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El mejor principio: ya nadie canta por Gallardo
“Muñeeeeeco, Muñeeeeco…”. El 17 de agosto de 2014, Marcelo Gallardo entró al Monumental por primera vez como entrenador de River. El público lo recibió con cariño por lo que había sido hasta ese momento: un gran jugador. Por eso aquella dedicatoria. Lo que nadie podía saber era que esa sola palabra se convertiría en un himno por aquello en lo que iba a transformarse ese hombre: el mejor técnico de la historia del club. Salto al presente: ya nadie canta por Gallardo. ¿No es acaso, el mejor legado que él podía imaginar?
Este River que transitó el torneo con la autoridad de un campeón que valdrá la pena recordar está atado con un hilo invisible a la obra de Gallardo. ¿Hubiera sido posible que Martín Demichelis lograra armar un equipo así de voraz, competitivo siempre, lujoso a veces, sin la base que recibió? Difícilmente tan rápido. No se trata de quitarle méritos al heredero, sino de poner en valor el contexto: la era que acaba de comenzar con este festejo de campeón pudo partir de un estado de forma muy por encima de la media del fútbol argentino. Desde la calidad del plantel hasta las condiciones de trabajo en el predio de Ezeiza y el remozado estadio fueron un punto de partida que Demichelis supo explotar a favor de su naciente proyecto. La vara estaba alta, el ecosistema también.
Porque Gallardo condujo a River a alturas desconocidas. Lo entronizó copero: en esos ocho años, el club ganó siete títulos internacionales con él al mando, dos más que en los 54 anteriores, desde el inicio de competencias continentales. Ninguno como el cenit de Madrid, claro, el triunfo de mayor impacto de la historia del fútbol argentino de clubes. Redujo a Boca, el espejo de toda la vida, hasta ganarle cinco definiciones consecutivas. Pero sobre todo creó un equipo de autor: siempre será “el River de Gallardo”, aunque en ese viaje haya tenido que reinventar mil veces al equipo. Nunca cambió la identidad, por eso fue reconocible.
El público, que sorprendió por su masividad al nuevo DT desde su estreno, nunca va a olvidar a Gallardo. Pero el fútbol vive del presente. Por eso, la tarde en que descubrieron su estatua en la puerta del estadio, el mito pareció entregar las llaves. “Sigan sin mí”. Ya no volvió al Monumental. Y los hinchas dejaron de gritar por él, mientras se entusiasmaban con el juego coral marca River y los goles de Beltrán. Difícil encontrar una mejor manera de pasar página.
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