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El día en que Martín Demichelis volvió a ser argentino
Como en cualquier final, todos se jugaban mucho, pero en ésta, nadie más que él. En realidad, desde el momento en el que se subió al proyecto que heredaba el mejor ciclo de la historia de River, Martín Demichelis siempre supo que la lupa sería más aguda que nunca, y la mirada, examinadora, impiadosa y cruel.
Los números de su gestión son la mejor carta de presentación que podría poner en un imaginario currículum. Ganó tres títulos y obtuvo 67% de los puntos, pero además su primer River “doméstico” resultó ser una mezcla de movilidad, toque y goles, para ganar de forma aplastante el primer torneo que jugó. Una comparación rigurosa lo ubica en el mismo lugar que Marcelo Gallardo en cuanto a resultados en los primeros quince meses de gestión. Una falaz lo pone a competir con el mito en el que se convirtió el Muñeco luego de casi ocho años, y en ésa, no solo él, todos pierden.
Hay una realidad. Demichelis sigue aprendiendo a ser entrenador mientras dirige a uno de los clubes más grandes del continente. Jamás será un elemento que diluya su evaluación, pero el DT está en etapa de construcción. Su tiempo de prueba y error es tan lógico como parte de su crecimiento en el cargo, aunque la impaciencia sea la atmósfera en la que se acostumbró a respirar desde hace varios meses y a la que él mismo contribuye. Las prematuras y muy seguidas eliminaciones de la Copa Libertadores y la Copa Argentina le presentaron un escenario complejo. Mucho plantel como para pocos partidos lo hizo caer en una rotación demasiado agresiva cada semana e incluso durante cada encuentro. La consecuencia fue la pérdida de su estilo y de la confianza en las capacidades de los futbolistas.
La inolvidable conquista de la Supercopa ratificó la dinámica. Demichelis debió corregir a tiempo su elección para acomodar una formación inicial errática y llamativa. Hizo bien los cambios porque armó mal el equipo. El director técnico siempre dispone de una mirada exhaustiva de cada futbolista, pero asfixiar a Facundo Colidio contra una banda y privilegiar a Matías Kranevitter por sobre Rodrigo Villagra parecieron parte de ese sobreanálisis en el que cae a menudo y que también se observa en sus extensas explicaciones técnicas en el contacto con la prensa. De sus decisiones en el campo y su descripción frente a los periodistas se desprenden su deseo de mostrar su sabiduría y su capacidad para el cargo que ocupa. Se siente observado, porque efectivamente lo está, y los cambios compulsivos y la irregularidad del equipo parecen pesar más que el invicto que ostenta en 2024.
La noche cordobesa mostró una faceta hasta entonces desconocida desde su retorno. Imposibilitado de asumir otra postura, o tal vez por temor a un nuevo desaire, jugó al “distraído” cuando Enzo Pérez se acercó a saludar a sus viejos compañeros, y extendió su mano sólo cuando la cercanía los puso frente a frente. Fue el principio de una montaña rusa de emociones que avivó el fuego con prisa y sin pausa. Se entusiasmó cuando la suerte le hizo un guiño en el gol del empate y explotó como nunca antes cuando el derechazo de Rodrigo Aliendro le dio la calma que necesitaba. Durante casi toda la noche fue el entrenador del equipo que perdía el partido, pero apenas un par de minutos en ventaja le alcanzó para celebrar con sus jugadores, abrazarse en familia y soltar algunas lágrimas para descargar la angustia atragantada.
Fue pasional y contestatario ante los cantos críticos de los hinchas y enfático hasta la verborragia para explicar las razones por las que administra los tiempos de los juveniles. Dejó de lado por un rato su habitual elegancia y su figura de caballero de fina estampa para ponerse la camiseta con la banda roja debajo de su europeo saco azul. Se dejó llevar.
Tal vez sea un punto de partida en su relación con la gente. Suena injusto y demasiado ambicioso que la única forma de enamorar al pueblo millonario sea ganar la Libertadores, pero la ausencia del rival eterno y la final en el Monumental ponen más peso a una mochila que desde este miércoles debería ser cargada con algo más de comodidad. En principio, recuperar regularidad en el juego y, con ella, encadenar victorias serían, aunque parezcan un objetivo modesto, un buen comienzo.
En lo personal, el tiempo confirmará si algo se sacudió en su interior. En una noche inolvidable, la postura germánica dejó paso a la vibración latina y la emoción le ganó a la razón. A corazón abierto, sin dudas, Martín Demichelis volvió a ser argentino.
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