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El milagroso curandero español que le salvó la rodilla a Mario Kempes justo antes del Mundial ‘78
El 25 de junio de 1978 la selección argentina conquistó por primera vez la Copa del Mundo de fútbol en el torneo organizado en nuestro país. Fue la majestuosa culminación de un ciclo de trabajo de cuatro años planificado por el director técnico César Luis Menotti y ejecutado brillantemente por los futbolistas en el campo de juego.
La figura y el goleador del Mundial fue Mario Alberto Kempes. Su injerencia fue decisiva, en especial a partir de la segunda fase: le marcó dos goles a Polonia, dos a Perú y dos a Holanda en la final. El crack cordobés, que había surgido de Instituto y descollado en Rosario Central, era el único jugador de la selección argentina que actuaba en el exterior. En Valencia, de España, donde se había proclamado goleador en las dos temporadas que llevaba ahí, 1976-77 y 1977-78.
Kempes había jugado el Mundial de 1974 en Alemania y la Copa América de 1975, esta última bajo el comando de Menotti. Tras su partida a Valencia, el DT volvió a convocarlo, de cara a la Copa del Mundo, a principios de 1978.
El diablo metió la cola
Pero no todo fue un camino de rosas para el nacido en Bel Ville. El primer sábado de abril de 1978 Valencia le ganó 1-0 a Sporting de Gijón con gol suyo. "En el segundo tiempo, trabé una pelota con un defensor rival. Entré medio flojo y sentí una pequeña torcedura en la rodilla derecha -cuenta Kempes en su autobiografía El Matador-. En caliente, no le dí mucha importancia, porque apenas me incomodaba para correr. Pero, con el paso de las horas, la molestia se convirtió en un agudo e intenso dolor".
Al día siguiente, en el entrenamiento, el goleador le comentó al médico del equipo lo que le había pasado. Este lo revisó y luego lo llevó a una clínica a hacer unos estudios. "Hay que operar, fue su cortante veredicto -recuerda Kempes-. ¿Operar? Si lo hacía me perdía el Mundial de Argentina, para el que faltaban nada más que dos meses".
"No tenía nada que perder"
La angustia se apoderó de Kempes y sus padres, que se habían radicado con él en Valencia. El padre, por intermedio de conocidos del barrio donde vivían, se enteró que en un pueblito no muy lejano había un masajista milagroso, al que se conocía como Pepe. "Esa misma tarde nos subimos al auto y viajamos unos doscientos kilómetros para entrevistarnos con el curandero. No tenía nada que perder -rememora Kempes-. Llegamos a una zona rural, de huertas, y entramos a la granja que nos habían indicado. Nos recibió un señor bajito, de manos gruesas y dedos cortos y gordos, vestido con rústica sencillez y calzados con esparteñas".
"¿Qué pasa?", les preguntó, directo al grano. "Ayer trabé con un rival y me molestó la rodilla. Me dijeron que usted me puede salvar de la operación", respondió Kempes. "Eso es fácil", le dijo Pepe.
El curandero hizo acostar a Kempes en la camilla y le masajeó la rodilla, por delante y por detrás. "Me dolía un poco", recordó Kempes. "Se frotaba las manos para calentarlas y también me aplicaba una bolsa calentita, por dos o tres minutos".
Las manos mágicas
"Tranquilo, esto se cura", le aseguró el hombre al Matador cuando terminó de frotar. Le dijo que al otro día volviese y que ni se le ocurriera ir a entrenar. "Volvimos a Valencia con más dudas que certezas", relató Kempes. Al otro día, Pepe lo hizo acomodar sobre la camilla nuevamente y le movió la articulación. "Ya no me dolía". Pepe repitió la maniobra y, al finalizar, le ordenó: "Mañana, a entrenar". "¿Cómo? Pero me quieren operar...". Entonces el misterioso sanador le respondió: "Mañana te ponés una cintita alrededor de la rodilla para que la sostenga. Sin apretar mucho, que no corte la circulación sanguínea. Vas a entrenar y, por la tarde, te venís de vuelta".
Compacto: Argentina 3 - Holanda 1, la final de de 1978
"¿Estás loco?"
Al día siguiente Kempes se apareció en el entrenamiento y empezó a cambiarse. Ahí se le acercaron el DT Marcel Domingo y sus colaboradores. "¿Qué estás haciendo?", "Nada, voy a entrenar", "¿Estás loco?", "Yo voy a entrenar".
Kempes se colocó una gasa alrededor de la rodilla y una cinta adhesiva para sujetarla. Trabajó a la par de sus compañeros, sin dolor. Los técnicos lo miraban asombrados. Tenía arreglada una visita con el médico, pero faltó y no lo vio más. Por la tarde regresó a lo a Pepe. "¡Sos un fenómeno! La rodilla está muy bien, no sentí nada", le dijo Mario. "¿Has visto? No te olvides nunca, hasta que juegues el último partido, de ponerte la vendita".
Destino marcado
"No sé si las manos de Pepe eran realmente milagrosas o si mi problema era psicológico, pero seguí usando el vendaje el resto de mi carrera y la rodilla no me molestó nunca más".
Apenas cuatro días después de la lesión contra Sporting de Gijón Kempes volvió a jugar, contra Elche. Actuó 83 minutos y la rodilla respondió perfectamente. Luego participó en cinco partidos más, en los que marcó ocho goles, hasta la finalización de la liga.
En el final de este relato en su libro Kempes dice: "No puedo evitar reflexionar sobre el incidente de la rodilla, mi negativa a enfrentar el bisturí y la asombrosa ayuda del curandero Pepe. Si me hubiera operado, otro habría sido mi destino. Y, quizá, también el de la selección argentina".
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