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El desnudo Camp Nou escenifica la brecha española
Un fantasmagórico partido en el Camp Nou escenificó la mayor crisis política española desde la muerte del dictador Franco. El Barçaderrotó 3-0 a Las Palmas, con dos goles de Messi , pero hasta ahí llegó la normalidad. Nada hay más triste en el fútbol que un campo vacío, pero en este caso la sensación de tristeza fue mayor porque se trataba de un estadio monumentalmente vacío. Una hora antes de comenzar el partido, el Barcelona decidió jugar a puerta cerrada, en solidaridad con las fuerzas políticas independentistas que habían convocado el referéndum de autodeterminación y en protesta por la férrea intervención policial –el gobierno autonómico catalán, propulsor de la consulta, cifraba en 500 los heridos por la actuación de los agentes de seguridad– en un domingo que pasará a la historia.
El referéndum, declarado ilegal por el gobierno español, se realizó en condiciones de precariedad, pero con una importante participación de la población catalana. Según los datos del gobierno autonómico catalán, votaron 2,2 millones de ciudadanos, de los cuales dos millones se declararon partidarios de la independencia. Aunque no tendrá un carácter legal vinculante, sus consecuencias amenazan con abrir todavía más la brecha entre Cataluña, la región más próspera de España, y el resto de la nación, fractura que se ha agrandado vertiginosamente en los últimos años.
El fútbol, que nunca ha sido ajeno a las tensiones políticas desde la muerte de Franco, reprodujo ayer la división política. El Barça, “más que un club”, según su propia definición, pretendió aplazar la celebración del partido. Una hora antes del comienzo, emitió un comunicado en el que condenaba, sin nombrar a la policía, las actuaciones que pretendían impedir en Cataluña “el derecho democrático y la libre expresión de sus ciudadanos”.
Desde el Barcelona se atribuía unas condiciones excepcionales a la jornada, tanto por la trascendencia política de la consulta política como por la respuesta policial. La primera intención del club catalán fue suspender el partido y solicitar el aplazamiento. La respuesta de la Liga de Fútbol Profesional (LFP), el organismo que agrupa a los equipos de la Primera y Segunda División, fue contundente. Se negó al aplazamiento por considerar que no había razón alguna para suspender el partido. Lo que el Barça interpretaba como una fecha extraordinaria, para la LFP no suponía nada especial. De alguna manera se recreaba en el fútbol la distancia entre el gobierno catalán, partidario del derecho universal a la autodeterminación, y el gobierno central, que ha utilizado la Constitución del Estado español como elemento de referencia legal y administrativo.
Menos de una hora antes de iniciarse el Barça-Las Palmas, los jugadores esperaban en el vestuario sin saber si habría partido. Fuera del estadio, los hinchas comenzaron a poblar la zona de vallado en el perímetro del Camp Nou. Las puertas permanecían cerradas. En el seno de la directiva se ventilaban graves discrepancias. Un sector de los dirigentes consideraba que el Barça debía mantener su protesta hasta el final. Otra parte de la directiva, con el presidente a la cabeza, cavilaba sobre las consecuencias deportivas –retirada de tres puntos por no presentarse y de otros tres como sanción administrativa– que supondría la negativa a disputar el encuentro.
La decisión fue de carácter pragmático, pero insuficiente para los defensores de la línea más política. Se jugaría el partido, pero a puerta cerrada, con el estadio absolutamente vacío. Para el presidente Bartomeu la medida tenía un considerable valor simbólico. No es cualquier cosa la visión desnuda de uno de los estadios más conocidos del mundo. La mayoría de los jugadores se adhirieron a la misma línea pragmática. De ninguna manera estaban dispuestos a perder en los despachos los puntos que habían ganado en la competición. Sin embargo, no faltó un duro debate entre los futbolistas. Ninguno pareció más afectado que Gerard Piqué , uno de los grandes referentes del equipo. Piqué nunca se ha declarado independentista, pero ha defendido desde hace años el derecho de autodeterminación de Cataluña. Su posición le ha generado notables problemas en los partidos de la selección española. Cada vez que toca la pelota los abucheos son generalizados, aunque siempre ha encontrado el apoyo del resto de los internacionales.
Después del partido, que tuvo un aire de ultratumba, Piqué no pudo contener la emoción. Al borde de las lágrimas, se declaró orgulloso de ser catalán y del comportamiento de los ciudadanos. No olvidó, sin embargo, atacar al gobierno central y muy especialmente al presidente Mariano Rajoy, de quien habló con un desdén superlativo. La decisión de jugar también alteró las relaciones en la junta directiva del Barcelona. Tres directivos, incluido el vice Carles Vilarrubí, presentaron su dimisión.
Nunca ha sido más silenciosa la victoria del Barça. Ni las genialidades de Messi en sus dos goles merecieron mayor trascendencia, a pesar de mantener al equipo en la cabecera de la clasificación con un balance impecable: siete victorias, sin empates, ni derrotas. El foco estaba en otro lado, en la calle y en los colegios electores. Tres horas después, el Real Madrid y el Espanyol se enfrentaron en un abarrotado Santiago Bernabéu. En el minuto 12, las gradas se poblaron de banderas españolas, un mensaje nítido de rechazo al episodio político catalán. Por clamoroso y unitario que pareciera, la respuesta en el estadio madridista magnificaba la fractura: cuando las divergencias se dirimen con una lucha de banderas, apenas hay posibilidad para la concordia.
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