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El Messi emocional que se sintió en paz, lloró e hizo llorar a millones
La noche inolvidable del capitán argentino evidenció su lado más sensible y que los cracks también se permiten mostrar cómo son y sienten; el efecto de sus lágrimas y el trasfondo
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Lo habíamos visto “muy alegrón” a Lionel Messi, en el medio del Nou Camp, micrófono en mano, celebrando con sus compañeros y la gente el triplete de Barcelona (Champions League, Liga y Copa del Rey) en 2015. “¿Querían tres? Acá están las tres. ¡Visca Barca! ¡Aguante Barcelona y aguante Argentina, carajo!”, le gritó al público catalán, y se entregó a la euforia grupal, recorriendo a los saltos el estadio como un hincha más.
También lo vimos caliente, frustrado, casi rendido, en aquel vestuario en Estados Unidos, cuando tras perder su cuarta final con la selección mayor, en este caso la Copa América del Centenario frente a Chile, en 2016, renunció. Inmediatamente los niños argentinos invadieron las redes con videos caseros a puro llanto y el ruego “¡Leo no te vayas!”.
Feliz como pocas veces y emocionado lo vimos en el Maracaná, hace apenas dos meses, arrojado por los aires por sus compañeros de otra camada del seleccionado y algunos pocos viejos socios, como Ángel Di María y Nicolás Otamendi.
Semanas después, volvimos a verlo en un momento especial, llorando en su despedida de Barcelona, algo que todavía no entraba en su cabeza. Un sacudón inesperado, un cambio repentino en su vida y en la de su familia. Un desarraigo fuerte, como cuando se fue de chico de la Argentina.
Cuentan que muchas veces se lo observó derrumbado, masticando bronca, llorando en los vestuarios. Mayoritariamente era el del conjunto nacional, desde aquel debut mundialista en Alemania 2006. Que le faltaba algo a su vida estaba claro.
Pero nunca lo habíamos visto llorando de emoción. Ante las cámaras de TV y luego con sus compañeros en el medio de la cancha. Hablaba y se quebraba. Miraba a las tribunas y no podía contenerse. Lloró una y otra vez. Lo abrazó Leandro Paredes, flamante compañero en el PSG, socio en la cancha e integrante de la nueva mesa chica que rodea al capitán. ¿Qué le pasa a Messi? Sólo él lo sabe. Aunque algo dejó entrever. “Siempre lo busqué y no se me daba”, admitió sobre el reconocimiento de la gente en su país de origen. Mencionó a la familia, a lo que pasaron. Seguramente por muchos momentos íntimos que no compatibilizaban con las satisfacciones de su carrera a nivel club.
Llorar. Quebrarse. Nada que no pueda pasarle a cualquier humano. Sólo que Messi es uno especial. Famoso e idolatrado como pocos en el mundo. Millonario. Familiero. Con sus cuatro tesoros representados en Antonela, Thiago, Mateo y Ciro. Títulos al por mayor. Goles de los que guste. ¿Estaba incompleto? Lo reflejó aquella tarde en el Maracaná, pero mucho más en esta noche del reencuentro en el Monumental. Los 34 años también inciden: la madurez invita a la sensibilidad. Quizás hubiera soñado el momento de otra manera, ante 70.000 personas, pero ya sabe cómo es la progresión de la pandemia y sus limitantes. Pero lo que tuvo ante sus ojos y sus oídos le terminó de llenar el corazón. Por él y por sus compañeros. La gente explota y delira por su ídolo, pero todos son más queribles en estos meses post conquista Copa América. Y acaso después de haber experimentado el dolor grupal, con muchos futbolistas que ya no tendrán otra chance por motivos generacionales o de rendimiento, Messi también disfruta del reconocimiento a sus laderos. Y se permite emocionarse por todos.
Los cracks lloran. Y cuánto más pasa el tiempo, se incrementa. Lo vemos en monstruos como Roger Federer o Rafael Nadal. En despedidas, como la reciente de Luis Scola. Fueron y son innumerables los ejemplos en los Juegos Olímpicos. Torneos internacionales del deporte que fuere. Llorar de emoción por un logro es la consecuencia lógica de haber alcanzado el objetivo. Llorar de emoción por sentirse pleno equivale a una escala superior. Es como estar en paz. Y disfrutar todavía más cuando se pasa la barrera de los 30, porque la cuenta regresiva no perdona. Messi es uno más de los que sienten.
Las lágrimas de Messi
🏆 #CampeonesDeAmérica
— Selección Argentina 🇦🇷 (@Argentina) September 10, 2021
🙌 La emoción de todo un país 🇦🇷 en los ojos y la voz del 🔟pic.twitter.com/tSgo1Mooq4
“Leo nos pide que cantemos el himno todos juntos y abrazados”, contó hace algunas semanas Dibu Martínez, arquero campeón de América y uno de los jugadores que más ha sorprendido al propio Messi. Algo cambió ahí también, cuando antes parecía una cuestión de Estado si pronunciaba un “Oíd mortales” o no. ¿Era rara la actitud? Sí. Vuelta de página: hoy lo vive y lo siente distinto.
“Soñé muchísimo con este día y gracias a Dios llegó. No tengo palabras para agradecerles por todo el cariño recibido. Qué noche hermosa, lo disfruté muchísimo. Inolvidable”, fue el último posteo de Messi en su cuenta de Instagram. Antes de emprender vuelo con Di María y Paredes hacia París, donde ya llegó y fue recibido como siempre: por fans que lo esperaron horas y horas frente a la puerta del hotel para sacarse una foto o recibir un autógrafo
Las lágrimas, de acuerdo con estudios científicos, se dividen en tres categorías: basales (las de secreción para lubricar), reflejas (por frotación o reacción) y psíquicas, causadas por las emociones. Y refieren que a cierta edad se convierten en signos de exclamación y en señales para el propio individuo. Messi recibió sus señales siendo todavía muy joven e hizo el gol más maravilloso de toda su carrera. Ni de zurda, ni de derecha ni de cabeza ni con el pecho: lo hizo con el corazón. Y su festejo terminó haciendo llorar a otros miles y miles (a millones) por TV que, de alguna manera, también se sintieron en paz. Con él y por él.
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