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El mejor partido de Lionel Messi en un Mundial, el remedio más eficaz para una noche con demasiados vaivenes
Scaloni dice que hay que ser cautos y admito que se pueda modificar el equipo para asumir menos riesgos a 15 minutos del final, pero 40 me parecen una exageración
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Lionel Messi jugó su mejor partido en Copas del Mundo. Íntegro, de punta a punta. Cualquier análisis, cualquier disección de los 90 minutos vividos frente a Australia debe partir necesariamente desde ese punto. Entre otras cosas, porque sin él en el campo no hubiese sido posible el resultado final. Argentina jugó esta vez un encuentro con vaivenes, compensó virtudes con deficiencias, empezó con tedio y terminó con angustia cuando pudo resolver la situación mucho tiempo antes y tuvo a su merced un decorado ideal para florearse. Pero en todo momento dispuso de Messi, el argumento suficiente para sostener cualquier ilusión.
El capitán apareció con su letalidad habitual para romper las estructuras en el momento en el que todo se veía borroso. Y terminó enseñando la genialidad de su fútbol en todo su esplendor en el último tramo, ubicado como segundo delantero, manejando los tiempos, habilitando con ventaja a sus compañeros, volviendo locos a defensores que no sabían cómo marcarlo.
Lo mejor del partido
El equipo, en esta ocasión, lo acompañó como pudo. Siempre es mejor que la inspiración te encuentre con la pelota en los pies y fue ese el modo colectivo de lograr que Messi tuviera alguna posibilidad de marcar diferencias. Pero en la larga media hora inicial se trató de una posesión a la que le faltaron cambio de ritmo y agilidad en la circulación. Cuando el engranaje es lento el adversario recupera antes, está más cerca de la pelota y la recepción de los pases se da en peores condiciones. Esa falta de fluidez afectó particularmente a Alejandro Gómez, cuya presencia por izquierda no produjo beneficio. Tampoco Nahuel Molina tuvo mayor peso por derecha y se extrañó demasiado la gambeta y el enganche hacia el centro de Ángel Di María.
También es cierto que Australia fue mucho más que Polonia. Su defensa zonal cerró muy bien los caminos por dentro pese a la movilidad de Julián Álvarez arriba y el criterio de Enzo Fernández en el inicio de la distribución. Los australianos llegaron incluso a lograr quitarle la pelota a la Argentina, descubriendo otro punto flojo del equipo. No hubo sincronización para presionar y discutirle a Aaron Mooy el gobierno del balón, permitiendo que el rival lo moviese con calma y sin riesgo, serenando el partido hasta que llegó Messi para destrabarlo.
El tercer aspecto a tener en cuenta fueron los cambios en el segundo tiempo, apresurados a mi entender. Lionel Scaloni dice que hay que ser cautos y admito que se pueda pensar en modificar la organización y el diseño del equipo para asumir menos riesgos y aspirar a controlar el resultado 15 minutos antes del final, pero 40 me parece una exageración. Sobre todo, cuando carecía de significado porque Argentina estaba jugando bien en el momento que se hicieron.
Acumular defensores a veces es una trampa. Uno cree estar más seguro pero se pierde en otras facetas del juego: la tenencia tiene menos intérpretes, se condiciona el posicionamiento, el funcionamiento y hasta la mentalidad del equipo, que acaba por inclinarse a jugar solo al contraataque. La gran cocina del juego está en la mitad de la cancha, en la recuperación en esa zona que le impide progresar al rival. Hay que evaluar muy bien qué se gana y qué se pierde al prescindir de un mediocampista para agregar un defensor, fundamentalmente en un equipo como el argentino que depende muchísimo de la pelota.
El gol australiano fue una casualidad, pero cuando la selección se fue olvidando de la pelota su dominio se hizo más esporádico y le dio al adversario la opción de crecer. Si uno empieza a aislar a sus jugadores y pierde el balón en el medio es evidente que le abrirá al rival la opción de encontrarlo. Hoy el experimento salió bien en el resultado global, pero el extraordinario cruce de Lisandro Martínez y la salvada final de Emiliano Martínez invitan a pensar que no siempre puede ser igual.
El segundo tiempo dejó algunas cosas más en ambos platos de la balanza. De un lado la mejoría de Rodrigo De Paul, que tuvo su mejor actuación en la Copa. Muy labioroso y menos confuso, obligó, presionó y supo unirse al toque a partir de su despliegue habitual; y la decisión de Marcos Acuña para soltarse y desbordar por su carril. Del otro, la ineficacia para definir el partido, elemento que en un Mundial conduce hacia esas sensaciones de duda y hasta de pánico que se apodera de todo equipo que ve peligrar su triunfo. Lautaro Martínez dispuso de un puñado de ocasiones para festejar, y si bien son procesos que cada tanto viven los goleadores también es una pena para el equipo y una auténtica desgracia para quien vive del gol.
Pasó Australia, con matices a favor y en contra. Se asoma Países Bajos, un equipo que juega a ras del piso, busca conectar pases y tal vez compartir la posesión; que cuenta con jugadores más gambeteadores y ágiles respecto a los que Argentina se encontró hasta el momento y que les presentarán otro tipo de problemas a nuestros defensores. Hay varios días para estudiar la mejor manera de enfrentarlos. La fórmula más eficaz en todo caso siempre será que el equipo tenga la pelota para lograr que el genio con la número 10 siga iluminándose y derrumbando barreras.
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