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El día en que sentí lo mismo que Lionel Messi y PSG en la eliminación ante Real Madrid: una avalancha irrefrenable
La insólita carambola de una jugada que le devolvió al fútbol su condición humana, y puso en duda el futuro inmediato del crack argentino
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Real Madrid y Paris Saint-Germain ofrecieron esta semana uno de esos encuentros que, más allá de las consideraciones puramente relacionadas con el juego, significan una suerte de reivindicación de la condición humana del fútbol.
Nada hay más humano que las emociones, y a veces -no siempre, ni siquiera demasiado a menudo- son ellas las que determinan el devenir de un partido, aunque la tecnología, las estadísticas, los datos... el negocio del fútbol en su conjunto hayan querido declarar prescindentes determinadas variables que siguen estando presentes. Y así como la dictadura del dinero que pueda imponer un club en la confección de su plantel no le garantiza ganar la Champions League, la firma de un contrato multimillonario no inmuniza a un jugador contra el temblor que puede surgir de improviso cuando sucede algo inesperado en la cancha.
En el fútbol, la frontera entre la lógica y el misterio en ocasiones es una única jugada y los que hemos estado dentro de una cancha lo sabemos perfectamente. Se supone que a medida que nos vamos curtiendo, los futbolistas nos dotamos de escudos que nos salvaguardan de los momentos críticos, pero esos escudos no son infalibles.
En lo personal recuerdo un partido jugando para Boca en el que sentí algo semejante a lo que seguramente habrán vivido el otro día los jugadores del PSG. Fue un clásico contra River en el que íbamos ganando 3-0. Nos hacen un gol al filo del primer tiempo que nos hizo dudar, y cuando nos convierten el segundo ocurrió algo que ya no pudimos detener. Como una ola que te lleva puesto o una avalancha irrefrenable, el estadio se nos vino encima y se evaporaron la seguridad, el estado de comodidad, la convicción de ganar que teníamos apenas unos minutos antes.
Nos asaltó el conservadurismo, el temor y la debilidad; solo queríamos quitarnos el partido de encima y empezamos a jugar para sostenernos, para evitar daños mayores, para no jugar. Nos empataron, claro, y es posible que hubiésemos terminado perdiendo si aquello duraba cinco minutos más.
Boca, del 3-0 al 3-3 en 1997
Un equipo funciona cuando los cerebros de todos sus componentes están conectados, y en esos casos especiales, la desconexión es tan contagiosa como un virus y se va apoderando de cada jugador. La fragilidad puede alcanzar al más fuerte y el más experto puede sentirse aturdido. Al rival, mientras tanto, le pasa lo contrario. De pronto recupera la seguridad, la energía y la ilusión que parecían perdidas y se va encima del equipo que percibe débil. Si además el estadio entra en ebullición y ese adversario tiene historia y jugadores con la jerarquía de los del Real Madrid, el desenlace tras un error como el cometido por Gigi Donnarumma suele ser funesto.
¿Por qué a un equipo al cual todo le fluye a la perfección se le derrumba el castillo de esa manera? No hay razón lógica para explicarlo. Ni siquiera aparece cuando se la busca más tarde, en las reuniones de vestuario. Simplemente sucede. Es un momento, que puede repetirse o no, y que pasa en las mejores familias.
PSG, del control al descontrol ante Real Madrid
Lionel Messi, como Neymar, Mbappé o Marquinhos, fue una de las víctimas de la depresión en la que cayó el PSG tras el fallo del arquero italiano, y sufrió un nuevo y doloroso tropiezo en su intento por volver a conquistar Europa. Una vez más cuando parecía tener todo a favor para superar la eliminatoria. Desde ya, tal como se dieron las circunstancias, no había ninguna posibilidad de que pudiera hacer algo mágico en los minutos de juego que quedaban para salvar a su equipo, pero la pregunta es qué puede pasar a partir de ahora. Y en ese sentido, también queda demostrado que incluso a un jugador de su calibre le caben situaciones tan humanas como al resto de los mortales.
Todos alguna vez nos hemos sentido a destiempo. Nuestro mejor momento puede coincidir con el peor de los demás, o viceversa, y algo así le está pasando a Messi. Durante muchos años, su apogeo en Europa se correspondía con su sufrimiento en la selección. Hoy le ocurre lo contrario, y por ese motivo no me parece que esta caída prematura le afecte en exceso. Se siente feliz cuando se pone la camiseta argentina, impregnado del espíritu excepcional del grupo que se ha formado en el equipo nacional, y ese privilegio lo ayudará a prepararse mentalmente para el Mundial, aunque hasta entonces los incentivos en el PSG no vayan a ser los más estimulantes.
Deberá repensar su futuro Messi, pero si bien las sensaciones son personales, desde afuera podría pensarse que no resulta aconsejable plantearse un cambio al final de esta temporada, cuando solo le falten cuatro meses para disputar su último Mundial. El 10 argentino no está acostumbrado al comportamiento itinerante de otros futbolistas y la inestabilidad en este tramo de su carrera no parece lo más recomendable.
El PSG tenía todo controlado en Madrid hasta que una jugada aislada cambió por completo la historia. Lo hizo con tanta fuerza que dejó en el aire el futuro inmediato de Messi, Neymar y Mbappé, tres de los mejores jugadores del mundo. Así de misterioso, imprevisible y humano es el fútbol.
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