulouse, Cédric Carrasso]. Mi cuerpo nunca volvió a estar al 100%. Aquel fue mi momento, estaba consolidado en Europa, era el goleador del Bordeaux que después ganaría el título, me habían elegido el extranjero de la Liga por encima del brasileño Juninho del Lyon, peleaba por ser el goleador de la Liga junto con Benzema (Lyon) y Gignac (Toulouse)…, pero me perdí las últimas 12 fechas del torneo. Me rompí el cruzado posterior, los ligamentos internos y otro montón de cosas..., y nunca, nunca más volví a estar al 100%. Esa fue la realidad.
–Asumiste el retiro, ¿pero al animal competitivo que dicen que lleva cada jugador también lo amansaste?
–Ya no hay ninguna fiera que amansar. Si voy a jugar con mis amigos, gane o pierda ya no me calienta, sólo voy para divertirme. Por eso a veces no entiendo a algunos que juegan como si fuese la final del mundo. Yo lo vivo totalmente diferente. Claro que a veces me peleo un poco con mis amigos, con mi hermano, quiero ganarles… sobre todo al paddle. Porque al fútbol ya juego muuuuuy poco.
–¿Qué tan poco?
–Casi nada. Por las limitaciones de la rodilla, claro, pero también para evitar algunos de roces y malos momentos. Salvo que sea gente de confianza, ya no juego. No quiero problemas. ‘Mirá la patadita que le pego a Cavenaghi…’, he escuchado. Y sí, pasa. Acá somos muy pasionales, nunca falta esa piernita de más y, la verdad, no tengo ganas de vivir esas cosas. Ya pasé demasiadas como profesional.
Lo dirigieron Laurent Blanc (Bordeaux), Michael Laudrup (Mallorca) y Falcao (Inter de Porto Alegre). También el Coco Basile en la selección y fue el Tolo Gallego el que lo puso en Primera División con 16 años. Siempre admiró a Gabriel Batistuta, el héroe de sus sueños infantiles. Por el mundo jugó con algunos números raros en la espalda, como el 16, el 26 y hasta el 79. Pero una cifra la lleva grabada en la piel, el 14, símbolo de la barra de River, como firma para el tatuaje “y en las malas mucho más”.
–¿No fue un error subirte al paraavalancha del Monumental con la barra, en 2004? ¿No te arrepentís?
–No, para nada, y no me arrepiento. Soñaba con ir a la tribuna, alentar en un partido y verlo desde otro lado. Ellos no me invitaron, yo los llamé para que me llevaran. El que me quiere creer que me crea, y el que no, sinceramente no me importa. Yo sólo lo hice con el afán de divertirme y pasar un rato distinto. Nada más. No puedo hacerme cargo de lo que se imagine cada uno.
–¿Cuánto creés que cambió el fútbol desde 2001, cuando debutaste en River?
–Antes no se estudiaba tanto. Ahora sabés todo y te muestran si un rival mueve la pierna para la derecha cuando recibe, si se perfila de izquierda cuando gira, para dónde te encara… Ese grado de detalle antes no existía y es una ventaja. Ahora, eso es tan cierto como que quedan jugadores que aunque los analices hasta el mínimo detalle, igual te hacen el gol. Después, el entorno futbolístico cambió mucho. Antes el jugador vivía más tranquilo. Hoy estás muchísimo más expuesto y desprotegido.
–¿Por qué? ¿Qué pasó?
–Una cosa lleva a la otra: desde el crecimiento de los medios a la impaciencia de la gente. Los hinchas se fueron convenciendo de que cada partido es de vida o muerte, entonces si ganás sos campeón y si perdés no servís para nada. Esa es nuestra realidad: no tenemos término medio. La Argentina llega a una final del mundo, pierde, y son todos unos fracasados. ¡Y tienen el descaro de jugar dos finales más los años siguientes y volver a perderlas! Acá vivimos en una sociedad inconformista. Y en el fútbol, la exposición que tenés es muy cruel, sobre todo en clubes tan grandes como River, donde estás expuesto las 24 horas.
–Viviste en Rusia, Francia, España, México, Brasil, Chipre… ¿nuestra sociedad es la más histérica que conociste?
–Sí, no tengas ni la menor duda. La locura que se vive alrededor del fútbol acá no tiene antecedentes, no existe en ningún otro lado.
–Aun así, ¿extrañás algo del ambiente del fútbol?
–Extraño ese instante en el que estás por entrar en la cancha, esos segundos en la boca del túnel son únicos. Eso no se compara con nada, lo extraño y lo voy a extrañar el resto de mi vida. Esa adrenalina no sé si existe en otra profesión, y después de haberla disfrutado es complicado vivir algo al menos parecido… ¿Qué no extraño? El día a día, la presión, estar todo el tiempo en los medios…, del mundo que rodea al fútbol no extraño absolutamente nada.
–¿Creés que salir de los focos te hará más feliz?
–Ya soy otro. Cuando vos sos jugador, si perdés no podés salir a la calle. Esa es la realidad. Hoy, yo ya no soy jugador y no tengo responsabilidad sobre lo que pasa adentro de la cancha. La gente te puede reconocer por lo que hiciste o mencionarte lo que dejaste de hacer, pero el ‘eeehhh no corriste’, ‘ehhhh no jugaste’ o ‘el gol que te erraste, burro’ ya pasó. Entonces la vida se vuelve mucho más tranquilla.
–¿Te sentís aliviado?
–Sí. Porque hay cosas que te terminan desgastando en esta profesión. Y la familia sufre y puede salir lastimada. Hay un desgaste mediático muy fuerte porque no hay límites y nadie se salva. Antes me perdía un montón de momentos con mis hijos, por ejemplo. Ahora me levanto a las 6.30 y llevo todas las mañanas a los chicos al colegio, y los llevo por todo el tiempo que no pude hacerlo. Y al varón lo llevo a fútbol y a la nena a patín. Hoy disfruto todo eso.
–¿Cómo reacciona la gente al cruzarte en la calle?
–De la gente de River recibo siempre mucho cariño. Pero también me pasan un montón de cosas con los hinchas de Boca. Yo creo que la gente, en general, valora mucho mi decisión, como la del Chori [Domínguez], de volver al club para jugar en el ascenso. ‘Mirá, yo soy de Boca, pero valoro lo que vos hiciste’, me dicen. Yo nunca fui un jugador polémico, y algunos me dicen ‘yo no soy de River, pero a vos te banco porque no sos un jugador puteable, me caés simpático’. Le pasa a Palermo, que si bien nos hizo muchos goles, el hincha de River no lo odia porque es un jugador de perfil bajo, que cae bien, es un luchador.
–¿Cuánto envejeciste el año del ascenso?
–Muchísimo. Nunca viví nada igual en el fútbol, llegué al límite de mis sentimientos. Terminé con psicólogo... no fue joda. Ya ni me reconocía. Terminé aislado de mi familia, encerrado conmigo mismo. Llegué con lo justo al final, por eso el llanto cuando ascendimos porque fue un desahogo impresionante. Encontramos una dirigencia que nunca nos acompañó, fue remar todo el tiempo contra la corriente, convivir con una presión terrible porque el equipo tenía que ascender sí o sí y ganar 5-0. Y los que absorbíamos la presión éramos el entrenador, el Chori y yo. Esa fue la realidad: éramos la cabeza del equipo y los que estábamos todo el tiempo bajo la lupa.
–¿Te tranquiliza que en cada oportunidad Almeyda asuma su culpa por tu salida de River después del ascenso?
–Ya está, es un tema pasado, ya está. Me quedo con todo lo bueno que nos tocó vivir, y sobre todo con haber cumplido el objetivo. El primer granito de arena para que ahora el club esté bastante bien económicamente y reconocido a nivel mundial fue el ascenso. Todos vivimos un año infernal, yo terminé desbordado. Sólo nosotros sabemos por todo lo que atravesamos.
–La organización del partido homenaje te habrá mantenido ocupado… ¿y desde el domingo, qué?
–Estoy muy ocupado con mi marca de indumentaria deportiva, me gustó mucho la experiencia como comentarista de ESPN, con mi Fundación seguimos ayudando a muchos chicos, porque no hace falta irse muy lejos ni a otra provincia para encontrar gente que necesita zapatillas, útiles escolares y ropa de abrigo. Nuestra condición de ‘conocidos’ nos permite una llegada que otros no tienen, y nosotros tenemos la obligación de aprovecharla. Pero también estoy haciendo el curso de entrenador, aunque mi vínculo con el fútbol me lo imagino desde otro lado. Además, con estos chicos soy muy contemporáneo, fueron compañeros o amigos, y sería complicado dirigirlos. Pero de acá a 8 o 10 años voy a haber pasado los 40 y quién sabe si no me pica el bichito. Y porque haya jugado al fútbol eso no me habilita a entrenar a nadie, por eso hay que prepararse. Pero confieso que me gusta más la gestión deportiva.
–¿Y si D’Onofrio te propone sumarte a la dirigencia?
–Como DT tendría que decirle a un amigo que se busque club o mandarlo al banco, y eso debe ser muy difícil. Pero en la gestión hay miles de funciones, incluso algunas que ni siquiera son directas con el plantel. De todos modos, nadie me propuso nada. No he hablado nada por el momento y yo quiero estar tranquilo. Disfruto de ver los partidos y voy a estar en Paraguay para seguir los octavos de final de la Copa Libertadores. No es necesario un cargo político para estar cerca del club.
–Amadeo, Labruna, Alonso, Ramón Díaz, Francescoli, Ortega… ¿Y Cavenaghi? ¿Te sentís cómodo ahí?
–No, yo no me pongo en ninguna lista. Sí me siento muy querido por la gente de River, pero no sé si soy un ídolo. ¡Si yo entré por la ventana a mi partido despedida! ¡Y sí! Mirá: hay sólo tres jugadores en los 116 años de historia de River que tuvieron su partido despedida, Alonso, Francescoli y Ortega, y ya meter mi nombre entre ellos casi me parece una exageración. Sinceramente, no sé si merezco esta fiesta. Es demasiado. Ni lo hubiese soñado. La gente de River me conmueve, ¡agotaron las entradas en 24 horas! Prefiero pensar que no es la despedida…, si mi idea es estar cerca de River toda la vida.
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