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Eurocopa 2021: Fernando Rapallini, el jugador e hincha que les protestaba a los árbitros y hoy fue uno de los protagonistas del duelo entre Ucrania y Macedonia
Por el convenio de reciprocidad entre Conmebol y UEFA, por primera vez un referí argentino participó en el torneo de selecciones del Viejo Continente; el perfil de un árbitro que trata de conciliar el espíritu del juego con la letra del reglamento y en Bucarest tuvo una tarea correcta
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A mediados de abril, Fernando Rapallini debió postergar los abrazos y besos con su familia en el momento en que recibió la notificación de que era el árbitro de la Conmebol designado para la Eurocopa que comenzó el viernes último, con el partido Italia-Turquía. A ese instante de satisfacción, de realización profesional, lo vivió en soledad, en la planta alta de su casa, aislado por estar contagiado de Covid-19. La noticia lo tomó por sorpresa. No la imaginaba, pero de inmediato lo predispuso anímicamente para generar más anticuerpos contra la enfermedad. Su carrera era alcanzada por un hito que lo convierte en un embajador del fútbol sudamericano en el Viejo Continente. Este jueves todos sus sueños se cristalizaron con el duelo entre Macedonia y Ucrania, en una actuación que llevó con seguridad.
El argentino ya estuvo como cuarto árbitro en el encuentro del sábado último entre Bélgica y Rusia, en San Petersburgo (el español Mateu Lahoz fue el juez principal), realizó una muy buena actuación respondiendo de manera correcta en cada situación, en la victoria de Ucrania por 2-1. En el primer tiempo, con Ucrania 2-0, el mediocampista Shaparenko se dejó caer en el área de Macedonia fingiendo un penal, pero Rapallini no se dejó engañar y amonestó al futbolista ucraniano. Ya en el segundo período, estuvo muy atento para sancionar un penal para Macedonia del Norte: tras un disparo que rebotó en el travesaño, Pandev fue a buscar de la pelota, lo derribaron y el argentino no dudó en sancionar la infracción.
Un minutos más tarde, Rapallini detuvo el juego tras ser llamado desde el VAR. El árbitro argentino se acercó a la pantalla para ver una acción en la que se advirtió una mano en un tiro libre para Ucrania. Tras analizar la jugada por unos minutos cobró el penal para el seleccionado ucraniano, que fue ejecutado por Malinovskyi y atajado por Dimitrievski.
Se lo vio concentrado y sin dejar pasar detalles. Esperó por este momento, no se iba a permitir equivocarse. Es que a los 43 años, con diez como árbitro de primera división y un recorrido internacional que tuvo una estación clave en Europa, “Fefo” Rapallini fue protagonista, junto con los asistentes Juan Pablo Belatti y Diego Bonfá, del primer intercambio de cooperación arbitral entre la Conmebol y la UEFA para sus principales torneos de seleccionados. Desde España llegaron Jesús Gil Manzano y los asistentes Diego Barbero Sevilla y Ángel Nevado Rodríguez para dirigir en la Copa América de Brasil.
Rapallini se instaló desde el 2 de junio en la base destinada a los árbitros en Estambul, de donde salió rumbo a Bucarest, una de las 11 ciudades europeas (ocho capitales) en las que se desarrolla el certamen de 24 seleccionados, con el Portugal de Cristiano Ronaldo como defensor del título.
Por disposición de la UEFA, los árbitros no pueden conceder entrevistas. Puertas adentro, Rapallini se preparó para la experiencia más importante de su carrera, acorde con su lema de que las oportunidades de progreso profesional llegan mientras uno trabaja con responsabilidad y compromiso. Con la actitud de pensar que lo más importante está por venir, pasó por el Mundial Sub 20 2019, eliminatorias, Copa Libertadores, Copa América 2019 y la final de la Recopa Sudamericana que Flamengo le ganó a Independiente del Valle.
Viajó sin más objetos profesionales que su silbato personal –de aire; los antiguos de bolilla ya no son utilizados–, ya que la UEFA lo proveyó de la indumentaria. En la Eurocopa recuperó la atmósfera de volver a dirigir con público, un entorno ausente en la Argentina desde hace 16 meses. En los 11 estadios elegidos se permitirá un aforo que estará entre el 22 por ciento en el Football Arena, de Múnich, y el 100 en el Puskas Arena, de Budapest. Rapallini seguramente ya no extraña un ambiente repleto como el del Maracanã en la final por la Recopa Sudamericana, si bien se impone el mismo nivel de concentración y atención para partidos tanto con público como sin él.
La experiencia le permitió desarrollar una mayor inmunidad a las protestas y los insultos que suelen bajar desde las tribunas. El mayor cambio es que ahora son más audibles las quejas de los futbolistas y los bancos de suplentes. En todo este tiempo de la “nueva normalidad” no fue víctima de alguna falta de respeto. Le quedará como una anécdota pintoresca que Marcelo Gallardo se haya ofrecido en River-Argentinos para anotar a un amonestado, con la intención de que el que juego se reanudara inmediatamente. Rapallini no lo escuchó; se enteró cuando posteriormente lo vio reflejado en los medios. El espíritu arbitral es el de agilizar el juego, sin dejar de lado la estrategia de tomarse un segundo más en una interrupción si es necesario para que un jugador se tranquilice.
El desafío es construir una relación respetuosa con los futbolistas. En diez años en primera división mostró sólo un par de tarjetas rojas por insultos. Los incidentes más escabrosos sucedieron con Guillermo Barros Schelotto, que lo acusó de no ser ecuánime en un superclásico, y con Fernando Gago, que amenazó con abandonar un Huracán-Boca por un supuesto exceso verbal de Rapallini. El oficio les enseña a pasar página de los malos recuerdos, sacar las enseñanzas debidas y dar por cerrados los casos.
Es defensor del VAR (en el juego de esta jueves lo ayudó para advertir una mano y sancionar un penal para Ucrania), al igual que todos aquellos árbitros que estiman que es más importante el sentido de justicia que la interrupción del juego que puede causar una herramienta cuya aplicación reconoce que hay que ajustar. El instrumento tecnológico libera al referí de cargar en su conciencia con el peso de un grave error durante el resto del partido.
Nacido en La Plata, de chico jugó en las ligas de su ciudad. Fue un Nº 9 sin mucho gol y quienes compartieron una cancha con él lo recuerdan como bastante protestón ante los árbitros. También se enfurecía con algunos fallos cuando era hincha e iba a la tribuna. Fue su padre, “Cachi”, el que lo desafió a ponerse en el lugar del referí, a ser el único protagonista sin hinchada y el más expuesto a los desbordes emocionales de los demás. La observación le quedó rondando en la cabeza, hasta que con 20 años canalizó su pasión futbolera con una inscripción en la Escuela Superior Platense de Árbitros (ESPA), dirigida por Jorge Vigliano.
Mientras cursaba notó la perseverancia y la dedicación que son necesarias para hacer carrera como árbitro. El aula que estaba llena al principio iba vaciándose por las deserciones. No todos estaban dispuestos a agarrar el bolsito y levantarse temprano para ir formándose desde abajo.
Su condición de jugador amateur e hincha lo ayudó a interpretar el espíritu del reglamento para evitar ser un autómata de las reglas. A ser percibido por el futbolista como alguien que sabe conjugar la letra escrita con el control de las conductas humanas. La suerte de un árbitro muchas veces se juega en la consideración que el futbolista tiene de él. Y Rapallini siempre quiere transmitir que es un hombre de fútbol. Esa concepción del arbitraje lo llevó a tener a Héctor Baldassi como referente. Tiempo antes se había deslumbrado cuando vio a Juan Carlos Loustau dirigir Alemania-Países Bajos en el Mundial Italia ’90.
La oportunidad de la Eurocopa le permitió intercambiar experiencias con colegas como el español Lahoz, el holandés Björn Kuipers y el alemán Felix Brych. Por unas semanas estará alejado de su otra ocupación en Buenos Aires: asesoramiento en construcción y diseño de piscinas. Hace dos meses, cuando se lamentaba porque el Covid-19 lo dejaba afuera de dirigir Colón-Godoy Cruz, recibió la novedad de que al poco tiempo podía estar compartiendo una cancha con Cristiano, Antoine Griezmann, Harry Kane, Kevin De Bruyne, Luka Modric, Thomas Müller, Jorginho o Sergio Busquets. Este jueves en Bucarest, se sintió parte de esa constelación de estrellas.
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