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Eurocopa: Inglaterra ganó, pero perdió crédito y Serbia demostró que no cree en sí misma en un partido ideal para los psicólogos
El gol del triunfo lo anotó Bellingham; los británicos arrastran nada menos que 58 años de frustraciones. Desde aquel discutido título mundial de 1966 que no suman más celebraciones
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Afirmar que las diferencias entre la fortaleza económica y la difusión mediática del fútbol inglés y la modestia que condena casi al anonimato al serbio son siderales no es ningún hallazgo. Sin embargo, debajo de lo evidente, surge alguna semejanza no expuesta a simple vista. Por ejemplo, los traumas psicológicos que afecta a unos y otros, cada cual con sus circunstancias.
Los británicos arrastran nada menos que 58 años de frustraciones. Desde aquel discutido título mundial de 1966 han pasado decenas de trofeos continentales y mundiales -algunos incluso organizados en las Islas, como la última Eurocopa- sin sumar más celebraciones. La consecuencia es la carga cada vez más pesada de la mochila que deben llevar sobre sus espaldas las sucesivas generaciones de jugadores que se ponen la camiseta blanca de la selección.
El caso de los serbios es diferente. Nunca integraron el grupo de favoritos antes de una competencia grande por lo que carecen de urgencias históricas. Su problema tampoco es la distancia cada vez mayor que separa a su fútbol de la élite, sino el contraste con los éxitos de Croacia, su archirrival. No surgió en Serbia en estas dos décadas ninguna “generación dorada” equivalente a las dos que disfrutaron sus vecinos, y si bien el largo reinado tenístico de Novak Djokovic (fue el encargado de arengar a sus compatriotas antes del partido) los compensa en el aspecto deportivo, suena a poco en un país que vive este juego con total apasionamiento.
Dragan Stojkovic, el actual entrenador de los balcánicos, fue quizás el último gran estandarte futbolístico serbio, allá por los 90, cuando todavía la guerra no había devastado la región y existía un único país. Lo apodaban “el Platini yugoslavo”, un enganche exquisito, de pelota al pie y magnífica pegada. Tres décadas más tarde, el recuerdo de su etapa de jugador se desfigura bastante al ver a su selección. O al menos se desfiguró en el planteamiento inicial que presentó en el estreno.
Timorato más que prudente, Serbia montó dos líneas de trincheras en su campo sin más ambición que impedir el juego inglés -por las buenas o como fuera-, pero le bastó para empezar a desnudar las carencias y despertar a los fantasmas que envuelven a Gareth Southgate y su grupo.
Lo mejor del partido
Al entrenador británico le cabe la coartada de que una cosa es la Premier y otra muy diferente los jugadores disponibles para integrar el combinado nacional. Que el club con mayor cantidad de futbolistas convocados (4) sea el Crystal Palace, 10° esta temporada, es una señal inequívoca de que no todo lo que brilla es oro. Pero por otro lado, también es cierto que entre los once que pisaron el césped en Gelsenkirchen sólo había uno del conjunto londinense, y el resto, en su mayoría estrellas de primer nivel, se repartía entre los equipos líderes. El resultado, en cuanto al juego, fue en todo caso decepcionante.
Inglaterra ganó 1 a 0, pero casi nada de lo que hizo durante los 90 minutos merece elogios encendidos. Se encontró con la pelota y 60 metros de terreno para manejarse a su gusto, incluso se adelantó en el marcador de manera temprana (zambullida de cabeza de Jude Bellingham para conectar un desborde y centro de Bukayo Saka por derecha a los 13), y en ningún momento dio sensación de poderío.
La falta de un funcionamiento colectivo que esté a la altura de las individualidades no es nada novedoso en la selección inglesa. No logra dárselo Southgate como tampoco lo consiguieron quienes le precedieron en el cargo. Se puede percibir la intención de un juego aggiornado a los tiempos que corren, pero sin el trabajo de ajuste imprescindible para que fluya y transforme la sucesión de pases en una herramienta para desacomodar defensas compactas y numerosas como la serbia.
Le faltaba cambio de ritmo al ataque inglés en el principio, antes del gol, y le faltó constancia después para sostener el dominio y marcar las diferencias que se suponían en la previa del partido.
La omnipresencia de Bellingham, para dar el primer pase tirado atrás, conducir el ataque diez metros más adelante, tirarse a los pies de un adversario para recuperar, sacarla de su área con un puntazo a cualquier parte, y llegar a la de enfrente para hacer el gol de triunfo, no tiene compañía. Se pierde Phil Foden en zona de nadie, no participa Harry Kane en el circuito de juego, no pesa Trent Alexander-Arnold como doble 5, no hay sociedades ni movimientos que sorprendan. Sólo las gambetas de Saka parecen ser aporte válido para la categoría del volante del Real Madrid, hoy por hoy, un crack sin equipo.
Stojkovic y los suyos fueron despojándose de los temores cuando comprobaron que enfrente no había ningún cuco. Los balcánicos fueron los dueños del segundo tiempo. Fue entonces cuando también ellos dejaron al descubierto sus debilidades. Sin una gota de creatividad hasta el ingreso de Dusan Tadic, Serbia mostró empuje y corazón, pero apenas nada más. Un manotazo de Pickford para desviar por arriba un disparo de Vlahovic desde afuera del área a 10 minutos del cierre fue lo más peligroso que se le cayó de los bolsillos en 45 minutos de martilleo ineficaz.
El más flojo de los partidos vistos hasta ahora dejó todo como estaba. Inglaterra sigue jugando con ataduras y el fútbol no le fluye. En Serbia continúa sin percibirse el nacimiento de una generación dorada. A psicólogos y formadores de talentos les queda mucha tarea por hacer.
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