Antes del duelo decisivo en Qatar 2022, el recuerdo de un partido mítico con los oceánicos, que tuvo al país en vilo y que marcó una reaparición estelar de Diego Armando Maradona
Sin miedo, justamente, ha confesado Oscar Ruggeri que nunca sintió tanto miedo en una cancha como aquella noche del 17 de noviembre de 1993 en el estadio Monumental. Ya no al escuchar el pitazo inicial del árbitro, que en ese momento todos los temores se disipaban, sino al escuchar el sonido metálico de los tapones contra el piso de los pasillos que conducían al escenario y, peor, el bramar de la gente que hasta allí abajo llegaba como música de guerra y no de fiesta: “Questanochetenemosqueganar” no era simplemente la letra de una canción futbolera sino los latidos de un bombo ritual que a su vez le alteraban los latidos de su corazón.
No se trataba, aquella noche, de los nervios naturales ante la posibilidad de perder una final -como le había pasado en magnífica sucesión desde México 86 hasta Ecuador 93, pasando claro por Italia 90 y Chile 91- sino del un miedo real ante la posibilidad de quedarse afuera de un Mundial por primera vez desde 1970 y en una instancia de repechaje ante un rival menor. Sí, Australia.
“Si perdíamos nos teníamos que ir del país”, suele rematar ese recuerdo Oscar, crecido bajo la doctrina del “ganar o ganar” de Carlos Salvador Bilardo pero ya maduro en el ciclo siguiente de Alfio Coco Basile, más amable con las formas pero igualmente triunfador. Tanto, que aquella inquietante sensación de perdedores que podían perderlo incluso todo los había atrapado de pronto, en muy poco tiempo, después de haber estado mucho sin saber lo que era una derrota. Fue por entonces que el propio Ruggeri hilvanó la cadena sin caídas que Rodrigo De Paul le arrebató hace muy poco.
La treintena de partidos invicto de aquel seleccionado, que se paseaba arrogante y bello por todos los continentes, se había cortado abruptamente en una calurosa tarde Barranquilla, el 15 de agosto de 1993, cuando el gordo Iván Valenciano armó un banquete futbolístico para deglutirse a aquellos que hasta allí parecían invencibles. Fue la entrada del plato fuerte. Un par de semanas después, el 5 de septiembre, ya no sólo Valenciano, sino sobre todo el Pibe Valderrama, Faustino Aspirlla, Rincón y compañía, de la mano de un sabio Maturana, indigestaron a la selección y al fútbol argentino con un 5-0 en el Monumental que movió el ranking siempre a mano de “peor catastrófe futbolística” y provocó, por ejemplo, aquella tapa negra de El Gráfico que pasó a la historia junto con el resultado. Un solo gol más en contra en la propia cancha u otro en otra, donde Paraguay también se jugaba su pase, hubiera dejado al seleccionado sin Estados Unidos 94. Pero no pasó y el destino le dio una oportunidad más, ahora sí la última. No eran tiempos de redes sociales, pero qué duda cabe que #Repechaje hubiera sido trending topic. Y tal vez, también, por qué no, miedo. Aquel que Ruggeri sintió antes de empezar el partido decisivo.
Aparece Diego
En realidad, entre el derrumbe y el comienzo de la reconstrucción -o el intento de- Oscar tuvo que jugar otro partido. Aunque en ese, jura, no tuvo miedo. Para afrontar lo que venía, debió reunirse con un tal Diego Armando Maradona, que había jugado su último partido con la selección en la final de Italia 90 y que por aquellos ya había purgado una suspensión (entre abril de 1991 y octubre de 1992), ya había jugado y se había ido de Sevilla para jugar entonces en Newell’s y había visto aquel catastrófico partido desde una de las plateas del Monumental. En medido de todo eso, claro, muy Maradona, había criticado ferozmente a Coco Basile –”Se emborrachó con dos copas América”- y también a quien, en su ausencia, se había puesto la cinta de capitán en el brazo. Sí, Ruggeri. La reunión, entonces, era inevitable. Porque el pueblo se había expresado y para afrontar aquella batalla definitiva contra Australia el regreso del héroe ya no sólo era necesario sino imprescindible. “La reunión duró cinco minutos”, recuerda Ruggeri, y no hay por qué no creerle. Así era Maradona.
Y era, además, el Maradona más flaco que se recuerde, incluso comparada con sus tiempos de pibe musculoso. En una nueva metaformosis, de las tantas que ya había tenido y de las muchas que le faltaban, de los rulos, los cachetes y los muslos gladiadores había pasado al pelo corto, la cara angulosa y las piernas delgadas y fibrosas. En su vida y su carrera hecha de muertes y resurrecciones una de estas últimas se estaba producciones y justo celebró los 33 años en Sydney, cuando todavía en Buenos Aires era 29 de octubre y un día antes del primero de los dos partidos. Para aquellos días de vigilia en Cogee Beach, el lugar donde la selección se había concentrado, Diego eligió descartar la ropa oficial y usaba gorras y remeras con nombres y mensajes. “Es tiempo de Argentina” rezaba la que decidió ponerse el día del encuentro. Antes, más que escritas, las palabras había salido como dagas desde su boca: “Están los que quieren que perdamos, que no clasifiquemos, entonces inventan historias que no son. Escupen la bandera, son vendepatrias”, disparó, en busca de enemigos y adversidades reales o virtuales. Más Maradona no se consigue.
Cuenta la leyenda que, antes del partido, Julio Grondona abrió la puerta del vestuario, anunció que no había control antidoping y la cerró. Y muchos años después el propio Diego, siempre revisionista y siempre disruptivo, jamás políticamente correcto, y en un nuevo capítulo de sus peleas con el eterno presidente de la AFA, instaló la expresión “café veloz”.
Lo cierto es que aquella noche la Argentina sufrió para empatar. Y en la mitología real maradoniana figura aquella jugada en la que él mismo hizo un lateral, volvió a recibir la pelota, encaró, la perdió y la volvió a recuperar, enganchó y tiró un centro mágico para el gran cabezazo de Abel Balbo. “Me sabe a poco”, dijo después del 1-1 y antes de emprender el regreso a la Argentina.
Un par de semanas después se jugó aquel partido en el que Ruggeri sintió miedo, más miedo que nunca, antes de empezar. No le faltaba razón. Sabiéndose y siendo superior a Australia, a Argentina le costó mucho imponerse. La cuestión se resolvió recién en el primer cuarto de hora del segundo tiempo, con un gol en contra de Alex Tobin y participación secundaria de Batistuta. Los nombres australianos que valían de referencia en aquellos tiempos eran los de Vidmar, Farina, Wade, que se encargó de Maradona. Poco se habló por entonces de Graham Arnold: fue uno de los delanteros y por eso algún cruce debe haber tenido con Mac Allister, Carlos Javier. Ahora, desde el banco, DT de un equipo que vuelve a cruzarse con la Argentina en una instancia decisiva, pensará que estrategia usar para neutralizar a Mac Allister, Alexis.