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El tardío despegue de Iago Aspas como crack
El futbolista español del año no juega en el Real Madrid, ni en el Barcelona, sólo ha sido seis veces internacional, tiene 30 años y pasó de puntillas por el Liverpool y el Sevilla. Siempre fue un jugador especial, pero ahora, en su segunda etapa en el Celta de Vigo, Iago Aspas ha emergido como un delantero imparable, con un grado de influencia en su equipo sólo comparable al de Messi en el Barça. A estas alturas del campeonato, después de 21 jornadas, Aspas ha marcado 15 goles, muchos de ellos sensacionales, como el que dibujó el sábado en Vitoria frente al Alavés, un prodigio de técnica, habilidad y finura en la resolución.
La carrera de Iago Aspas explica perfectamente lo que significa jugar en el entorno adecuado, con la madurez necesaria y los objetivos bien definidos. Durante gran parte de su trayectoria, parecía estar en el lugar incorrecto, lastimado por decisiones perjudiciales. Natural de Moaña, una pequeña población pesquera situada en la ría gallega de Vigo, Aspas creció en un entorno futbolero –su hermano Jonathan fue una estrella en las categorías juveniles de la selección española–, con las expectativas rebajadas por las gravísimas dificultades económicas y deportivas del Celta, a punto de descender a la Segunda División B en la temporada 2008-09.
Su primer momento de gloria llegó en el decisivo Celta-Alavés de aquel curso. Una derrota condenaba al equipo gallego. Aspas, un casi desconocido, ingresó en el segundo tiempo. Media hora después salía de Balaídos convertido en un héroe. Marcó los goles en la victoria (2-1) sobre el Alavés y el equipo salió de un trago que amenazaba su supervivencia. El Celta tardó tres temporadas más en alcanzar la Primera División. Aspas tenía 25 años, una edad improbable para darse a conocer en una de las mejores Ligas del mundo.
El fútbol español descubrió en aquellos días a un futbolista peculiar. Su físico es tan engañoso como su manera de jugar. Estrecho de hombros, sin aparente musculatura, Aspas parece lo contrario de un atleta. Sin embargo, no sólo es veloz, sino que sostiene como pocos su velocidad con la pelota. Su aparente fragilidad no le impide ganar casi siempre en las fricciones. Sabe utilizar el cuerpo con una astucia callejera. Es cualquier cosa menos un producto de escuela. Iago Aspas lleva la calle encima.
Destacó pronto en la Primera División y no le faltaron ofertas. El Valencia le persiguió, pero finalmente le fichó el Liverpool. Iago Aspas, un fanático del fútbol que conoce hasta el último jugador de las grandes ligas europeas y suramericanas, acudió con todas las expectativas al mítico club inglés. Su llegada no mereció mayor atención. Nadie le conocía. Su estilo de juego no cuadraba con el tradicional modelo inglés. Tampoco le favorecía la competencia: el uruguayo Luis Suárez y el inglés Sturridge firmaron una temporada excepcional. No dejaban una migaja al resto de delanteros.
Un año después, Aspas pasó del Liverpool al Sevilla, donde tampoco arrancó. Suplente de Bacca y Gameiro, apenas jugó con regularidad. A punto de cumplir 28 años, su huella era muy leve en el fútbol español. Eran muchos más los críticos que los creyentes. Nadie se extrañó cuando regresó al Celta, que por entonces comenzaba a dirigir el argentino Eduardo Berizzo. No fueron pocos los que consideraron que se trataba de un retorno de consumo interno, con un toque más sentimental que eficaz para el equipo. Celtista hasta el tuétano, Aspas tenía un buen valor emocional para la hinchada. No se sabía que estaba a punto de irrumpir un jugadorazo.
En el Celta, Iago Aspas ha encontrado el hábitat perfecto para desarrollar un talento como futbolista que no deja de crecer y de sorprender. Por carácter y voluntad competitiva, se trata de un jugador que rechaza un papel secundario. Tiene alma de líder, una característica que no había podido demostrar, ni de lejos, en Liverpool y Sevilla. En Vigo, nadie le discutiría ese papel. Le benefició también el estilo que predicaba Berizzo: fútbol de ataque, dinámico, perfecto para los jugadores ingeniosos.
Desde entonces, cada una de sus temporadas ha sido mejor que la anterior. Ligero y astuto, Iago Aspas se distingue por su incesante movilidad. Rara vez recibe parado, porque no le gusta y porque suele perder en esas situaciones. Sin embargo, casi siempre gana cuando recibe en movimiento, en cualquier posición de ataque, sobre todo en el flanco derecho, donde aprovecha su zurdera para confundir a sus marcadores.
Engañador por naturaleza, versátil para volantear y pasar, fenomenal conductor de la pelota y finísimo definidor, Iago Aspas añade otra vertiente interesante: invita a crear pequeñas sociedades a su alrededor. Si encuentra un compañero que funcione en la misma onda inteligente, el resultado es magnífico. Probablemente no encontrará mejor territorio que la selección española para apurar sus cualidades. No hace tanto, nadie reclamaba a Iago Aspas para la selección. Debutó con 29 años, en noviembre de 2016, nada menos que en Wembley, frente a Inglaterra. Entró en el segundo tiempo y marcó el golazo que significó el empate. Desde entonces su presencia es habitual en las convocatorias de un equipo que dispone de los jugadores perfectos –Iniesta, Silva, Busquets…– para conectar con el jugador gallego.
Su formidable temporada debería asegurarle un puesto en el Mundial de Rusia. Hasta ahora, se le consideraba un buen suplente en la selección. Su juego, sus goles –se dice que el seleccionador Lopetegui le pidió que aumentara su producción goleadora para convocarle– y carácter competitivo obligan a pensar en algo más: en un legítimo aspirante a la titularidad. Que nadie se extrañe. La carrera de Iago Aspas ha sido larga y tortuosa, pero en este momento no hay nadie que le supere.
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