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El papelón de todos los tiempos: incapacidad, barbarie y falta de sentido común para una derrota por goleada
Fue un grotesco que terminó mostrando lo peor de la Argentina como sociedad y su incapacidad organizativa. Queda claro que llevar adelante unos Juegos Olímpicos de la Juventud y una fiesta inaugural multitudinaria en el Obelisco garantizando la seguridad de la gente no es lo mismo, en la Argentina, que desarrollar en condiciones normales un partido de fútbol. Es cierto que no se trata de un partido más: son River y Boca definiendo una Copa Libertadores , algo sin precedente. Un título que obsesiona a ambos clubes. Pero nada exculpa los dislates cometidos.
Desde hace tiempo que las pasiones desbordadas le vienen ganando una batalla al sentido común en nuestra tierra. Gente que actúa normalmente de pronto se transforma y pierde el equilibrio en nombre de la pasión. Quedó expuesto una vez más con el tristísimo espectáculo que se brindó ayer en las inmediaciones del Monumental. Todo un despropósito. Si el partido es histórico mundialmente, el papelón también es histórico. Y para algunas cuestiones no hay vuelta atrás.
La final se jugará hoy, desde las 17. Habrá un nuevo campeón. Pero nada tapa el bochorno. Y deja varias certezas. Por ejemplo, que el pedido del propio presidente de la Nación, Mauricio Macri , de jugar esta final con hinchas visitantes fue siempre una utopía. La Argentina no puede concretar ese ideal que recientemente volvió a encender el debate por unas horas. Una idea optimista si se quiere. No está dado el contexto. No está preparado el país para ello, gobierne quien lo gobierne.
La segunda certeza es la imagen que desata la hecatombe. El ómnibus que lleva al plantel de Boca transita por una Avenida del Libertador liberada de tránsito. Van 20 motocicletas policiales, un móvil y un carro de asalto custodiándolo y en el fondo se ve a hinchas de River esperando en Lidoro Quinteros, donde el vehículo doblará hacia la derecha. Desde el Ministerio Justicia y Seguridad de la Ciudad de Buenos Aires, que tiene a su cargo la seguridad del partido, dicen que es el recorrido habitual que hacen los equipos visitantes para acceder al estadio de Núñez. Pero River no juega con Patronato ni con Aldosivi: juega con Boca. Y una final de Copa. La lógica indicaba que esos hinchas debían haber estado 200 o 300 metros más atrás, sobre Udaondo, la entrada habitual desde Libertador. ¿A nadie se le ocurrió poner un vallado? Si hasta en los recitales está el tránsito vedado en la zona. La triste postal del micro girando y bombardeado por toda clase de proyectiles de un grupo de inadaptados de River recuerda la película "JFK", con la limusina que lleva a John Fitzgerald Kennedy en Dallas, cuando gira a la izquierda y sobreviene lo peor. Indefenso.
"Hubo una falla en el tercer anillo que estamos investigando. No hubo zona liberada", afirmó Marcelo D’Alessandro, secretario de Seguridad porteño, el hombre que le sigue en importancia a Martín Ocampo, ministro de Seguridad. Como explicación, sabe a poco habida cuenta de todas las imágenes que se vieron de los lamentables hechos ocurridos. Las fallas en rigor fueron varias y graves. Porque mientras algunos jugadores de Boca afectados por los gases lacrimógenos y los vidrios astillados trataban de recuperarse en el vestuario, el caos continuaba en las inmediaciones. De hecho, medio centenar de hinchas sin tickets pretendió ingresar por la fuerza por la Platea Belgrano Alta y fueron repelidos un minuto después por la policía. El tema es cómo llegaron hasta ahí superando tres controles sin localidades. Mientras que muchos de los que arribaban con su entrada sufrían un símbolo de la desprotección de estos tiempos: los rodeaban y les robaban las entradas. Se diagramó un operativo de más de 2000 efectivos, incluida la seguridad privada. Ómnibus atacado, robos, destrozos, inacción. ¿Cuántos harían falta en realidad para poder disputar un partido de fútbol? Un reflejo del absurdo argentino.
El tercer espanto tiene nombre concreto: Conmebol . Que debió suspender el partido mucho antes, al advertir todo lo que había sucedido. Fue modificando la hora del partido como si esa fuese la solución. No era un ómnibus que se demoraba por problemas de tránsito o piquetes: hubo agresiones, vidrios rotos, gases. Todo anormal. ¿Es normal, con jugadores afectados, tratar de jugar sí o sí, con el único paliativo de correr el horario en dos oportunidades? Los estudios médicos mostraban consecuencias no extremadamente graves, pero eran consecuencias al fin. Ahora bien, ¿y el impacto emocional quién lo consideró seriamente? Los jugadores llegan cantando, algunos gesticulando hacia los hinchas rivales, y de pronto los invade el pánico cuando hay vidrios que empiezan a estallar por el impacto de piedras. Quien piense que las condiciones psicológicas son iguales a las de instantes previos carece de toda sensibilidad. Si Conmebol se sintió apremiada o intimidada por la presencia de Gianni Infantino , presidente de la FIFA, para mostrarse fuerte en las decisiones, no debió sentirlo así: debió tomarlo como un respaldo para ejecutar la decisión lógica, que era la de suspender el partido. Es un año complicado el de la entidad que conduce el fútbol sudamericano, con decisiones polémicas que provocaron su automático descrédito.
Se habla de pase de facturas de la barra brava de River a la policía por haberles arruinado el negocio de la reventa, con 300 tickets truchos y 10 millones de pesos en la jornada previa. Y que habría sido la vendetta. Todo es posible: se sabe que los barras no son hinchas, sino mercenarios; que lo que menos le interesa son los colores de la camiseta, aunque sí se desviven por el color del dinero. Que en la curva de Lidoro Quinteros debía estar la Prefectura. U otras fuerzas policiales. De una forma u otra, faltó lectura de inteligencia. Que haya sucedido en la semana previa al G-20 no deja de ser una enseñanza profunda en estos tiempos agitados. Que hace poco también mostraron el retroceso de las fuerzas policiales ante los barras de All Boys, fuera de la cancha como ayer, desnudando incongruencias. Hechos que contrastan con la normal llegada de River a la Bombonera hace solamente dos semanas. En el regreso del ómnibus a Núñez también recibió un piedrazo en la Avenida 9 de Julio y Garay, con rotura de vidrio, pero sin consecuencias. ¿Por qué un operativo funciona y otro no si hablamos casi de lo mismo?
Los hinchas suelen olvidar muchas veces las situaciones disparatadas una vez que prevalece la pasión, el famoso resultado que "tapa todo", sea lo que fuere. Acaso deban tomar como ejemplo el sentido común de los presidentes de River y Boca, Rodolfo D’Onofrio y Daniel Angelici , de ponerle freno al absurdo, cuando la Conmebol estaba dispuesta a consumar un papelón aún mayor. River vivió hace tres años y medio el episodio del gas pimienta. Quizá le faltó salir a sentar oficialmente su posición antes, cuando solo circulaba la posición de Marcelo Gallardo de "no jugar en esas condiciones" si Boca no estaba en condiciones de presentarse. Pero vale, y mucho, la solidaridad final. Dejando en claro que no todo da igual y que una cosa son las ventajas que se pueden sacar de errores humanos y otra los peores errores humanos: tener el discurso de que el fútbol no es una guerra y después no actuar en consecuencia.
El fútbol continental consagrará hoy un nuevo campeón de la Libertadores y será argentino. Pero el daño mayor está hecho. Con ánimos incluso más exacerbados en la gente: los hechos no ayudaron, claramente, y algunas declaraciones altisonantes de jugadores de Boca tampoco. Todos nos quedamos pensando en qué hubiese ocurrido si el partido se jugaba igual con los festejos posteriores en las calles, habida cuenta de que no se pudo custodiar ni un ómnibus. Aprender la lección en 24 horas sería un signo de madurez sorprendente. Una madurez que la Argentina, como sociedad, parece estar todavía lejísimos de rozar.
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