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El disfrute de Lionel Messi y la diversión de Neymar, los mejores argumentos para la semana final de la Copa América
La imagen del 10 argentino es de alguien que se siente a gusto, y en ese sentido es justo valorar el trabajo realizado por Scaloni; lo del delantero brasileño va por otros senderos, pero hace lo que quiere cuando tiene la pelota
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La Copa América encara sus últimas etapas y más allá de lo que pueda ocurrir en las semifinales ya ha consagrado a sus figuras excluyentes, que por otra parte eran las previsibles: Lionel Messi y Neymar. Las estrellas de Argentina y Brasil confirman lo esperado, pero en esa confirmación caben más matices e ingredientes diferentes que puntos en común. Es cierto que ambos equipos perderían buena parte de sus potenciales sin ellos en la cancha, porque la genialidad siempre genera dependencia, pero ni el aporte que brindan ni el proceso que cada uno atraviesa son iguales.
Messi, no tengo dudas, vive el mejor momento en su relación con la selección. Sus expresiones y sus gestos muestran a un hombre liberado, ligero de equipaje, alejado de la angustia de ganar o perder que parecía envolver los últimos y tortuosos años del ciclo que culminó en el Mundial de Rusia. Es la imagen de alguien que se siente a gusto, y en ese sentido es justo valorar el trabajo realizado por Lionel Scaloni. Gestionar la salud de un grupo es un mérito, y el plantel argentino trasluce afinidad. Es en ese bienestar con los compañeros donde un jugador encuentra el sustento para rendir más y sentirse feliz.
Lo que vemos por televisión es un Messi más relajado, confiado y motivado. También más maduro y consciente del lugar que ocupa, y por todo esto, más entregado y comprometido, subido a la ilusión de la nueva camada de jugadores, los que no cargan con deudas pendientes ni se sienten responsables de aquellas frustrantes finales perdidas.
El resultado, por supuesto, se traslada a lo futbolístico. Este es el Messi más decisivo y continuo que haya pasado por la selección, incluso el más rebelde, como se vio en el partido ante Uruguay. El progreso puede explicarse por la evolución natural que hizo en su juego, pero sin olvidar que el equipo le ha sumado algunos complementos: delanteros que abren caminos, volantes que llegan al gol, jugadores que se mueven en función de los espacios e interpretan lo que él está ideando. Esto le permite a Messi recibir la pelota en zonas más favorables cuando el equipo acelera, sin necesidad de retroceder demasiado para entrar en el circuito de juego y, sobre todo, adaptándose a sus actuales condiciones.
El Messi de 34 años desequilibra más por imaginación que por habilidad. Tiene la cancha dibujada en la cabeza, ha agudizado sus sentidos, ubica perfectamente dónde están las referencias, es más estratega, pero precisa compañeros en condiciones de ser habilitados, que le sirvan de descarga. Ha dejado de ser el que continuamente se quitaba 3 o 4 rivales de encima a base de gambetas, una circunstancia provocada a medias por la soledad que le generaba la falta de funcionamiento y el hecho de sentirse capaz de hacerlo, pero que acabó siendo muy perjudicial para la selección.
Lo de Neymar con Brasil va por otros senderos. Después de un año muy complicado por factores ajenos al fútbol, siento que es uno de los pocos jugadores que hace lo que quiere cuando tiene la pelota. Elude a dos, a tres, acelera, frena, se encierra, se suelta... básicamente, se divierte jugando.
El crack brasileño vive un proceso distinto al de Messi, tal vez por los cuatro años de diferencia de edad. Neymar sigue pareciendo capaz de generar por sí solo, sin importar qué compañero tiene al lado. Su brillo está vinculado con sus gambetas y sus trucos, con esa magia que no se puede describir sino que simplemente sucede y que de alguna manera nos devuelve al fútbol que admiramos. Todo se ha vuelto tan serio y tan táctico que es de agradecer que cada tanto venga un Neymar y nos reconcilie con el potrero.
Es verdad que a veces ese estado de placer que denota con la pelota en los pies incluso llega a exasperar. En las filas propias porque puede aparentar que juega más para los chiches y para él mismo que para el equipo. En las contrarias, porque a nadie le gusta que le muestren la pelota para escondérsela de manera burlona en el momento exacto. Este último aspecto puede ser reprochable. Para Brasil, la relación de Neymar con Tité funciona como solución ideal.
Los grandes genios son gente incomprendida. Asumen las mayores responsabilidades, viven bajo el ojo crítico y rinden exámenes permanentemente. Entonces necesitan un entrenador que los cuide, los quiera y les dé un trato casi paternal. Alguien que entienda sus lagunas y los resguarde con los compañeros, al mismo tiempo que los obligue a sacar toda su calidad sin permitirse licencias, a ponerse a prueba a sí mismos en cada partido. Encontrar el técnico que sepa dar en la tecla sin el halago empalagoso y poco exigente es un motor para aumentar el compromiso del crack con su fútbol y poner su participación al servicio del equipo. Lo logra Tité en Brasil; parece en camino de conseguirlo Scaloni en Argentina.
Brasil es un equipo con más pericia que fútbol y Argentina tiene muchas cosas por corregir. Además, en su caso, sabemos de sobra que un partido malo o una eliminación pueden derrumbar el mejor castillo y volver todo a fojas cero. Pero Messi está muy bien, y Neymar se divierte. Argumentos suficientes para esperar con interés la última semana de esta extraña Copa América.
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