El técnico se apoya en tres pilares: el momento de sus jugadores, la plenitud física de cada uno y las características del rival; cambió sistemas y jugadores sin perder la esencia
DOHA.- “Que el Mundial empiece ya”, se decía allá por julio de 2021, cuando el triunfo en el Maracaná había convertido a todos y cada uno de los integrantes del equipo en mejores de lo que ya eran antes de iniciar aquellos mágicos 90 minutos contra Brasil y, paradójicamente, el hecho de haberse cargado la Copa América había alivianado esa mochila que ya pesaba demasiado. Por entonces, la formación se recitaba como los equipos de antes, acentuando las pausas para cambiar de línea. Incluso con la confianza de algunos apodos, tal como sucede con aquellos que se conocen de toda la vida: Dibu; Montiel, Cuti, Otamendi, Acuña; De Paul, Paredes, Lo Celso; Di María, Messi y Lautaro.
“Que el Mundial empiece ya”, se decía allá por junio de 2022, cuando en realidad el Mundial habría empezado de haberse jugado en un país que para esa época no tuviera una media 50 grados de temperatura y cuando el equipo, ya admirado en todo el mundo, le agregaba “un europeo” a la lista de víctimas de su invictos, con todo lo que eso significaba. Con la variante de los laterales, ya a esa altura una constante, y un pequeño pero trascendente matiz: el 5, el volante central, el mediocentro o como quiera llamarse a esa posición que en los tiempos que corren, dicen, marca el estilo de un equipo. Entonces, con Molina por Montiel, con Tagliafico por Acuña y con Guido Rodríguez por Paredes, prácticamente el mismo había crecido en un año como para que se dijera que había encontrado el punto justo de maduración. Su punto máximo.
Para todos, o la gran mayoría, el favoritismo tenía avales más que suficientes y se compartía con Francia.
Para muchos, aunque en la era del #AnuloMufa nadie se atreviera a expresarlo, se les aparecía como una pesadilla el recuerdo de Japón-Corea 2002, con aquel equipo de Marcelo Bielsa que había alcanzado su altura crucero antes de la gran cita y apenas aterrizó ya sabía que no era el mismo.
Así de cruel y traicionera puede ser la memoria. Así de selectiva, también.
¿Saben cuántos partidos jugó aquel equipo que se recitaba y aún se recita, como se hacía con los de antes? Tres partidos. Sí, tres. Con los matices marcados de los laterales, sólo tres partidos. La misma, exactamente la misma escuálida cantidad de partidos de otra formación que sale en verso, como una poesía: Pumpido; Brown; Ruggeri, Cucciuffo; Giusti, Batista, Enrique, Olarticoechea; Burruchaga; Maradona y Valdano. ¿Les suena?
Ese equipo eterno formó así en tres de los siete partidos del Mundial de México 86 y salió por primera vez a la cancha para afrontar el mítico partido contra Inglaterra, una bisagra en la historia del fútbol argentino y, particularmente, en la de Diego Armando Maradona. Todo lo que pasó con su vida y con su carrera, algo en apariencia y de hecho inabordable e inabarcable, podría resumirse, sintetizarse, simplificarse, explicarse en lo que sucedió durante aquel 22 de junio de 1986. Así puede funcionar la memoria, también. Memoria emotiva: nada de lo que haya sucedido antes o después, ninguna estadística por rigurosa que sea, puede alterar lo que la memoria emotivamente guarda. Y lo que guarda, con Maradona, es que vivió con la camiseta argentina puesta, que desde el día de su debut -el 27 de febrero de 1977- hasta el día de su último partido -el 25 de junio de 1994- estuvo absolutamente en todos los partidos que la selección jugó. Y no, la verdad que no. Pero la emoción que sí. Todo por aquel bendito partido y por aquella bendita copa.
La planilla estadística de Lionel Messi no tiene baches. Aplicado y brillante, en Qatar ha ido completando todos los casilleros hasta adueñarse de todos los “el que más”: el máximo goleador (llegó a 11 tantos aquí), el máximo asistidor (llegó a 20), el que más ha jugado (25 partidos), y el que más veces ha sido capitán en los mundiales. Tan constante ha sido todo, tan vertiginoso, que hasta puede perderse de vista -o perderse en la memoria, que de eso se habla- cuánto ha cambiado todo a su alrededor en estos años. Leo debutó en Mundiales en Alemania 2006, exactamente el 16 de junio, contra Serbia y Montenegro; por cierto, es otro “el que más” que ostenta, ya que es, con 18 años, el argentino más joven en hacerlo.
Pero si él era joven, y de hecho lo era, vale aquí remarcar que un tal Julián Álvarez tenía por entonces apenas 6 años y 6 meses. ¿Y por qué vale remarcarlo? Porque fue justamente Julián Álvarez, hace unos días nomás, el partícipe necesario de una de esas jugadas que quedan, que quedarán, en la memoria, más allá, mucho más allá, del registro estadístico de una asistencia. Lo que Messi hizo en el estadio Lusail que ya es su casa, paseando a un señor futbolista de 20 años como Josko Gvardiol, hasta ese momento uno de los mejores, si no el mejor, marcadores centrales de la Copa del Mundo, y sirviéndole el gol a un señor futbolista de 22 años como el propio Julián Alvarez, fue mucho más que una asistencia. El registro ya no queda en una planilla sino en la bendita memoria. En esas situaciones, la mente le manda al corazón un mensaje: lo que estás viendo es historia. Y allí queda.
¿Qué equipo, qué formación, quedará en ese mismo lugar cuando todo esto acabe, en un puñado de horas, nomás?
Lionel Scaloni ha desafiado hasta al propio Bilardo: apoyado en tres pilares -momento futbolístico de sus jugadores, plenitud física de cada uno y características del rival-, ha ido mutando sistemas y cambiando jugadores sin repetir formaciones pero sin perder jamás la esencia. De aquel “equipo de memoria” hay sobrevivientes, claro, pero también modificaciones fundamentales. Este equipo, además de Messi, por supuesto, y de Dibu, Cuti, Ota y De Paul, cómo no, ahora es también el de Enzo, el de Alexis, el de Julián.
¿Cuál quedará al fin?
Tal vez no sea (no lo ha sido en seis partidos) el equipo de memoria y sí sea, (lo ha sido en seis partidos) el plantel de memoria, con todos menos dos arqueros jugando aunque sea un par de minutos. Tal vez no sea “de memoria” y sí sea “en la memoria”, que parece lo mismo pero no es igual. Si no, pregúntenle a los del “ochentaysei”.
Y, por cierto, “que la final empiece ya”.