El excapitán de la selección argentina pide evitar “una atmósfera tóxica” después de la derrota contra Arabia Saudita; cree que el equipo tiene todavía herramientas para reencontrar el estilo
DOHA.- Me conocen. Saben que soy optimista por naturaleza, siempre pienso que lo mejor está por venir. Con la selección también, por supuesto. Tampoco soy necio ni un ilusionista, la selección sufrió un golpe inesperado. No estaba en los planes tener este estreno en el Mundial, más allá de que les había advertido que los favoritismos siempre son peligrosos. Ahora hay que escaparse pronto de una atmósfera tóxica. Atravesar la angustia, sí, vivirla puertas adentro, encontrar los errores, dialogar todo lo que sea necesario y, después, dejar rápidamente atrás el partido con Arabia Saudita. Vivir del lamento sería un error. México tiene que convertirse en la obsesión de la selección. Obligarse a pensar hacia adelante. Renovarse. Ponerse un nuevo objetivo. Serán días para recuperar el físico y para repasar conceptos, sí, pero hasta un punto, no conviene exagerar. El sobreanálisis de lo que sucedió no sirve porque prolonga la negatividad. Ahora hay que apoyarse en los afectos, blindar el grupo y confiar en la fortaleza mental. Desde ahora, el espíritu ocupa la primera plana.
Lo malo que podía ocurrir ya sucedió, a salir de ahí entonces. A rearmarse. Fue una falsa actuación, hay herramientas para reencontrar el estilo. Pero no es sólo un deseo, es el activo de la memoria. Recordemos cómo ha jugado esta selección, ahí está su capital. Debe volver sobre sus pasos. En el debut nos encontramos con un rival muy físico que planteó astutamente el partido y nosotros no estuvimos en nuestra mejor versión. Estuvimos lejos, en realidad. A la Argentina le costó manejar la pelota, fue de tránsito espeso, y ahí empieza el análisis. La selección necesita, porque su ADN se lo impone, tener la pelota, asociarse a partir de ella, juntarse con ella y distribuirla. Ir juntando cadenas de pases para avanzar. No salió.
A Leo lo vi intermitente, entró y salió frecuentemente de la dinámica del partido, como si le costara estabilizar su influencia en el juego. Creo que la férrea marca de Arabia Saudita condicionó su aporte. El rival logró algo muy importante: llevar el partido a las zonas que le convenía y conseguir, ahí, que nuestros jugadores se sintieran incómodos. Que no pudieran desplegar sus principales virtudes. Y lo consiguieron también con Leo.
En mi columna anterior compartía mis sensaciones frente al debut en un Mundial. Porque recuerdo mis emociones, mi ansiedad antes de jugar en Francia ‘98. El primer partido, el que todos esperamos, es siempre el más difícil de la competencia porque juegan muchos factores más allá del campo futbolístico. Ilusiones, nervios, tensión. No es sencillo administrar ese torbellino de impulsos. Es, nada más y nada menos, que el primer paso en una Copa del Mundo. Y ese estreno condiciona los próximos días, hasta el segundo partido. Cambia el humor, y eso es inevitable. Ahora hay que gestionar esa angustia, esa bronca, para conseguir que motorice el deseo de revancha. El cuerpo técnico, con mucha experiencia en mundiales, y las figuras de Leo, Otamendi y Di María serán vitales puertas adentro.
Un líder trabaja para solucionar el problema desde el mismo instante que el problema se presenta. Por eso me gustó la actitud de Leo minutos después de la derrota. Seguramente estaba tan o más dolido que todos, pero supo qué le correspondía hacer en ese momento como capitán: asumir la situación. Si se paró frente a los medios de prensa del mundo para reconocer los errores y enviar hacia afuera un mensaje de esperanza, por supuesta que antes ya lo había hecho hacia adentro, en el vestuario. Entendió que debía actuar de inmediato, especialmente para calmar a los más jóvenes del plantel. Él sabe, cómo nadie, que los lamentos deben terminar pronto. El dolor no puede durar mucho tiempo porque te paraliza. Y la Argentina necesita volver a tensar los músculos y avanzar. El pasado ya es inmodificable, sólo sirve para aprender qué se hizo mal. Lo que está en manos de la selección es lo que vendrá: México. Si Argentina vuelve a su potencial, reestablece su condición de equipo intenso y dinámico, México y Polonia no serán adversarios infranqueables. Los observé y, además de favorecernos con su empate, no ofrecieron muchos argumentos temibles. Detalle para la formación argentina rumbo al sábado: la plenitud física es un aspecto vital. Será un partido para los que ofrezcan garantías en este aspecto.
No hay fórmulas exactas en el fútbol, todos lo sabemos. ¿Recuerdan el debut en Corea-Japón? Le ganamos a Nigeria, empezamos perfecto. ¿Y cómo terminó todo? Bueno, ya sabemos. Entonces nada está perdido ahora. Sí, tal vez se adelantaron los tiempos: cada partido de la zona pasará a ser determinante, casi como si ya mismo tuviéramos que jugar por los octavos de final. Y me atrae ese desafío, porque este grupo ya nos demostró de que está hecho. Les sobra personalidad. Nadie llega a ser candidato en la consideración mundial por nada. El futbolista argentino siempre crece en la adversidad.