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Érase una vez el fútbol
Negocio vivo, pero símbolo ante todo del fútbol-juego en su estado más puro, Leo Messi era la historia romántica del “one club man” (hombre de un solo club). Pero dejó Barcelona, que es “Más que un club” y lleva ciento veinte años como el equipo más identitario del top fútbol. Y se fue a PSG, un club fundado en 1970, con presidente qatarí y jugadores de todos los países y que “podría llamarse Coca Cola”, como ironizó una vez Michel Platini. El ex crack conoció ese poder cuando el entonces presidente Nicolás Sarkozy lo citó en 2010 al Palacio del Eliseo, le habló de aviones, gas y petróleo y le ordenó que debía votar a Qatar como sede del Mundial 2022. Si compraron a la FIFA, ¿por qué no podían comprar al mejor del mundo? El arribo de Messi a París hizo recordar al de Diego Maradona a Napoli en 1984. A Messi lo escoltó ayer un ejército de policías. A Diego, uno de camorristas. La primera pregunta a Diego en su conferencia de prensa fue si sabía que la Camorra podía haber comprado su pase. Difícil que a Messi le pregunten hoy sobre Qatar y su dinero, que está cambiando el mapa del fútbol mundial.
Qatar, es cierto, “lava imagen”. Pero esa política de “soft power” (poder blando) está pasando a ser ya “poder duro” para el fútbol. El Mundial, Neymar, Mbappé y ahora Messi y un equipo de Play Station. La billetera ilimitada del jeque pareció ser la única solución para seguir disfrutando a Leo, a quien Barcelona, tras 21 años y 35 títulos, dejó partir en apenas horas y con un comunicado de apenas nueve líneas. “Quiere decir que algo grave, muy grave, aqueja a nuestro fútbol”, escribió Vicente Jiménez, en AS. Ya no alcanzan los clubes tradicionales y poderosos y las ventajas históricas que reciben de patrocinadores, Federaciones, prensa y gobiernos. Tampoco alcanza el dinero de la TV de pago que infló presupuestos.
Cualquier jugador vale hoy una fortuna. Los intermediarios que se quedaban con millones ya son nada respecto de los nuevos CEOS, los fondos de inversión y los clubes-Estado. Es cierto, Messi podría haber evitado su “día más difícil”, como lo definió conmovido, si hubiese resignado más dinero. Me cuentan de niños que han llorado estas horas en Barcelona. Y leo críticos que le reprochan a Leo irse “sin haber hablado jamás en catalán”. Aún formando parte inevitable de la jungla, Messi solo puede hacerse responsable de haber cambiado la historia de Barcelona. Y de cambiar él ahora, porque, antes que Estados Unidos o China, ambiciona un cierre con más títulos.
En medio de la conmoción, Joan Laporta, otra vez presidente gracias a Messi, se fue a la Costa Brava a escuchar a José Luis Perales. El concierto, titulado “Baladas para una despedida” incluyó medio siglo de grandes éxitos. Perales, que ya tiene 76 años, cantó los inolvidables “Y cómo es él” (“En qué lugar se enamoró de ti”) y “Celos de mi guitarra”. Luego “Y te vas” (Que seas feliz/ Te olvidarás de lo que fui”). El público, maduro, acompañaba las letras de memoria. Perales anunció el turno de “Por qué te vas” (“Todas las promesas de mi amor se irán contigo/ Me olvidarás, me olvidarás”). De repente, la noche melancólica en los jardines de Cap Roig se vio interrumpida por un grito del periodista Albert Soler. “¡Laporta, cántala!”. Es el grito que, a partir de ahora, amenaza perseguir a Laporta hasta la eternidad.
Al día siguiente, sábado, Laporta almorzó mariscos con Florentino Pérez, presidente de Real Madrid. Si lo de Perales fue inoportuno, lo de Florentino sonó peor. Laporta asumió hace seis meses con la promesa de retener a Messi (“lo arreglamos con un asado”) y confrontar con Real Madrid (colocó su gigantografía frente al Bernabéu). Ni uno ni otro. No es responsable directo de que Messi se haya ido. Primero está Josep María Bartomeu, el presidente que en 2018 fue invitado a exponer a la Universidad de Harvard, pero que dejó a Barcelona con una deuda récord mundial de 1173 millones de euros. Y luego está la excusa de los controles financieros de la Liga que comanda Javier Tebas.
Otros apuntan contra Florentino Pérez. Lo acusan de haber presionado a Laporta, a quien además apuraron sus CEOS y los empresarios que le aportaron avales por 124 millones de euros para que pudiera asumir. Barcelona y Real Madrid se pelearon primero con la UEFA por la elitista y rebelde Superliga europea. Y ahora confrontan con la Liga de Tebas por un polémico acuerdo de hasta cincuenta años con el fondo británico CVC. En esa carrera de tiburones que se ha convertido el fútbol, y que excede al propio Messi, los jeques son Usain Bolt. No precisan avalistas y corren dopados.
Barcelona eliminó ayer la gigantografía del crack del Camp Nou, el estadio que parecía destinado a llamarse Leo Messi. Si el fútbol está cambiando de era, Barcelona más todavía. Laporta, que sin dinero no tiene carisma, se fue de vacaciones a Ibiza en un velero. El fútbol, que pese a todo jamás podrá ser solo negocio, agradecerá ahora que Leo extienda a París el arte que exhibió durante más de quince años en Barcelona. Cuando se supo que Laporta fue a un concierto tras echar a Leo, algunas radios se burlaron del presidente con otro gran hit de Perales. Ese cuya parte final dice: “Y se marchó / Y a su barco le llamó Libertad / Y en el cielo descubrió gaviotas / Y pintó estelas en el mar”.
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