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El fútbol argentino es transparente: nada está limpio
Sin que le tiemble una pestaña, Daniel Angelici confiesa que volvería a hacerlo. Y desde la impunidad de los que se sienten protegidos por un sistema que acepta como natural lo inadmisible, desafía: los hinchas de Boca deben sentirse orgullosos de su presidencia. Él, que tendría que estar hundido en la humillación, elige la provocación cuando le preguntan si en algún momento pensó en renunciar. "¿Debería?" Torea. E insiste: "¿Por qué?, ¿Debería?". La intimidación vuelve a escena para confirmar lo evidente. Como en las escuchas, el poder sólo aprueba la sumisión.
¿Tendría que dar un paso al costado Angelici? Sería un gesto fantástico en este mundo que vive de la imagen, porque algo muy visible, de alto impacto, traería un efecto sanador. Sembrar sospechas sobre el oportunismo de la denuncia periodística -aunque las fuentes no sean inocentes- es otra treta ruinosa porque saltea el origen y deposita culpas en el cartero. Las pruebas son irrebatibles, y si los demás también llaman y aprietan por teléfono, nada suaviza la conducta del presidente de Boca. ¿Y Fernando Mitjans? Ya tendría que haber pedido asilo en Groenlandia. Su genuflexión retrata un método infame. El pánico que acompaña sus palabras habla de la obediencia.
Hay una trama cultural perversa que alienta las transgresiones. Porque ser pillo cotiza en alza en esta sociedad corrompida por el éxito, o lo que se instaló como éxito. No es casual que en su defensa Angelici apele al sentimiento, porque exaltando la viveza que exige defender los colores y el escudo recogerá lealtades populares. Comprensible desde un cuerpo enfermo, pero definitivamente inaceptable.
En tiempos líquidos, donde nada se razona ni calibra demasiado, un día es atropellado por otro y el carrusel no deja de girar. Pero después de este sismo es obligatorio involucrarse. Es grave si al debate del fútbol argentino se le estrecha el menú de inconformistas, de rebeldes. De avergonzados. ¿Quién puede creer en Angelici o en Mitjans? Nadie. Ni disculpas ni renuncia. Camuflarse detrás de una licencia tampoco cambiará nada. Pero ya no se trata de ellos y sus escrúpulos, sino de los demás y sus valores. El escándalo de las escuchas pone el ojo en el resto de los dirigentes, Angelici y Mitjans ya no valen la pena.
Entre presiones políticas, devolución de favores y clientelismo político, en la AFA nunca hubo independencia de poderes. Nunca son los últimos 35 años. El grondonismo activó las teclas para la perpetuidad y desactivó cualquier insurrección. Sigue siendo igual, aunque Julio Grondona haya muerto hace algo más de 30 meses. Escuchar sobre la herencia aburre cuando no se advierte auténtica voluntad para modificar un estilo infecto.
El pestilente fútbol argentino se encuentra ante un umbral refundacional: es tiempo de eyectar sus peores prácticas y las próximas horas resultarán vitales para saber quién es quién. Quién condena, quién avala o quién simplemente se calla. Sería saludable creer que muchos protagonistas no quieren ser cómplices. La inacción les tendría que pensar en su conciencia. Si los árbitros creen que son rehenes de sus gremios, que reaccionen. Si los entrenadores no están representados por su sindicato, que se quejen. Si los jugadores no se sienten incluidos en Agremiados, que protesten. Si a los integrantes del Tribunal de Disciplina los avergüenza Mitjans, que lo aparten. Si Angelici encierra todos los vicios de los que la nueva AFA tendría que desprenderse, que lo expongan. Que la vergüenza motorice a los que piensan distinto para despegarse de la bandada. Ya es hora de que los buenos limpien la ciénaga. Si quedan.ß
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