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En Gimnasia, Griguol es presente y futuro: el Lobo lo ama y ese sentimiento no cambiará jamás
Su partida física no borra el sello indeleble que estampó en La Plata. Construyó tres equipos históricos, dejó un legado eterno y llenó el corazón de los triperos. Un romance que no precisó de campeonatos
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En la calle 45 entre 17 y 18, a unas cuadras del centro platense, posan cuatro ídolos de Gimnasia. Es un mural. Una obra de arte que sirve para describir al Lobo de los últimos 30 años. Ahí está Guillermo Barros Schelotto, figura en la década del noventa y campeón de la Copa Centenario. También emerge Pedro Troglio, subcampeón como futbolista y el técnico que lo devolvió a primera división en 2013. Otro que aparece en esa imagen es Diego Maradona, un ídolo mundial que vistió orgulloso sus colores. El cuarto –el que completa la escena– no defendió la camiseta albiazul, no fue campeón con el Tripero ni lo ascendió, y tampoco fue una estrella de envergadura internacional. Sí, hay una persona que no necesitó tildar ninguno de esos ítems para llenar de amor a toda la institución. Ese hombre es Carlos Timoteo Griguol. Un viejo querible, querido y querendón.
La historia de Timoteo como entrenador de Gimnasia es hermosa: tres etapas, 272 partidos, tres subcampeonatos, un equipazo que muchos señalan como el mejor en la historia del Lobo y un montón de enseñanzas. Vale la pena –cómo no– recordar algunas de ellas. Es un repaso que enriquece. “La educación es más importante que el fútbol. Ganar es importante, pero no es lo único. Los proyectos a largo plazo son posibles y tienen sentido. El camino para jerarquizar un club de fútbol es elevar el nivel de sus divisiones inferiores. A la hora de los refuerzos, más vale calidad que cantidad. Con poca materia prima se puede construir un gran equipo. El costado humano del jugador existe y es trascendental”. Y la lista, por supuesto, podría continuar.
Boca 0 vs. Gimnasia 6, en 1996
Cuando llegó a Gimnasia, en 1994, ya tenía un nombre dentro del deporte; de hecho, había ganado cuatro títulos como DT, con tres clubes diferentes (Rosario Central, Ferro y River). Lo que hizo en La Plata fue trabajar hasta estampar, para siempre, su apellido en el Lobo. El Campus, un centro de alto rendimiento de excelencia ubicado en su predio de entrenamiento, se llama Carlos Timoteo Griguol. Un homenaje en vida. Un homenaje merecido.
Griguol, en Gimnasia, logró el segundo puesto en 1995, 1996 y 1998. Tres conjuntos históricos para el Lobo, aunque muy distintos. El del Clausura 95 defendía mucho, brillaba poco y ganaba sobre la hora. El del Clausura 96 atacaba mucho, brillaba más y ganaba con holgura. A diferencia de los dos anteriores, el del Apertura 98 estuvo lejos de los extremos: tenía un poco de todo. Tres planteles diversos, tanto en jerarquía como en concepción. Los tres, eso sí, sumaban puntos a lo loco. Y los tres, claro está, quedaron en la memoria del hincha.
Uno de ellos, sin embargo, integra las páginas doradas de la institución. El de 1996. Perdón: el equipazo de 1996. El de los Mellizos, Pepe Albornoz y el Beto Márcico. El que le ganó 6-0 a Boca y 6-0 a Racing. El de los 44 goles. El que llenaba los arcos, pero también los ojos. Para algunos triperos, el mejor de la historia. Lo que no presenta demasiado debate es que integra el top cinco; una lista que –subjetividad mediante– podría completarse así: el campeón de 1929, el Expreso de 1933, el Lobo del 62 y el de Troglio en 2005.
“Cuando llegó a Gimnasia yo no lo quería e inclusive en la campaña del 95 tampoco me llenó. Era aguerrido y corría hasta los últimos minutos, pero nada más. A mí me convenció en el 96. Ahí entendí que se adaptaba al plantel que disponía: si tenía picapiedras, hacía un equipo de picapiedras; si tenía cracks, hacía un equipo de cracks. El de 1996 fue el mejor que yo vi: ganaba, jugaba lindo, hacía goles. En ese torneo el Viejo me convenció de que era un gran técnico. Un fuera de serie que, además, educaba a los futbolistas”, le cuenta a LA NACION Miguel Cabrera, de 73 años y 63 de ir al Bosque. Una declaración símbolo, ya que muchos sostienen ese pensamiento: los fue convenciendo día a día, desde miradas globales que iban más allá de un partido puntual o un campeonato.
Determinadas parejas, para confirmar el amor, requieren de anillos o firmas en un papel; otras, en cambio, dejan las formalidades de lado. En el fútbol, como en la vida, ocurre algo similar: algunos romances precisan de un campeonato y otros fluyen sin la obligación de ratificar nada, simplemente valorando el camino recorrido. La historia de Timoteo y el Lobo corresponde al segundo grupo. Es lo que piensan en cada rincón de La Plata.
Me tomo el atrevimiento, solo por este párrafo, de escribir en primera persona. Me hubiese encantado conocerlo. Charlar con él. Aprender. Disfrutarlo. Empecé a trabajar como periodista unas semanas después de que Griguol dirigiera su último partido. Una lástima. Pido perdón por incluirme, pero se me hace imposible escribir una nota vinculada a su partida y no confesar que me quedé con las ganas de conversar con ese hombre tan real y tan fantástico. El que hizo feliz a muchos amigos. Un viejo querible, querido y querendón.
Timoteo no se fue. Timoteo sigue en Gimnasia. El Lobo lo ama y ese sentimiento no cambiará jamás.
Gimnasia 6 vs. Racing 0, en 1996
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