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El escándalo de las apuestas que sacude al fútbol de Brasil y que involucra a un argentino: cuando una tarjeta amarilla equivale a un trozo de pan
Hay 13 partidos investigados y 16 detenidos, y varios jugadores ya fueron echados por sus clubes, y los números prometen crecer
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Romario investigará a Romario. El primero (Romario de Souza Faria) es el crack del Mundial 94, hoy senador experimentado, posible líder de una Comisión Parlamentaria. Al segundo (Romario Hugo dos Santos) le dicen Romarinho. En noviembre pasado, jugando para Vila Nova, de Serie B, aceptó un soborno de 150.000 reales (30.000 dólares) para cometer un penal contra Sport. Afuera del equipo, pero con un anticipo cobrado, Romarinho buscó entonces que otro compañero cumpliera la tarea. Enterado, Hugo Bravo, presidente de Vila Nova, policía militar, denunció el caso al Ministerio Público de Goias. Así comenzó el escándalo de apuestas y arreglos de partidos que llegó a la Primera división. La operación “Pena Máxima” que sacude hoy a Brasil.
En aquellos mismos días del partido contra Sport, el propio Romarinho ofreció 17.000 dólares al entonces jugador de Avaí, Eduardo Bauermann, para que se hiciera amonestar en el Brasileirao (Primera División). Bauermann incumplió y ofreció como compensación hacerse expulsar en la fecha siguiente. Pero lo hizo con el partido ya finalizado, una tarjeta roja que es inválida para las casas de apuestas.
“Mirá la mierda que hiciste hermano…me cagaste otra vez”, enfureció Romarinho. “Ahora vas a pagar todas mis pérdidas hermano”. “Tengo una esposa embarazada, dos niños pequeños”, se atemorizó Bauermann, amenazado. Ofreció pagar 200.000 dólares en veinte cuotas. Y hasta un porcentaje de trasferencia futura a Europa. En 2011, cuando tenía 16 años y era figura promisoria de Palmeiras, Romarinho decía que pensaba “más en el fútbol que en el dinero” y que no quería irse rápido a Europa. Pero confesaba un sueño: “jugar con Messi en Barcelona”. Su carrera terminó siendo discreta. Lejos de Messi, y ya retirado con 28 años, Romarinho hoy está preso. Acusado de integrar una mafia.
Los trece partidos investigados de Series A y B corresponden a la temporada pasada (siete por sospechas de soborno para recibir tarjeta amarilla, dos para tarjeta roja y cuatro para cometer penales, no todas las ofertas fueron aceptadas). Hay 16 detenidos. Y 9 jugadores echados por sus clubes (entre ellos Bauerman, cesado por Santos, su club actual). Los números, me avisan desde Brasil, amenazan crecer.
Fluminense cesó a Vitor Mendes. Y Red Bull al argentino de 21 años Kevin Lomónaco, testigo arrepentido, que admitió que se hizo amonestar a cambio de unos 14.000 dólares. Según el acuerdo (hacerse amonestar, expulsar, cometer un penal, favorecer corners, etc) la oferta podía llegar a los cien mil dólares. La banda, liderada por Bruno Lopez de Moura (ex jugador de fútbol sala), ganaba luego mucho más en el negocio de las apuestas.
La Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) teme que surjan casos en el actual Brasileirao y que la justicia pare el campeonato. O que aparezcan árbitros implicados (ganan mucho menos dinero que los jugadores y son los dueños de las tarjetas). Sería peor que en 2005, cuando el árbitro Edilson Pereira de Carvalho cobraba 7.000 dólares por partido para favorecer a los apostadores.
Hoy, la apuesta online permite todo. Se puede apostar por un saque lateral desde Kuala Lumpur. A toda hora. Y en cualquier Liga, partidos ficticios incluidos. Países que legalizaron el juego admiten ahora la necesidad de imponer límites. En los Estados Unidos hay jugadores atacados por apostadores derrotados. La publicidad agresiva de las casas de apuestas domina mucho más que Federaciones, campeonatos y camisetas. “Si como madre no puedes salir de casa”, invitan publicidades en el Reino Unido, “¿por qué no consideras un bingo en línea?”.
En Brasil, la CBF se considera víctima. Pero obliga a los clubes de Serie B a que luzcan en sus camisetas publicidad de Betano, la casa de apuestas que pagó para poner su nombre al campeonato. El reparo de los clubes no es moral. El problema es que ya tienen patrocinio de sus propias apostadoras. También los clubes de Serie A se sienten víctimas. Pero recién ahora organizan charlas con sus jugadores. Son los mismos clubes que hace un mes avisaron que vetarán el uso de su imagen si el gobierno de Lula, como ya anunció, sube los impuestos a las casas de apuestas. El proyecto reduce la cuota que cobran hoy los clubes, que a su vez quieren triplicarla. Las casas de apuestas no solo son patrocinadoras principales de doce clubes de la Serie A. Patrocinan también en casi todos los programas deportivos, TV, radio y prensa. Y periodistas. La discusión sobre cómo regular el juego no habla de adicciones o corrupción. Habla de dinero.
Medio siglo atrás, el que corrompía a rivales y árbitros, para favorecer a su amado Bangú, era Castor de Andrade. “O Doutor” era el rey del “jogo do bicho”, creado en 1892 como promoción del Zoológico de Río de Janeiro. Se hizo popular y derivó en apuesta mafiosa. Ilegal. En asesinatos y prisiones. Igual que el “jogo do bicho”, también las apuestas en el fútbol estaban prohibidas. Fueron autorizadas en 2018 (Argentina lo hizo poco después). En lugar de animales enrejados en un zoológico, los dineros generosos de las apuestas mantienen a los jugadores en sus jaulas. Algunas pocas, privilegiadas, son de oro. Juegan en Primera. Pero la mayoría son más anónimas. Más precarias. Y en ese zoológico, una tarjeta amarilla equivale a un trozo de pan.
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