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Eliminatorias: los cuatro jugadores (y puestos) que no están a la altura de esta selección, que siempre va al ataque
La consagración en el Maracaná liberó al equipo nacional, más suelto, con mayor confianza, más allá de los resultados; sin embargo, hay posiciones que provocan dudas, sobre todo, por la propuesta arriesgada
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La obtención de la Copa América ante Brasil, en el Maracaná -más allá de la alegría, de la emoción-, sirvió para cortar una sequía de 28 años sin vueltas olímpicas, un distintivo de la historia del fútbol argentino. El seleccionado había ingresado en una vorágine negativa, pesimista: se había acostumbrado a perder. O, en todo caso, se había olvidado de ganar.
Con equipos que jugaban mejor -una materia opinable, relativa- y con intérpretes consagrados en Europa, de una calidad asombrosa -menos discutible, quizás-, el equipo nacional pudo ser leyenda, con finales en un Mundial y en una doble Copa América, pero el destino -y varias decisiones erróneas en los momentos decisivos- lo dejó a un costado. Una generación maravillosa, sin medallas doradas y lejos del público.
Lionel Scaloni, un improvisado, fue el primer entrenador que, en serio, provocó el shock de la reestructuración. Atrás quedaron figuras de ensueño. Y se presentaron valores sin rodaje excesivo en el ámbito internacional y con poca identidad con nuestro medio, como Dibu Martínez, Cuti Romero, De Paul, Nicolás González y tantos otros. Se aferró a Lionel Messi, que se comprometió con su idea -dentro y fuera del campo de juego-, aceptó a Di María, se inclina por Otamendi y mira de reojo a Agüero, en cuanto a los cracks de la vieja guardia.
Tomó decisiones fuertes -las realiza, también, durante los partidos- y consiguió una identificación con el público mucho antes de la vuelta olímpica en la Copa América ante Brasil. La gente lo quiere. Aplaude a la selección, como no ocurre desde algún tramo puntual con Alejandro Sabella en la conducción. Este equipo, lógicamente, es más ofensivo. Desatado, provocado por la confianza extrema.
Tiene además, un aura especial. Los grandes conjuntos, a lo largo de la historia, tuvieron la fortuna de su parte en algún tramo del camino. Pudo haber estado 0-3 durante los primeros 30 minutos del primer capítulo, en la maravillosa victoria sobre Uruguay que acabó por el mismo resultado, en el Monumental. Resultó la mejor actuación del seleccionado en la era Scaloni, mejor aún que la tarea colectiva en Río de Janeiro, más dedicada a la destrucción que a la creación. Con otro valor, desde ya.
La gente se identifica con la selección. Se emociona. Los rostros de algunos hinchas en el Monumental así lo certifican. Hasta le ocurrió a Leo Messi en el sencillo triunfo frente a Bolivia semanas atrás. La liberación y, desde allí, la confianza. Todo (o casi todo) lo que se intenta sale bien. Los que salen, aceptan la situación, sin malas caras, como Di María.
El 3 a 0 sobre Uruguay
Sin embargo, el Mundial queda demasiado lejos. Más de un año. Y la supremacía -junto con Brasil, el líder de la clasificación- en esta parte del mundo está comprobada. Ya ocurrió otras veces: el poderío de aquí no se trasladó a los grandes desafíos, más allá de algunos amistosos triunfales contra gigantes de Europa. Queda la sensación de que la Argentina puede competir contra los mejores europeos, pero está lejos, todavía, de una paridad manifiesta, una suerte de mano a mano.
Está un par de escalones debajo de los cuatro que llegaron a la definición en Europa, Francia, España, Bélgica, Italia. Tal vez, no llega a escalar a los rendimientos de Dinamarca, Inglaterra. De a ratos, derriba cualquier muralla. Y, al mismo tiempo, por su propia idiosincrasia, sufre de más. No ofrece garantías defensivas, porque entiende que hoy, ahora mismo, no las precisa.
Por eso, es bueno ahora, cuando todo es efervescencia, pisar el freno. Scaloni no se deja llevar por las emociones, pero su propuesta ofrece dobles lecturas. Queda la sensación que que con otro tipo de selecciones -menos ingenuas, con otra jerarquía-, ese hipotético 0-3 con Uruguay y, al menos, cuatro situaciones de riesgo claras de Paraguay, en Asunción, hubieran sido determinantes con otro tipo de adversario. El lápiz rojo dibuja cuatro jugadores, cuatro puestos, en realidad, que provocan dudas, que siguen en el casillero del debe, cuando todo es una fiesta.
En ese juego, Lautaro Martínez podría ser parte, porque suele estar desorientado, participa poco del juego, pero su poder de gol sigue siendo claro, evidente. Es el artillero del ciclo y, sin embargo, sufre los partidos, se nota intermitente. La idea de probar con otro tipo de número 9 -un Lucas Alario, un Mauro Icardi, hasta un... Angelito Correa- podría darle más variantes a un equipo siempre audaz.
Los cuatro puestos son los laterales, el zaguero y el número 5. Todos están en falta. Tal vez, porque el resto vuela y, también, porque la propuesta muchas veces los deja desprotegidos. Pero en ese mismo terreno, Martínez, el arquero y Romero, el primer central, son incuestionables. Impasables.
Nahuel Molina defiende con ciertas dudas y cuando va al ataque, no suele acabar el recorrido con cierta puntería. Gonzalo Montiel espera en el banco, una garantía comprobada (jugó para 10 en la final con Brasil). Sale uno, entra el otro. No toman confianza, no se sienten titulares. Marcos Acuña es, tal vez, el más flojo de los titulares habituales. Le cuesta. Nicolás Tagliafico, su reemplazante, perdió la magia de tiempo atrás. O no siempre el puesto. Fue un blanco fácil durante el primer tiempo contra Uruguay.
No se trata de convertir a nuestro laterales en defensores del estilo del fútbol brasileño. Pero están contenidos, atados, se involucran poco, tal vez porque la Argentina no precisa de esos andariveles. Nicolás Otamendi quedó en evidencia durante la primera media hora contra la Celeste, sobre todo con el atrevimiento de Lucho Suárez, rápido, solo y atento. Contra Brasil -quedó en el olvido, por la consagración-, debió ser expulsado. Germán Pezzella es una garantía relativa. Buenos jugadores -uno con experiencia, el otro, con futuro- pero la selección necesita algo más. Otro Romero, por ahora, no se vislumbra.
Justamente, por la voracidad de la idea, Leandro Paredes queda expuesto. No es un clásico número 5 y suele ser amonestado en cada uno de los partidos. Además, perdió el puesto en PSG, más allá de la sintonía que tiene con Messi. Es un valor de selección, qué duda cabe. Sin embargo, en esa posición, hace falta un motor, que sepa marcar, dar el primer pase. Guido Rodríguez, Exequiel Palacios o un valor tipo Mascherano, que sepa tirarse sobre el césped. Que le agrade.
Cuatro puestos, cuatro intérpretes para seguir de cerca, cuando todo parece ser una fiesta.
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