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El laberinto de Lionel Messi: sigue sin arrancar con su magia en PSG, mientras extraña cada paso de la selección
A diferencia de buena parte de su carrera, lo mejor lo expone en el seleccionado, que ahora lo ve por TV; quedó eliminado en la Copa de Francia, más allá de marcar un penal en la definición
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A veces, la vida da un giro inesperado. Las lágrimas por el despido de Barcelona a las lágrimas de la vuelta olímpica en el Maracaná, un mundo. Un universo que abre otras puertas, que derriba mitos. O, en todo caso: que transforma teorías. Lionel Messi solía ser una maravilla en Barcelona, sobre todo en tiempos de Pep Guardiola y Luis Enrique. Se construyó, para algunos, el mejor jugador de todos los tiempos, mientras sumaba títulos de todos los colores. Y acá, a la vuelta de la esquina, con la camiseta celeste y blanca, era un suplicio.
Allá ganaba, gustaba, se convertía en leyenda. Acá, aún con actuaciones extraordinarias, siempre sentía –parte del medio, sobre todo- que le faltaba una marcha más. Señalaban a los entrenadores del seleccionado, que no sabían rodearlo. Acusaban a sus compañeros, que no lo arropaban. Cómplice de esa incómoda situación, con imágenes que solían retratarlo entre cinco, seis, siete rivales, sin pase, abrumado en su propia gambeta, Leo insistía. Era lo que más quería: consagrarse en la selección.
Lo más destacado del partido
Pasaron Mundiales, Copas Américas. Hasta renunció luego de una de ellas, molesto por una repetida frustración. Las finales que quedaron en el camino. Hasta que –da lo mismo, qué ocurrió antes y después- debió emigrar, salir de la zona de confort, en un equipo caído en desgracia. Y, de pronto, se alinearon los planetas: Scaloni, De Paul, Dibu Martínez y hasta un renacido Di María, lo cobijaron en la vuelta olímpica más maravillosa. En PSG, mientras tanto, arranca. No corre, no vuela.
Es el mundo del revés (al fin, de algún modo): Leo es feliz en la selección. Debería estar en un lujoso hotel de las sierras cordobesas, dispuesto a cazar a Colombia, la próxima víctima del equipo nacional, invicto, valiente y, en cierta medida, afortunado. Sin embargo, debe estar en París, en el Parque de los Príncipes, en encuentros subterráneos en los que, de todos modos, le cuesta un triunfo. No está fino, no está ágil, tal vez juega melancólico, como ocurría en aquellos años, cuando cruzaba el océano.
El astro argentino disputó este lunes su primer partido como titular de 2022 en el encuentro que Paris Saint Germain quedó eliminado ante Niza por 6 a 5 en los penales, luego de empatar sin goles, en el estadio Parque de los Príncipes, por los octavos de final de la Copa de Francia. Es extraño: Leo nunca juega mal. Sin embargo, una vez más, dejó un sabor agridulce en la boca. Con clase, marcó su penal, el primero. Luego, el derrumbe de un equipo que no pone nunca tercera, cuarta. Mauricio Pochettino está en la mira.
A los 34 años, no viajó a las Eliminatorias Sudamericanas para jugar con la selección argentina. Todo un símbolo. Hizo su primera aparición en el año el domingo de la semana pasada, cuando ingresó a 30 minutos del final en la goleada sobre Reims (4-0) por la Ligue 1. Aquella vez, también, mostró chispazos de su clase. Esa participación marcó su retorno a las canchas tras un mes de inactividad, en el que se perdió el anterior cruce por la Copa de Francia y otros dos juegos del campeonato local.
Después de jugar ante Lorient, el 22 de diciembre, el rosarino viajó a Rosario para celebrar las fiestas y contrajo Covid-19 antes de Año Nuevo, lo que postergó su vuelta a Francia. Ya en París, Messi cumplió con un plan de entrenamiento gradual, lo que hizo que, de común acuerdo con Lionel Scaloni, no fuera convocado para los partidos de Eliminatorias ante Chile y Colombia.
Arrancó recostado sobre la derecha, con la pierna cambiada. Más tarde, se centró como un libre pensador, sobre todo, en el centro del campo, en los metros finales. Pocas veces, pisó el área. Anticipado, atrapado en los primeros minutos, le cuesta el roce físico. Activo, pero errático en los pases.
Siempre tiene una marcha más. Electrizante corrida por la derecha, gambeta, distracción. Y un zurdazo, en el final del primer tiempo, directo a las manos del arquero. Cada intervención, provoca un shock de confianza en sus compañeros y, sobre todo, en las tribunas. Sin Neymar, con Mbappé en el segundo tiempo, inmóvil Icardi, solo sostenido por la voluntad de Verratti, Leo se siente solo, como cuando jugaba en la soledad del laberinto seleccionado.
Entró Paredes, un socio acá y allá. No desentonó, pero falló un penal, influyente, decisivo.
En Córdoba, están sus otros compañeros: Di María, Lautaro Martínez, Papu Gómez, Dibu Martínez y tantos otros, más allá de las ausencias. Acaba la faena en París y, seguro, debe estar conectado con algunos de ellos, para saber cómo están, como se sienten, que hay que defender el invicto y cosas por ese estilo. El dolor europeo -a Leo no le agrada ni perder al truco- debe transformarlo con buenas sensaciones, del otro lado del mundo.
Leo sabe que es el último gran año: el año del Mundial de Qatar. Después de la Copa América, ahora sí, siente, es una oportunidad de oro. Hay química grupal, sobre todo. Hay un buen equipo. Hay buenos intérpretes (la mayoría, como él, se sienten más a gusto en la selección que en sus clubes). Y un entrenador que lo comprende. En PSG tiene una obligación mayúscula: la Champions League. Mientras tanto, en Francia todavía debe aprender el idioma, más allá de que su clase es universal.
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