Encontrá resultados de fútbol en vivo, los próximos partidos, las tablas de posiciones, y todas las estadísticas de los principales torneos del mundo.
El Malevo Ferreyra: de Rusia con dolor
El mediocampista volvió a la Argentina tras dos años de experiencias fuertes en Europa, donde jugó apenas 17 partidos. En Moscú perdió un bebé y no lo dejaron asistir a su novia; relata que la frialdad de la gente, la cultura diferente y hasta la imposibilidad de expresarse lo afectaron en lo futbolístico
MAR DEL PLATA.– Transferible para River, seducido por el dinero, oriundo de un pueblo entrerriano, apenas en el borde de la mayoría de edad y con una novia a cuestas se marchó Osmar Daniel Ferreyra a Rusia. Y así como Manuelita dejó Pehuajó para irse a París y algún tiempo después volvió, Malevo regresó a su tierra, mucho más amigable para él que la lejana Europa. Cuenta que la experiencia de dos años en el Viejo Continente le dejó “cosas muy buenas y cosas malas”, pero al repasar sus palabras uno encuentra en el balance que las dichas fueron menos que las pálidas. Que a este futbolista zurdo se le hizo bien difícil la cotidianidad en la ex república soviética. Y que por eso retornó a su país, donde fue San Lorenzo, y no su formador River, el club que más rápido y sonriente le tendió la alfombra de bienvenida.
Dos años anduvo por allá; uno y medio en CSKA, de Moscú, a quien aún lo liga un contrato de cuatro años y en el que convirtió dos tantos en sus apenas 18 actuaciones, y PSV Eindhoven, de Holanda, donde jugó escasos dos partidos, sin anotar. Su préstamo de un año en el club azulgrana es todo un convite para volver a ser el que fue en su fugaz desempeño en la Argentina (10 encuentros y dos goles en River y 39 y 9 con la camiseta nacional). “Estoy bien, bárbaro. Realmente contento por estar en San Lorenzo. Descubrí un gran club, que me abrió las puertas desde el principio, me brindó todo y me trató de la mejor manera”, comenta un Ferreyra que empieza a cubrir en su patria el déficit de afecto que padeció en Rusia.
“Malevo” es el apodo futbolístico, puesto por un compañero de habitación en la época de River a colación del famoso comisario tucumano. Pero al volante izquierdo lo llaman “Osmar” sus padres y abuela y “Comas” sus hermanos y amigos. Y el resto de Basavilbaso. Pues de chico tenía un parecido, por juego y el pelo largo en la nuca, a Jorge Comas, delantero de Vélez y de Boca. “Llegué a verlo jugar, pero no lo recuerdo mucho”, agrega quien cumplió 23 años el 9 del actual. “No tengo nada de Malevo, pero no me molesta”, dice sobre su apodo. Aunque tuvo algunos roces en los pagos de la Plaza Roja...
–Venís de una vivencia no tan cómoda en Rusia. ¿Cómo fue?
–Fue una experiencia buena durante dos años. Viví cosas muy buenas y cosas malas, pero lo que más rescato es la experiencia de vida que va a servirme –ojalá– para un futuro. Lo que pretendo es volver a Europa y que la próxima vez salga realmente bien.
–¿Cuáles fueron esas experiencias de vida?
–La de compartir cosas con gente que no tiene la misma cultura que nosotros. El idioma, las costumbres raras me complicaban y hacían que en lo futbolístico todo fuera más difícil, que no encontrara el fútbol que venía teniendo en la Argentina. Fue una de las cosas por las cuales no logré tomar ritmo ni continuidad.
–Se supone que es gente más fría, que come otro tipo de alimentos, que no se abre tanto. ¿Cuánto influyó eso en tu producción futbolística?
–Mucho. Me afectó en lo psicológico después de los primeros tres o cuatro meses sin tener continuidad, con muchas peleas con mis compañeros, desentendimientos por el idioma...
–¿En qué hablabas?
–¿Yo? En entrerriano... (se ríe). Me manejaba con un ruso que traducía en portugués. Al principio entendía poco. Al final, hasta tuve compañeros brasileños y ellos me hablaban en portugués y yo entendía. Yo les hablaba en español y ellos me entendían.
–¿Es difícil pelearse vía traductor?
–Es muy difícil. Yo a veces quería hablar frente a frente con mi entrenador, expresarle lo que yo sentía realmente, lo que yo necesitaba, y quizá no podía, porque siempre dependía de un tercero. Eso me molestaba y me dolía mucho.
–Y te toca un momento duro, por la pérdida de un bebé.
–Fue algo muy, muy j..., porque me tocó estar concentrado ese día, no en mi casa. Uno de mis mejores amigos, Pablo Coronel, jugaba al fútbol en River y tuvo la mala suerte de no llegar, de quedar libre. Yo quise darle una mano y lo llevé conmigo. Estuvo viviendo tres meses con nosotros allá y ese día él estaba en casa. Alrededor de las 2 de la mañana mi novia empezó a tener pérdidas y fueron corriendo al hospital, llorando ella porque no quería entrar, porque tenía miedo, no entendía lo que decían y tampoco dejaron entrar a la sala a una amiga –la mujer de Javier Delgado, uruguayo que también jugaba en Rusia–, así que tuvo que entrar sola. A la vez, a mí no me dejaron irme de la concentración... Fue algo muy feo.
–¿No te creyeron o pensaron que la situación no era tan importante como para dejarte ir?
–Creyeron que la situación no era tan importante como para dejarme ir.
–Entonces notaste bien lo de la otra cultura, ¿no?
–Sí, totalmente diferente. Gente fría, ¿no?
–¿Si le hubiera pasado a un jugador ruso lo habrían dejado irse de la concentración?
–No sé, ni idea. Pero son cosas que uno sufre estando tan lejos de todo, en Moscú. Las cosas se dieron así. Perdimos un bebé que tenía dos meses. Y también quedó mal mi novia. Obviamente, toda mujer, cuando queda embarazada por primera vez y pierde un hijo, queda mal. Y después recuperarse fue un tema más.
–¿Y cuáles fueron las cosas positivas?
–El hecho de ser el primer equipo ruso que ganó una copa UEFA; me tocó estar en el plantel, ser campeón. Fue la única satisfacción en lo futbolístico. Después fui a un club grande de Europa, PSV, pero no tuve continuidad por los grandes jugadores que tenía enfrente: Philip Cocu, un histórico de Holanda, un grande; el coreano Lee (Young-Pyo), que jugaba por la izquierda y era figura en PSV y ahora lo es en Inglaterra. Lo bueno es que nosotros siempre tratábamos de estar con alguien: llevábamos amigos, familiares, para no estar solos, para estar contenidos. Yo iba a entrenarme y estaba activo todo el tiempo; ella estaba nada más que en casa, con la computadora. Y Moscú es una ciudad espectacular, con mucho para hacer, aunque con gente fría. Acostumbrábamos salir a cenar en un grupo de diez, con otros argentinos jugadores.
–¿Si tuvieras una gran temporada personal en San Lorenzo, volverías allá?
–Prefiero otro lugar de Europa. Lo ideal sería España; me encantaría jugar en su liga.
–¿Y qué harías si un compañero tuviera la oportunidad de irse a jugar a Rusia? ¿Lo disuadirías o le harías recomendaciones para que se manejara bien allá?
–Nunca le interrumpiría su carrera. Sí le daría algún consejo, pero no me metería más que eso.
Hace algunos días, el basquetbolista Rubén Wolkowyski contaba en La Nacion que era amado en Rusia, que estaba a gusto. A Osmar Comas Ferreyra le resultó diferente la vida allá. Y ya está acá para volver a ser el que fue. En lo futbolístico. Y también en lo personal.
Temas
- 1
Diego Simeone, antes de Barcelona vs. Atlético de Madrid: “Nadie te asegura que ganando se abra la puerta para algo importante”
- 2
Yuta Minami, el arquero japonés que se metió un insólito gol en contra en su partido despedida... ¡y llamó al VAR!
- 3
Dibu Martínez y un partido especial ante Manchester City: pase de billar en el primer gol, discusión acalorada con Grealish y Haaland y saludo navideño
- 4
Simeone, De Paul, Álvarez, Molina: el Asadito mecánico del Atlético de Madrid cocinó un triunfo histórico en Barcelona