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El espejo de Messi: cuatro figuras mundiales que después de los 33 años abandonaron el club de toda su vida (y un bonus track)
Las lágrimas por alejarse de Barcelona se transformaron en emoción en el arribo a París; otros cracks que, de grandes, cambiaron por primera vez de camiseta
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Las lágrimas del adiós se transformaron en sonrisas y una pizca de emoción. Lionel Messi era un pibe cuando se presentó en la Masía, motivado por un sueño de pelota y la convicción de que con un proyecto de vida que lo respaldara -médico, humano, deportivo, familiar-, iba a convertirse en uno de los elegidos de la historia. Lo consiguió. Es una referencia mundial. Y a los 34 años, luego de 21 temporadas en Barcelona, su club, su casa, su vida entera, dio un vuelco extraordinario.
Las primeras 24 horas en París representan verdaderamente una fiesta. Sin embargo, todavía brota el llanto de una inesperada despedida. Leo habría querido cerrar su historia maravillosa con el puño izquierdo en alto, con el Camp Nou ardiente y repleto hasta en los pasillos, en un final de pantalones cortos con 36, 37 años. El club de toda su vida.
“Mi plan es jugar toda la vida para el Barcelona. Sólo me iré cuando ya no sea bueno o cuando el club no me quiera”, anunciaba en noviembre de 2011. “¿El dinero? No, el dinero no. Solo me iría si pensara que no soy tan bueno, o cuando el club ya no quisiera tenerme”. Transcurrieron casi diez años. Cambió todo. Las relaciones contractuales, los topes salariales. Se quebró el factor humano: lo más valioso.
Messi siente ahora un cosquilleo en el cuerpo nuevo, sorprendente. No lo había sentido nunca, si creó una vida soñada en las afueras de Barcelona, con su mujer y sus tres hijos. A partir de ahora, será una figura estelar en un ámbito diferente, otro campeonato, otro idioma.
En el pasado, hubo otros fuera de serie, enormes futbolistas, que luego de la barrera de los 33 años -y más allá-, cerraron la puerta de su único club para emprender una nueva aventura. Pusieron el prestigio y el sentimiento en el círculo central, a la vista de todos. Eran ídolos de una sola camiseta. Raúl, el extraordinario delantero de Real Madrid. Gerrard, una leyenda de Liverpool. De Rossi, un emblema de Roma. Pelé, icono que llevó a Santos a recorrer el mundo. Y hasta Alessandro Del Piero, que luego de empezar tímidamente en un club pequeño, se convirtió en el mejor número 10 de la historia de Juventus.
Y un día, cambiaron de camiseta. Nadie jamás lo habría imaginado.
Un caballero del fútbol, símbolo del primer box to box de la Premier League, Steve Gerrard se despidió a los 34 años del apasionado teatro de Anfield. La broma superó al tiempo: se decía que no iba a cambiar ni de equipo ni de peinado... hasta que tomó nota de una vieja canción: “Nada es para siempre”. Y se marchó, después de 17 temporadas.
A diferencia del ruego de Leo, el dueño de la camiseta número 8 saludó a los 44.000 hinchas que lo ovacionaron, luego de un encuentro con Crystal Palace. Más fuerte que nunca sonó el himno, You’ll Never Walk Alone. “Es un día que no voy a olvidar. Llevo mucho tiempo en esta ciudad y creo que es el momento de salir. Espero ser bien recibido en el futuro. Quiero mostrar mi gratitud con los aficionados. He jugado en cientos de estadios en todo el mundo y ante todo tipo de hinchadas, pero ustedes son los mejores, sin duda. Durante mucho tiempo he temido este momento porque sé que lo voy a extrañar. He disfrutado cada minuto disputado en este estadio y estoy tremendamente triste de saber que no los voy a volver a sentir”, contó, rodeado de lágrimas.
Campeón de la mejor final de Champions de todos los tiempos (el milagro de Estambul), actuó durante dos años y 39 encuentros en Los Angeles Galaxy, en la MLS. Luego del retiro, se convirtió en entrenador: dirige a Rangers, de la liga de Escocia. Seguramente, será el futuro reemplazante de Jürgen Klopp en Liverpool, cuando el alemán decida alejarse.
Convertido en mito, Raúl González se fue del Bernabeú luego de 16 temporadas. El 29 de octubre de 1994 fue el prólogo de la leyenda de Raúl González Blanco, el delantero que, junto a Don Afredo Di Stéfano, es uno de los más valiosos de la historia galáctica de Real Madrid. Raúl representó lo que significa la bandera, el escudo. Ganó todo, convirtió todos los goles. El 26 de julio de 2010 le puso punto final a su carrera en blanco, más allá de que de niño supo jugar en Atlético de Madrid, club que reunía su simpatía.
Disputó 741 partidos, conquistó seis títulos de liga, tres Champions League, dos Intercontinentales, una Supercopa de Europa y cuatro Supercopas de España. Sumó 323 tantos en todas las competiciones, un récord que superó solamente Cristiano Ronaldo. A los 33 años, pasó a Schalke 04 y dos pasos fugaces y finales en Qatar y Cosmos.
“Mi sueño era retirarme en Real Madrid”, contó tiempo después. En los otros destinos, alcanzó seis trofeos. Un ganador, símbolo de lo mejor del deporte.
A los 36 años, Daniele De Rossi quería conocer el ambiente de la Bombonera. “Elegí venir a un país con la gente más loca por el fútbol”, contó, en su presentación, luego de una vida en la Roma, un símbolo que lleva en la piel, tatuada, como el gran Francesco Totti. Messi quería ser como Totti: jugar solo en el Camp Nou, para siempre y, sin embargo... De Rossi, campeón del mundo, quiso darle un vuelco a su vida.
Tras 18 años en el Olímpico, generó un revuelo mayúsculo en el medio doméstico, firmó un contrato de un año, pero se acabó después de seis meses, con siete partidos y un gol. Problemas familiares y físicos acabaron el sueño demasiado pronto y colgó los botines. Su carrera como romanista arrancó en 2001, actuó en 459 partidos en la liga italiana, 56 en la Copa Italia y 98 en competencias internacionales. Era un león en la zona media.
“Mi corazón es de la Roma, pero me gusta muchísimo Boca desde que era chico. Por Maradona, por el estadio, porque me enamoré del estadio… me enamoré de los hinchas, de los hinchas que son apasionados”, contaba el italiano, hoy, ayudante de campo de Roberto Mancini en Italia, campeón de la Eurocopa.
Un 10 maravilloso, Alessandro Del Piero es un intruso en esta historia. Pero bien lo vale: apenas jugó dos temporadas en Calcio Padova, una pequeña entidad. Rápidamente, se convirtió en la bandera de Juventus durante... 19 años. Se fue a los 37, con más de 700 partidos, 318 tantos y títulos de todos los colores.
“Ya no soy un jugador de la Juventus, pero siempre seré uno de ustedes. No es un momento triste para mí, no hay arrepentimiento o nostalgia. Ya no. He tenido tiempo de pensar sobre todo lo que he pasado en mi última temporada como bianconero, yendo hacia atrás y reviviendo el sueño más grande que podría haber soñado”, se despidió, con una carta de puño y letra.
Tiempo después, jugó en Australia y en India.
Mucho más atrás en el tiempo, Pelé fue icono y leyenda. Su talento mágico llevó a Brasil a ganar tres copas del mundo, y a Santos a recorrer el planeta... literalmente. O’Rei le dio a Santos dos copas Libertadores, dos Intercontinentales, seis títulos del Brasileirao, y diez campeonatos del regional paulista por más de una década. “Nunca me planteé seriamente salir de Brasil. Me encantaba el arroz con frijoles que hacía mi mamá, mis padres vivían al lado de mi casa, hacía siempre 25 grados y tenía la playa al lado. ¿Qué más podía pedir?”, contó alguna vez sobre por qué nunca jugó en Europa.
Ya en el epílogo de su carrera, Pelé fue la excusa para que Santos viajara por el Caribe, Norteamérica, Europa, África, Asia y hasta Australia. Finalmente, se despidió de Vila Belmiro en octubre de 1974. Era su retiro... hasta que los problemas económicos lo forzaron a considerar un regreso. Y a los 35 años, aceptó desembarcar en Estados Unidos, en un espacio sin presiones, para ser parte del Cosmos de Nueva York en la NASL. Su ciclo en aquel equipo de figuras, que pasaba más tiempo en gira que en el torneo norteamericano, concluyó con el adiós definitivo, en octubre de 1977. “Jugar en una ciudad como Nueva York fue una experiencia y sirvió para promover el fútbol en los Estados Unidos. Además, aprendí inglés”, recordó años después sobre aquel crepúsculo de su vida como futbolista.
Gigantes en su zona de confort, patearon el tablero, pero lo que siguió ya no fue lo mismo. La historia de Leo todavía está por escribirse: está apenas un escalón debajo de su plenitud, eclipsa en un gigante, rodeado de estrellas, dispuesto a seguir ganando todo. Y tiene el Mundial, el que habla el mismo idioma de los billetes que lo hicieron aterrizar en París.
Y Barcelona seguirá siendo su casa. Su primer (¿y único?) gran amor.
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