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Éver Banega, el rey del pase: fue el socio de Messi y justo cuando volvió a brillar, tomó una decisión millonaria
En la espalda, lleva impregnado el número 10. Pero no es enganche: nunca lo fue. Un cinco con estilo, marca, conducción y desvaríos emocionales. Jamás fue un clásico motor del círculo central. Una suerte de librepensador con obligaciones tácticas y una pegada fenomenal. No le sobra gol: en 489 encuentros marcó 48 tantos. Pisa el área y retrocede: lo agrada más el balón que el arco. No es alto (1,73m) y maneja el arte del roce del cuerpo con el almanaque del oficio. No cabecea, no es un titán del quite, y su gambeta es ocasional: sólo cuando se le ocurre. La clase de artista de reparto que se marea en las marquesinas.
Nunca quiso ser una estrella: los excesos del afuera traicionaron parte de su clase. A los 32 años, Éver Banega juega con la precisión de la nostalgia. Brilla un rato –cada vez que deslumbró, duró un suspiro maravilloso–, abre la puerta y se despide. Es el 10 de Sevilla, el campeón de la Europa League, y, justo ahora, se va, detrás de los millones del petróleo. Es una perfecta metáfora de su carrera: cuando su categoría asoma de nuevo en las grandes ligas, él agacha la cabeza, golpea el portón y se marcha al olvido.
Sevilla piensa, resiste y gana en modo Banega, campeón en Boca, en el Sub 20 y de los Juegos Olímpicos; campeón en Valencia y ahora tres veces de Europa League. Un ganador, que influye: hizo la asistencia en el segundo gol, marcado por De Jong. Tiene temple como para mantenerse un par de años más en la elite, pero declina la oferta. Cuando el mundo vuelve a aprender del estilista de la pelota detenida, luego de la algarabía de la gloria con acento andaluz, él se instala en el destierro futbolero, el placer de la buena vida. Lo espera Al Shabab, de Arabia Saudita, que le pagará 30 millones de euros por tres años.
"Lo sabíamos. Confiamos plenamente en Éver. Nos da pena que se vaya, pero es una decisión personal de él y poco podemos decir. Seguro que va a ayudarnos en estos seis meses a ser un mejor equipo. No tengo ninguna duda de Éver como jugador", contó Julen Lopetegui en su momento. Hace unas horas, fue aun más gráfico: "Cuando Éver juega bien, el Sevilla juega bien. Está jugando a un nivel muy alto y es de los jugadores de más alto nivel competitivo".
La emoción de Banega
¿Cómo es jugar –y ganar y salir campeón– con la certeza de que éste, o el siguiente, es el último partido? ¿Cómo no marearse, cómo explotar los recursos con la puerta entreabierta? Lo analiza el entrenador que rescató el –algo escondido– fuego sagrado de un volante de colección. "Su compromiso ha sido espectacular. Su final de temporada... Todo. Desde que se anunció su marcha su actitud ha sido de diez. Es un ejemplo absoluto. De los jugadores más competitivos que conozco y que he entrenado", arriesga Lopetegui. Los expertos en temporadas teatrales coinciden: las últimas funciones antes del telón definitivo suelen ser las más recordadas.
El dinero mueve al mundo. El que viene es un número brutal que excede el análisis. Sobre todo para aquel niño que sólo quería ponerse de modo oficial, aunque fuera una vez, la camiseta de Newell’s. Cumplió ese sueño y tantos otros. Como jugar junto a Leo Messi, no siempre del otro lado del mostrador; como cuando era un pibe y la figurita de Alianza Sport, de Rosario. "El clásico en el baby era contra Grandoli: ahí jugaba Messi. Llegamos a enfrentarnos en varios partidos, pero menos mal que se fue pronto porque siempre nos pintaba la cara... Ya se veía que era un crack...".
El Mago era un 5 estilista en las inferiores de Boca, mientras que Leo asomaba como el mejor de todos los tiempos en Barcelona. Banega no puede quejarse: jugó con Lionel en el seleccionado. Y actuó en Valencia, Atlético de Madrid y hasta Inter. No pasó inadvertido en ningún destino en casi 11 temporadas con acento europeo. Pero es en Sevilla donde encontró su casa perfecta.
Pelo prolijo y recortado, barba de diez días, sonrisa de ocasión, medias que a veces se bajan solas. Meses atrás, escribía el prólogo de su despedida con un posteo en Instagram que se resumía así: "Hoy celebramos con toda la banda el 130 aniversario de nuestro Sevilla FC querido. De esos 130, me corresponden 5 años inolvidables en los que estoy viviendo mi mejor etapa como futbolista. Después de más de una década compitiendo en la élite en Europa, he decidido probar una nueva experiencia a partir del próximo verano, un nuevo continente, un nuevo fútbol. Cerraré mi ciclo en Europa como quería, en el equipo de mi vida -junto a Newell’s-, mi Sevilla FC, el equipo en el que hice mi mejor juego y en el que he vivido mis mejores experiencias: títulos, regresar a la selección, jugar un Mundial, vivir noches inolvidables como la de Old Trafford... Aquí aprendí que rendirse está prohibido, aquí encontré un lugar en el mundo para ser feliz...".
Los elogios de Lucas Ocampos a su compañero
La Bombonera, el Parque Independencia y el Sánchez Pijuán. Pero ahora, ahora mismo, su sentimiento está envuelto en la burbuja del éxtasis en una cancha en Colonia, Alemania, luego de la función final frente a Inter. "Sería un sueño repetir la primera despedida con un título. Ojalá pueda despedirme de la mejor manera. Sueño con un final muy lindo para todos y también para mí. También, espero ganar un título, por toda la gente que no va a poder estar en el estadio", anhelaba. Acaba de lograrlo: su imaginación se convierte en realidad.
Algunos tropiezos en su vida social lo trasladaban a la pelota, poco dócil para con su suela cuando la cabeza daba otras vueltas. Siempre fue muy bueno; queda la duda de si pudo ser mucho mejor. Fue uno de los tantos (frustrados) socios de Messi en la selección. Una etiqueta vencida, añejada, que Éver exhibió con orgullo y vergüenza. Porque, en realidad, fracasaron casi todos, los reales y los impuestos por el medio: Gago, Pastore, Dybala, Agüero, Lo Celso y hasta Paredes. Decía en 2016: "Tenemos que trabajar para que él se sienta cómodo y pueda hacer esas cosas que hace". Jorge Sampaoli, entre la ebullición de 2018, comentaba: "Es un partido como para que lo jueguen los históricos y Éver es uno de ellos. Es el jugador ideal para conectarse con Messi".
Banega solía exhibirse en casi todos los entrenamientos y en muy pocos partidos en celeste y blanco. Sus números no impactan: 65 encuentros, 6 goles y 8 asistencias. Sin embargo, lo global queda a un costado ante esa rabia que se aceleró por su ausencia en Brasil 2014. Messi lo quería; Alejandro Sabella, el mejor conductor del seleccionado en los últimos 20 años, no tanto. Lo apartó en el último corte. "En el momento uno está caliente, pero claro que me gustaría tomar un café con Sabella para saber por qué tomó esa decisión. Y charlar; no soy rencoroso. Si hubiese sido otro lo habría mandado a la m... Es que no me la veía venir. Siempre cumplí. No me mandé ninguna macana y aún no sé por qué razón me dejó afuera. Hay decisiones que uno respeta pero no comparte", contó alguna vez.
La depresión le duró un suspiro. Hoy es otro: un número 10 maduro. Juega, marca y se consagra, una vez más. Un mago: es el rey del pase. El que se emociona, el que llora. Como si fuera un niño.
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