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Elecciones en Boca: el candidato ídolo versus el candidato líder político
“Cuando los periodistas entraron al vestuario, todos eran blancos. Siempre fuimos vistos a través del lente de la mirada del hombre blanco”. Isiah Thomas, ex NBA notable, habla en un documental producido por LeBron James en 2018. Es una historia sobre deportistas que se atrevieron a reclamar en voz alta. Se llama Shut Up And Dribble. (Callate y gambeteá, diríamos si fuera fútbol). LeBron decidió el documental luego de que la presentadora de la cadena Fox Laura Ingraham le dijo “Shut up and dribble” en 2018, cuando él, en medio de un intercambio furioso con el entonces presidente Donald Trump, lideró una protesta en la NBA por el maltrato policial contra la población negra.
Nuestro ejemplo más cercano de “Shut Up And Dribble”, sucedió cuando Diego Maradona (y también Jorge Valdano) protestaron en pleno Mundial de México 86, porque había partidos al mediodía en la altura del DF, bajo calor y humedad agobiantes, todo para satisfacer el horario de la TV europea. “Los jugadores tienen que jugar y nada más”, exigió el entonces presidente de la FIFA, Joao Havelange, y ordenó respetar las ordenes de los que están “arriba”. “Habría que ver quién está arriba de quién”, le devolvió Diego, hasta que el DT Carlos Bilardo le rogó que bajara el tono, temeroso de una “vendetta” que dejara a la selección afuera del Mundial.
“¿Por qué se nos pide casi únicamente a los deportistas que solo hablemos de nuestro deporte? No se le dice a un médico que solo hable de medicina. O a un estudiante. O a un bombero”, reflexionó una vez el basquetbolista estadounidense Nigel Hayes. ¿Será por esa histórica subestimación de que “el deportista no piensa”? ¿De que su única virtud es el uso de su cuerpo? ¿Y que no debe contrariar al mundo modo Disney del deporte, una industria del entretenimiento que paga salarios dorados? El problema, además de campeones “no fáciles” como Muhammad Alí, LeBron o Diego, se agrava cuando el ídolo “invade” el terreno patronal. Por ejemplo: cuando quiere ser presidente de Boca. Y se llama Juan Román Riquelme.
Román no es Diego. Estuvieron enfrentados. Pero algo los une. Nunca fueron “empleados normales sino empleados artistas”, y rebeldes “contra la obediencia, que es una esclavitud naturalizada”, dijo el escritor Juan José Becerra al diario Tiempo Argentino. El texto, del colega Roberto Parrotino, recuerda que en 1996, durante una puja salarial con Macri (por entonces presidente de Boca), Maradona afirmó: “Yo no soy empleado de él, él no es mi jefe”. Veintisiete años después, es Riquelme quien lo dice: “Yo nunca fui y ni voy a ser empleado de ellos”. Hay otro video de 2012 que impresiona aún más. El periodista Pablo Ladaga pregunta a Riquelme si le gustaría ser presidente de Boca. “No me van a dejar”, responde Román.
El duelo entre el candidato-ídolo vs el candidato-líder político otorga un morbo inédito a las elecciones de Boca que siguen trabadas por la justicia. El martes debió excusarse la jueza Analía Romero. Horas antes, Román había confirmado que ella, su marido y su hijo ingresaron como socios de Boca en 2013, tiempos en los que gobernaba la oposición, y con el mismo método que ahora es objetado. “Si la señora jueza” aceptó ser socia así, es porque entonces “era todo reglamentario. Queremos que voten ella, su marido y su hijo”. Y “también el hermano de la otra jueza (Alejandra Abrevaya) que entró de igual modo. Queremos que voten todos los 51.473 socios” que habilitó con ese mismo método la gestión anterior, dijo Riquelme. Y también, claro, que voten los 13.364 socios de la gestión Riquelme. Son los socios que sí fueron objetados por la jueza Abrevaya.
Cuestionamos mucho al fútbol. Pero, a veces, y aun con todos sus defectos, el fútbol es un espejo generoso de lo que, intuímos, sucede en otros escenarios más decisivos del país. “Todos somos iguales ante la ley, pero algunos son más iguales que otros”. Parece fácil cuestionar el personalismo del candidato-ídolo y a sus amigos del Consejo de Fútbol. No sucede lo mismo con el candidato-líder político y sus amigos, por ejemplo, del Fondo de Inversión, un esquema polémico que sirvió antes para comprar jugadores y pagar un festival de comisiones. Un candidato tiene a las masas, el otro a los tribunales. Ambos, por admiración o por temor, suelen elegir a periodistas cercanos. Y responder a preguntas cómodas.
Eso sí, apodado por algunos dirigentes, despectivamente, “el negro”, el Riquelme de Don Torcuato, igual que el ex NBA Thomas, suele sufrir “la mirada del hombre blanco”. La puja de Boca, es cierto, contempla además modelos opuestos de conducción. Y un latiguillo de Riquelme: sin votos para ganar en las urnas, y esperando que asuma el nuevo gobierno aliado, la oposición, insiste Riquelme, buscará “intervenir a Boca”. “Campaña del miedo”, responde Macri. La primera desmentida la expresó Javier Medin. Es el abogado que Macri impuso en la AFA cuando era presidente de la nación. Medin era parte de la llamada “Comisión Normalizadora” que controló la AFA. La AFA intervenida.
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