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El Mundial femenino, que causó furor en Australia, crece al mismo ritmo que los reclamos de las futbolistas
El muy masculino fútbol de reglas australianas de la AFL, nacido en 1859, número uno del país, iniciaba el sábado pasado un partido crucial, pero miles de aficionados demoraban su ingreso al estadio. Querían ver el Mundial femenino. Saltaron, se abrazaron, se tiraron cerveza. La selección femenina de Australia, Las Matildas, acababa de eliminar a Francia en serie dramática de penales y se clasificaba semifinalista de la Copa de la FIFA. Episodios y escenas similares se vieron en otros estadios, pubs. Hasta en aviones. Hubo un total de 7,2 millones de personas ante la TV. Más que cualquier competencia masculina. Una marca solo superada por los 8,8 millones que vieron a Cathy Freeman ganar los 400 metros en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000. El récord, seguramente, volvió a romperse hoy, cuando Las Matildas, fin de la ilusión, perdieron su semifinal contra Inglaterra por 3 a 1.
El sábado hubo hasta sobreactuación, como le sucedió al exviceprimer ministro Barnaby Joyce. “Esta noche en Australia, esto es lo que está pasando”, publicó Joyce un video desde el pub. La pantalla trasmitía Australia vs Francia, pero era un amistoso de un mes atrás. “Creo que estábamos viendo el juego equivocado. Así es la vida”, corrigió el funcionario. Como sea, el Mundial que finaliza este domingo en Sidney será histórico para una Australia cuya A-League local tiene presupuesto y público modestos. En 1979, cuando Las Matildas jugaron el primer partido internacional oficial de su historia (2-2 ante Nueva Zelanda) el Sydney Morning Herald ni siquiera publicó el anuncio. Al día siguiente, el Sun-Herald destacó que las futbolistas eran realmente “femeninas”. Veinte años después, en 1999, Las Matildas posaron desnudas para un calendario benéfico. “Simbólicamente, también fue para mostrarle a la gente que eran mujeres reales, no hombres disfrazados”, graficó Heather Reid, una líder en la organización del fútbol femenino de Australia.
Revive la histórica clasificación de Inglaterra a la final del #MundialFemeninoEnDSPORTS luego de eliminar a Australia 🔥🏴
— DSports (@DSports) August 16, 2023
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Hay crónicas de 1880 sobre mujeres jugando al fútbol en Australia. Diez mil personas en un partido de 1921. Ese año, Inglaterra, donde ya iban hasta 50.000 personas a la cancha, prohibió campeonatos oficiales femeninos porque “el fútbol”, decía la Federación (FA), “es bastante inadecuado para las mujeres”. El veto, que repercutió también en Australia (miembro del Commonwealth) duró hasta 1971. Aun un año antes de aquel partido pionero de 1979, las jugadoras pagaron de su propio bolsillo una pequeña parte del viaje a una competencia en Taiwán. Anfitriona ahora del Mundial (junto con Nueva Zelanda), todo es más sencillo para Las Matildas. No importa. Tres días antes del Mundial, publicaron un video pidiéndole a Gianni Infantino, presidente de la FIFA, igualdad salarial con los hombres para el próximo Mundial de 2027.
Mucho más complejo fue lo de Inglaterra. Horas antes del debut, The Lionesses tuitearon que no hubo acuerdo con su Federación y que solo volverían a hablar de su premio cuando finalice el Mundial. La Federación jamás imaginó que las jugadoras publicarían el desacuerdo en las redes. Son las mismas jugadoras que el año pasado, apenas ganada la Eurocopa, pidieron al primer ministro Rishi Sunak que asegurara el acceso al fútbol a todas las niñas en las escuelas británicas.
The Lionesses exigen ahora premio propio, más allá de la bonificación mínima de 30.000 dólares que la FIFA pagará a cada jugadora del Mundial, tras un reclamo colectivo inédito, que incluyó a 25 selecciones y más de 150 futbolistas. Al menos nueve de las 32 selecciones del Mundial hicieron reclamos antes de la Copa. El ideal es Estados Unidos. Sus jugadoras iniciaron demanda judicial y lograron paridad salarial con los hombres. Pero la selección de Megan Rapinoe (ella misma vocera, además, de reclamos sociales y políticos) cayó en octavos de final. Los lobos la estaban esperando. El primero en burlarse fue Donald Trump. Siguió la cadena Fox. Y a partir de entonces, toda la furia conservadora. Cada vez más expandida.
Las jugadoras de Nigeria, una de las revelaciones del Mundial, denunciaron deudas de hasta dos años de su Federación. Evaluaron boicotear el debut ante Australia. Suelen entrenarse en campos irregulares. Y hasta compartiendo cama en concentraciones. Tampoco queda afuera Colombia. La sorpresa de Sudamérica creció gracias a que buena parte de sus jugadoras se fueron a jugar a ligas más competitivas, especialmente España (algo parecido a nuestra selección, un fenómeno que el DT Germán Portanova pide ahora aprovechar de modo más profesional). Pero el campeonato interno de Colombia sigue durando apenas cuatro meses. Cinco jugadoras arribaron al Mundial desempleadas. Las futbolistas dejaron de pagarse pasajes tras un reclamo histórico de 2019. Las líderes fueron echadas del plantel.
Ignorado durante décadas, el fútbol femenino crece, pero, como se ve en la gran vidriera del Mundial, su comparación con el superdesarrollado juego masculino es injusta e inútil. También lo son las críticas a los reclamos. Sarah Gregorius lideró una protesta en 2018 que provocó la salida del cuerpo técnico de la selección de Nueva Zelanda. Hoy miembro de FIFPRO, el organismo internacional que reúne a sindicatos de futbolistas de todo el mundo, Gregorius cuenta que el reclamo no solo no es capricho, sino que tampoco es gratuito. “Poner en juego lo que más amas en el mundo, porque no se respetan tus derechos”, dice Gregorius, “es absolutamente devastador”.
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