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El triunfo detrás de la medalla de los Pumas 7s: un cambio cultural que el rugby abrazó hace tiempo
El deporte encontró en el Seven y en el desarrollo del juego entre las mujeres las llaves para entrar en el futuro
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La mejor idea que tuvo el rugby en los últimos años fue volver a los Juegos Olímpicos. Tras décadas y décadas de ausencia por decisiones propias y ajenas, la entonces International Rugby Board (IRB), hoy World Rugby, inició para el regreso un camino diplomático que luego de algunos traspiés se concretó el 9 de octubre de 2009, cuando en Copenhague el Comité Olímpico Internacional (COI) aceptó su inclusión para los Juegos de 2016 y 2020 por 81 votos a favor y 8 en contra. Entre el debut en Río y esta actuación en Tokio, se calcula que el rugby ha sumado 30 millones de seguidores y ha llegado a países en los que este juego era prácticamente desconocido. Que en aquella campaña uno de los embajadores principales haya sido Agustín Pichot cierra figurativamente para la Argentina un círculo con la medalla de bronce que hoy consiguieron los Pumas 7s.
La vuelta del rugby al mundo olímpico –antes de Río la última participación había sido en París 1924- significó para este deporte un cambio cultural. Por un lado, para el visto bueno del COI necesitó quitarse el traje de un deporte sólo practicado por hombres. De a poco, las mujeres empezaron a encontrar un lugar en este juego. También hubo que privilegiar al juego de siete, que hasta la década de 1990 se lo consideraba un actor secundario. Hoy, las posibilidades más certeras de crecimiento del rugby a nivel mundial pasan por las mujeres y por el Seven.
El rugby atravesó con éxito el debut en Río de Janeiro. En un país, y especialmente en una ciudad, donde el rugby no tiene tradición, las tres jornadas se disputaron con el estadio lleno, tanto en mujeres como en hombres. Después acertó con la elección de Japón como sede de la Copa del Mundo –primera vez que salía fuera de las potencias de Europa y del Sur- y eso le permitió llegar a Tokio con una base todavía más amplia. Aunque no haya público en las competencias para certificarlo, el rugby se metió en Japón.
Ya en la ceremonia inaugural hubo signos del fortalecimiento del rugby en el firmamento olímpico. En los videos de apertura apareció más de una vez y en el desfile de las delegaciones cuatro de sus representantes portaron la bandera de su país: la fijiana Rusila Nagasau, la neozelandesa Sarah Hirini, el keniata Andrew Amonde y el canadiense Nathan Hirayama.
World Rugby también se lanzó a conquistar las redes sociales, especialmente las más utilizadas por jóvenes y mujeres. Es un trabajo que protagonizó un punto alto en Japón 2019, con un programa diario que se emitía por Instagram y resúmenes al instante de los partidos y los tries a través de Internet. El dinero grande lo sigue aportando la televisión, pero la difusión va por otro lado. Nunca una Copa del Mundo había tenido tantos seguidores como los que tuvo en lo que fue su primera experiencia en Asia.
Un informe del newsletter “El Mister” reveló que de todas las federaciones deportivas que están en los Juegos de Tokio, la del rugby es la quinta con más seguidores en las redes, por detrás del fútbol, el básquetbol, el voleibol y el atletismo. La World Rugby está tercera en Instagram (1.400.000 seguidores) y en Tik Tok (824 mil). Hay una decisión –tomada cuando Pichot era vicepresidente- de no interactuar en Twitter y de sólo tener presencia en Facebook.
En el camino a Tokio, World Rugby dispuso del COI 4 millones de dólares para distintos programas de capacitación y difusión. También generó una campaña “This Is How We Sevens” para instalar la modalidad en países en los que el rugby todavía no tiene inserción. Y para la competencia en sí lanzó junto a Gilbert la pelota “Quantum Sevens”, que es considerada la más evolucionada técnicamente de la historia.
El rugby llegó para quedarse en los Juegos. Ambos se nutren entre sí. París 2024 le ofrecerá al rugby la misma ventaja que tuvo ahora: que la Copa del Mundo sea en la sede que al año siguiente reciba a los Juegos Olímpicos. Pero, además, por primera vez se sentirá local, ya que Francia es un país con fuerte identidad ovalada. Será también volver al sueño del barón Pierre de Coubertein, el padre del olimpismo moderno y un ferviente cultor del rugby.
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