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A 20 años del "Racing ha dejado de existir": el día a día de la quiebra, cuando lo estrafalario era lo normal
No se sabe cómo reaccionaría hoy un hincha de la Academia de menos de 25 años si le dijeran que todas las semanas un juez tiene que dar un permiso para que el equipo pueda jugar el siguiente partido. Ya pocos recuerdan rarezas como aquella –verídica, por cierto–, pero en ese tiempo, en Racing, lo estrafalario era lo normal. A ese dramático jueves 4 de marzo se llegó después de muchos años de descalabro, en los que alguna vez el club llegó a tener como único "dirigente" en funciones a un encargado de prensa.
De todos modos, lo que pasó esa mañana fue un poco sorpresivo. En la noche anterior, la última especulación que circuló fue que la Justicia, que por enésima vez debía responder sobre un antiguo pedido de quiebra de un síndico, iba a dejar que todo siguiera como estaba. Unas horas después, a las vidas de Racing, del fútbol en general y del periodismo deportivo de la época las sacudía uno de esos traumas que se dan muy cada tanto. Desde el momento en que la síndico Liliana Ripoll dijo el ya célebre "la asociación civil Racing Club ha dejado de existir", por varios días los teléfonos de las redacciones se reconvirtieron en líneas de asistencia emocional para hinchas que querían saber si lo que escuchaban y veían era cierto. O, más bien, que buscaban que alguien les dijera que no.
Para los cronistas que nos ocupábamos de la información del club, cubrir sus noticias se volvió un curso elemental de leyes y economía. "Avenimiento" (la aceptación, por parte de los acreedores, de una propuesta de pago), "presidente residual" (lo que técnicamente era Daniel Lalín desde que pidió la quiebra), "la fallida" (el club, en quiebra) y otros términos leguleyos eran más tecleados que el vocabulario futbolístico. A situaciones insólitas ya estábamos acostumbrados. Como la convivencia de tres directores técnicos, uno de los cuales, Roberto Zapata, no estaba reconocido como tal, no cobraba y debía ver los partidos desde la platea, porque a la cancha podían entrar solo los oficiales, Gustavo Costas y Humberto Maschio.
Racing obligaba a trabajar en los tribunales de La Plata más que en la cancha y en los sitios de entrenamiento, y hubo personajes novelescos, como el proverbial "hombre más buscado". En todos esos años y en los siguientes, fue una misión casi imposible conseguir una palabra o una foto del misterioso juez Enrique Gorostegui, a la sazón la autoridad legal del club. "Casi", por la excepción que logró la astucia de un reportero de LA NACION: una tarde, en el juzgado ya vacío, después del horario de atención, el sonido de la radio portátil que premeditadamente cargaba el fotógrafo en un bolsillo de su chaleco llamó la atención del magistrado, que se dio vuelta y miró hacia la puerta. Del otro lado del vidrio superior, alerta, disparó la cámara que obtuvo la única imagen que se conoce del juez.
Pero lo que dos décadas después recordamos como el mayor mazazo en la historia de Racing resultó apenas un coscorrón: cuatro días más tarde, la política, el clamor masivo de hinchas angustiados y las entretelas de la Justicia encontraron el mecanismo para que el equipo volviera a la cancha. Un atajo que pocos comprendían pero que todos, tarde o temprano, esperaban. Como aquel día del estallido lo había pedido Sergio Renán, un racinguista famoso y tan estupefacto como todos los demás: "El fútbol no puede seguir sin Racing".
* El autor fue el periodista de LA NACION que cubrió la quiebra