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El fútbol según César Luis Menotti: “Enseñó ideas que le sobrevivirán”
Su discurso mereció tanto respeto como burlas por parte de sus detractores
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Le piden a César Menotti que elija su “gol favorito”. No duda: zurdazo cruzado desde afuera del área a Amadeo Carrizo en 1963 en Rosario. Por tres razones, dice: 1) porque fue un golazo, 2) porque permitió a Central ganarle 1-0 a River y 3) porque le hizo ganar una fortuna. El Flaco cuenta la anécdota riéndose: un fanático de River con mucha plata le había dicho al Gitano Juárez, entonces jugador de Central, que apostaba un millón de pesos por el triunfo del Millo. El Gitano y César no tenían ese dinero. Pero sí quien sería el futuro suegro de Menotti. Ganada la apuesta, el suegro repartió el dinero con El Flaco. “¿Pero si yo no hice nada?”, le dice Menotti. “¿Cómo que no? Hiciste el gol”.
Diecisiete años después, ese gol y el recuerdo de Menotti forman parte de “Tore wie gemalt” (Gol pintado). Más de cien cracks del fútbol mundial que dibujan ellos mismos su gol favorito. Y lo cuentan. Di Stéfano, Beckenbauer, Platini, Muller. Su autor, el periodista chileno-alemán Javier Cáceres, que fue atesorando esos goles durante años en una pequeña libreta Moleskine, tenía especial deseo de que Menotti recibiera su obra de arte. Porque en 1997, cuando El Flaco dirigía a Sampdoria (lo echaron a las ocho fechas, el calcio no era para él) una entrevista con Menotti le valió su trabajo en Suddeutsche Zeitung, principal diario alemán. En esa nota (Messi tenía apenas diez años), Menotti formó su selección de todos los tiempos: Yashin en el arco; línea de cuatro con Carlos Alberto, Beckenbauer, Federico Sacchi y Nilton Santos; Cruyff, Kempes y Pelé en el medio y Garrincha, Di Stéfano y Maradona adelante. Bien de ataque. Bien de Menotti.
Para El Flaco, el riesgo formaba parte del juego. “Mi preocupación”, decía, “es que los entrenadores nos arroguemos el derecho de quitar del espectáculo el sinónimo de fiesta en favor de una lectura filosófica que no se puede sostener, que es evitar correr riesgos”. Menotti quería que sus equipos conmovieran. Dos de ellos (Huracán del ‘73 y la selección Sub 20 de Japón 79) están en la galería de los mejores equipos en la historia del fútbol argentino. Eran fiesta popular. Porque el fútbol, decía El Flaco, pertenece a la gente.
Eso fue lo que siempre defendió cuando su selección física y vertiginosa campeona mundial de 1978 (más parecida a la Holanda del 74 que al Brasil de México 70) se coronó en medio del horror, con los dictadores celebrando en el Monumental. “Jugamos para nuestros padres”, decía Menotti, “nuestros hijos, nuestras familias, nuestros vecinos, el panadero, el electricista, jugamos para la gente”. Para enojo suyo, ese debate sobre el Mundial 78 nos ocupó muchas horas, entrevistas de hasta cinco horas seguidas con la cámara encendida, discutir la mera sospecha de si acaso habíamos ganado nuestro primer Mundial “gracias a Videla”. Con el tiempo, sentí que fue “a pesar de Videla”. Es decir, que el 78 sobrevive también como recuerdo futbolero gracias a Menotti, refundador de nuestras selecciones.
Su discurso entre intelectual y callejero sobre la belleza del fútbol, el cigarrillo, el pelo largo, el aire bohemio, fueron imán, pero también burla. Don Quijote vs el resultadismo. Pero Menotti también hablaba de “trabajo” y de “ganar”. Lo opuesto a la “belleza”, decía El Flaco, no es la “eficacia”, sino la “ineficacia”. Predicador (pero ya sin títulos a la vista), sus críticos le dijeron “versero”. Su ego y ciertas contradicciones ayudaron a que un rico debate futbolero con Carlos Bilardo terminara en caricatura. Que a Menotti le gustaba Joan Manuel Serrat y a Bilardo la cumbia. “A mí también me gusta la cumbia”, me dijo una vez Menotti. “Lo que me molesta es si tocan horrible”.
“Chorros”, escribió de pibe Menotti en la entrada de Unión Americana, su club de barrio en Fisherton, enojado porque la cancha había sido reconvertida en pista de baile. Se lo siguió diciendo a muchos tiburones más. A veces, fue demasiado hiriente con sus críticos. Pero su amor y defensa del fútbol como arte popular, como un hecho cultural, hizo que hasta Pep Guardiola (el mejor de la era moderna) quisiera escuchar su palabra. ¿Cuántos se inspiraron en él? Recuerdo un vestuario argentino aliviado y feliz porque la selección acababa de clasificarse a México 86. Y a Jorge Valdano que me cita a Menotti, mala palabra en medio de ese ambiente puramente Bilardista. “Es que César”, me dijo Valdano, “me ayudó a entender por qué soy jugador de fútbol”. Casi nada.
Y allí está en las redes esa postal hermosa. El Flaco junto con Pablo “César” Aimar. Pasado y futuro. El Aimar que ayer fue a Ezeiza a despedir a Menotti. Igual que cientos más. Desde José Pekerman a Lionel Scaloni. Generaciones enteras que se formaron bajo su palabra. “Enseñó ideas que le sobrevivirán”, escribió Cáceres en Alemania tras la noticia de su muerte, un domingo de fútbol. “Cualquiera que haya tenido el privilegio de hablar de fútbol con él se ha visto necesariamente transformado después”.
Menotti “era un seductor, un hombre que jugaba con los sentidos de los demás porque entendía lo que mueve a la gente”. Y sus equipos, dijo Cáceres, “respiraban el espíritu de la utopía. El espíritu de Menotti”. Su libro de goles de cracks llegó con Menotti oliendo la muerte. Nunca es tarde. Sus hijos recibieron el libro ayer en Ezeiza. Leyeron la anécdota de la apuesta. Cuando el abuelo le dice “¿cómo que no? Hiciste el gol”. El Flaco, por suerte, hizo mucho más que ese gol. El fútbol agradecido.
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