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¿Estudio y ensayo o pura improvisación? Dónde está el secreto en las tandas de penales
Son muchos los factores que inciden en ese duelo y desde ya que la carga de información previa puede ser valiosa, pero no es cierto que todo pueda prepararse
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La semana pasada, todos los cuartos de final de la Copa de la Liga Profesional se decidieron por penales, un hecho que originó múltiples preguntas y comentarios sobre el valor de los análisis y ensayos previos. De todo lo que se dijo me quedé con una frase de Sebastián Sosa, el arquero de Independiente: “Íbamos a practicar penales pero pensamos que era mejor hacer lo que cada uno sintiera en el momento”, comentó, para terminar asegurando que no había estudiado a los posibles rematadores de Estudiantes.
En una época en la que todo pretende justificarse desde la ciencia para darnos importancia, me resultó particularmente grato escuchar a un protagonista clave rescatando un concepto que forma parte de la esencia de este juego: la espontaneidad. Demasiadas veces se pretende hacer del juego algo rebuscado, ignorando lo que el juego tiene como sustancia propia.
Cualquier penal, y más aún el que forma parte de una tanda definitoria, es un mano a mano entre dos personas donde una tiene mucho para ganar y la otra, demasiado para perder. No hay mejor ejemplo en ese sentido -aunque haya ocurrido en el transcurso de un partido- de aquel que Barovero le atajó a Gigliotti por la Copa Sudamericana. Un momento que significó la consagración para el arquero de River y motivó el exilio del delantero de Boca.
Son muchos los factores que inciden en ese duelo y desde ya que la carga de información previa puede ser valiosa, pero no es cierto que todo pueda prepararse. Aunque haya pasado a ser un símbolo, el papelito de Lehmann en el Mundial de 2006 no es lo normal.
Aquel tercer penal en la Supercopa 89
Conocí por primera vez lo que se siente en una tanda de penales cuando tenía 19 años. Era un juvenil en un plantel con nombres muy “pesados” -Navarro Montoya, Cucciuffo, Marangoni, Giunta y varios más-, cuando Boca tuvo que definir la Supercopa del 89 en cancha de Independiente. Recuerdo que estaba ahí, en ese puñado de jugadores, tratando de asimilar lo que se vivía. Podría haberme refugiado en mi carácter de recién llegado a un plantel con tanta experiencia, pero sentí que quería asumir la responsabilidad aun sin saber si estaba preparado, el técnico -Carlos Aimar- lo percibió, y me designó en tercer lugar.
Un penal mide personalidades, estados de ánimo, virtudes de pateadores y de arqueros, pero por sobre todas las cosas mide las fortalezas y debilidades mentales de las dos personas que participan. Es en ese punto donde se puede conseguir el plus que establece la diferencia. En ese sentido, soy de los que piensan que es mejor evitar que el cerebro repita la palabra “no”. En las arengas previas siempre prefería escuchar muchos “vamos” en lugar de que se hable de “no fallar”. La cabeza puede no distinguir el “no” y llevar inconscientemente a que ocurra lo que en teoría se niega.
Desde el lugar del arquero es el momento donde tiene más peso el intransferible valor de la intuición. Sergio Goycochea fue el mejor ejemplo en ese sentido. También puede jugar a su favor la capacidad de intimidación, ya sea por presencia o actitud. El histrionismo del mencionado Sosa, la energía y el optimismo que irradia, sin duda le genera dudas y conflictos a quien va a enfrentarlo.
Del lado del ejecutante, en cambio, nada tiene más valor que la fuerza mental. Patear un penal exige resetear la cabeza, quitar de ella cualquier otro pensamiento, lograr el mayor equilibrio posible entre relajación y tensión, tener la suficiente convicción y enfocarse solo en acertar.
Aquella vez de mi primera caminata desde el círculo central me sentí más solo que nunca en una cancha. Era yo, con nombre y apellido, el que iba dejando a mis espaldas a un equipo cuya suerte dependía de lo que hiciera, con una responsabilidad ligada más que nada a la culpa, a la posibilidad de convertirme en maldito. Me aferré a lo que me daba más confianza, elegí el palo izquierdo de Pereira y salió bien.
¿Es esa la conducta que se mantiene siempre? No, para nada. Aunque pueda sonar extraño, la ejecución de un penal tiene también mucho de decisión instantánea, de un cable que se cruza sin previo aviso e impulsa a modificar lo que se tenía pensado o ensayado. Puede depender de la confianza del jugador, de algo que ve o cree adivinar en ese último segundo. Y le cabe a cualquiera. Maradona falló cinco penales consecutivos jugando en Boca y uno en la tanda contra Yugoslavia en el Mundial 90; Baresi y Baggio erraron los suyos en la final del Mundial 94; y con resultados bien distintos, Zidane, el Loco Abreu o Cardona eligieron ‘pinchar’ la pelota en situaciones límite.
Algunas estadísticas sugieren que es mejor empezar pateando, pero no son categóricas. Existe la idea de que si un equipo empata sobre la hora llega con mayor carga de combustible anímico, pero Banfield logró la igualdad ante Boca en el minuto 96 en la reciente Copa Maradona y la tanda fue para Boca. En definitiva, no hay una lógica dominante, aunque haya quienes insistan en afirmar lo contrario.
Por eso, nada más saludable para la pureza del fútbol que la receta ofrecida por Sosa la semana pasada: dejar a cada jugador el margen de libertad necesaria para hacer lo que crea mejor en ese instante en el que su destino oscila entre ser héroe o villano.
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