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El extraño encanto de jugar contra el equipo de tu vida
Sebastián Beccacece y el preparador físico Jorge Desio enseguida se enfundaron en esa camiseta roja. Dos inscripciones resaltaban en el pecho: finalistas aparecía tachada. Y abajo, más grande y subrayada, campeones. Jorge Sampaoli se abrazó con sus colaboradores, pero no se la puso. De repente, desapareció. No se sumó a las celebraciones populares en el Palacio de La Moneda, prefirió irse a comer pizza con su familia, lejos del carnaval que se había desatado en Santiago de Chile. "Entendí que el festejo era de los jugadores con la gente de su país, no podía estar ahí siendo argentino. No me iba a sentir cómodo en ese lugar. Me dolió ganar esa final contra mi país. Mi familia y amigos me querían matar, y con razón. Fue raro ganarle una final a Argentina", contó alguna vez. La Roja hizo historia en 2015, jamás había conquistado la Copa América.
Nadie podía sospechar que la situación prácticamente se iba a clonar al año siguiente. Otra vez Chile campeón, contra Argentina y con un argentino en la conducción, ahora, Juan Antonio Pizzi. Él también maquilló la alegría. Antes de la definición, no evitó referirse a la particularidad: "Mi compromiso con Chile es absoluto. Ya cuando decidí defender a otra selección, asumí el riesgo de jugar contra Argentina". ¿A qué se refería? Pizzi le arrebató un título a la selección como entrenador, y le convirtió un gol como delantero. Sucedió el 20 de septiembre de 1995, en Madrid. Pizzi otra vez de rojo, pero como delantero de la España de Javier Clemente. Con un cabezazo, su especialidad, el santafesino abrió el marcador para el 2-1 final contra el Káiser Passarella. "Cuando le anoté, no fue un momento agradable", aceptaría Pizzi mucho tiempo después.
Los cruces contra seleccionados dirigidos por entrenadores argentinos es más frecuente de lo que podría sospecharse. En lo que va del siglo XXI, ya hubo 22 enfrentamientos de la Argentina ante un director técnico criollo. Y si bien a la selección se le escurrieron ante entrenadores argentinos las dos últimas finales que disputó, lo usual ha sido que esos conversos cayeran derrotados.
¿Nombres? De todos los estilos. Siete veces estuvo del otro lado Ricardo La Volpe; otras cuatro, Juan Antonio Pizzi, José Pekerman, Gustavo Quinteros y Gerardo Martino; tres, Ramón Díaz; dos, Ricardo Gareca, Claudio Borghi y Marcelo Bielsa, y una, Jorge Célico, José Omar Pastoriza, Daniel Passarella y Jorge Sampaoli. A ellos se sumará Eduardo ‘Toto’ Berizzo este miércoles. Apenas cuatro vivieron la singular experiencia de derrotar a su país: La Volpe en 2004, Bielsa en 2008, Martino en 2009 y Gustavo Quinteros en 2015. Estos 13 directores técnicos cubrieron con su cartera laboral toda América del Sur. Salvo Brasil, claro, que por orgullo y folclore nunca dejará al Scratch en manos enemigas.
Ninguno de los vencedores se desbordó, pese a que se trató de triunfos muy especiales para sus ocasionales banderas de adopción: con La Volpe, México ganó el único mano a mano en las tres últimas décadas contra la Argentina; con Bielsa, Chile alcanzó la primera victoria de su vida en las eliminatorias y aquel cruce eyectó a Alfio Basile de la selección albiceleste; con Martino, aquel día Paraguay se clasificó a la Copa del Mundo de Sudáfrica, y con Quinteros, Ecuador disfrutó de su bautismo triunfal en Buenos Aires. ¿A ellos se sumará Eduardo Berizzo este miércoles? Si lo consigue, se tratará de la primera victoria guaraní ante la Argentina en el historial de la Copa América. El ‘Toto’, que participó de estos certámenes sudamericanos en 1997 y 1999 con la Argentina, conoce la peculiar sensación porque integró el cuerpo técnico de Bielsa durante la excursión trasandina. Pero ahora él estará en primer plano.
Entre las rarezas, cuatro de estos entrenadores también dirigieron, antes o después en sus trayectorias, a la Argentina: Passarella, Pekerman, Martino y Sampaoli. El extraño encanto de jugar contra el equipo de tu vida. Del que esos entrenadores son hinchas, pero un día, ese día y esos 90 minutos, se desconecta la pasión. No hay Himno, no hay nada. Es el deseo profesional de trascender, aunque enfrente suenen esos acordes tan familiares. Ni culpa ni remordimiento.
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