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El desafío de Diego Martínez en el corto plazo: que Boca deje de ser un equipo de mitad de tabla
El juego y los resultados del equipo no convencen a Juan Román Riquelme; el presidente analizará en detalle los próximos partidos
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Los gustos de Juan Román Riquelme no van de la mano con lo que ofrece el equipo de Diego Martínez. Si bien el presidente xeneize entendía que para hacer una “buena competencia internacional” había que llegar a la final de la Copa Sudamericana, las diferencias son más profundas que las que puede generar la eliminación en octavos. Más allá de las buenas intenciones del DT, y que bajo su ciclo se haya visto –con continuidad– los mejores pasajes de juego colectivo de la gestión política del ex10, las cuentas en el mundo Boca siguen sin dar y tiene tantos mini-partidos dentro de cada partido que se desenfoca, paga muy caro sus errores y no le termina de sacar beneficio a sus virtudes. Durante los 39 partidos del ciclo son “pasajes” breves, fotos que no completan el álbum de un partido completo.
Boca quedó eliminado de la Copa Sudamericana en octavos de final. ¿Tuvo atenuantes para licuar su bronca? Sí, la expulsión de Advíncula, cómo afrontó la adversidad y así como estuvo cerca del 1-3, casi anota el 2-2... Pero eso no borra los errores cometidos en los primeros 20 minutos en Brasil, donde además de quedarse con diez a los 9 segundos, ya perdía 0-2 con dos fallas puntuales y evitables: la decisión de Figal de salir gambeteando hacia adentro y en una zona inconveniente previo al tanto de Matheus Enrique y el rechazo de cabeza de Rojo hacia el medio del área antes del remate de Walace. Y estuvo cerca del 0-3 con dos cabezazos de Dinenno y una tijera de Lautaro Díaz que desviaron entre Chiquito Romero y el palo.
El tema es que esta radiografía de Boca puede aplicarse a casi todos los partidos, incluso los de local: aunque gane más encuentros en la Bombonera, su juego no mejora de manera sostenida. Quizás aumenta el contagio entre el público y los futbolistas, pero el nivel no es más elevado en su casa. Y esta irregularidad y falta de base sólida desde los nombres que conforman los titulares y los errores no forzados hicieron que el equipo de Diego Martínez arranque perdiendo en 17 de los 39 partidos del ciclo, más allá de luego haber ganado 6 y empatado 4 de ellos. Claro que en el recorrido hubo méritos de los rivales, pero la mayoría de las veces es el propio Boca el que entrega ventajas que los adversarios aprovechan.
El DT no puede terminar de definir un equipo titular ni la columna vertebral. Chiquito Romero, Marcos Rojo, Luis Advíncula, Pol Fernández, Miguel Merentiel y Edinson Cavani conformarían esta base, pero salvo Romero y Merentiel, al resto le cuesta encontrar continuidad. El que no está lesionado, llega “con lo justo” a las exigencias físicas de cada cotejo o se hacen expulsar. Y Pol Fernández, uno de los capitanes que hace rato pretende irse del club, quedó suspendido del primer choque con Independiente del Valle por ver la tarjeta amarilla en un partido que Boca superaba a Nacional de Potosí 4-0. En el actual equipo, Medina y Zenón no regresaron del todo bien de los Juegos Olímpicos y, de los refuerzos, salvo el “realismo” ofensivo de Milton Giménez, el resto todavía está en proceso de adaptación. Toda esta sumatoria de detalles hace que Boca, hasta ahora, trastabille más de la cuenta.
También hay decisiones en los escritorios que podrían haber colaborado para el trabajo de Diego Martínez. Ahí sí el técnico debió hacer equilibrio cuando no le anotaron a tiempo los refuerzos para la impensada llave ante Independiente del Valle (seis jugadores fueron a cabecear en el descuento ante Fortaleza, con Boca ganando 1-0 y de esa contra llegó el 1-1 que llevó al equipo a jugar los 16° de final) y no haber podido contar con Aaron Anselmino para la serie con Cruzeiro. Fue raro que Boca no haya podido negociar o gestionar contar con el mejor defensor de su plantel, recientemente transferido a Chelsea.
Los errores de Boca ante Cruzeiro
En el proceso, también hubo lesiones repetidas (Langoni, Anselmino, Figal, Lema, Rojo) y en exceso, la mayoría musculares, que evidencian que en las prácticas algo pasa: o hay una mala preparación física o los trabajos tácticos solicitados en los entrenamientos generan desajustes entre la intensidad de las cargas (muchas o pocas). Las prácticas no se televisan, pero el problema está en función de las respuestas físicas que ofrecen los jugadores en cada partido, a los que les cuesta ganar los duelos individuales o sostener un ritmo estable de desempeño.
El mal de las expulsiones, un punto que se repite en instancias finales, está poco vinculado a la mala suerte. Hay una estadística elocuente sólo contando el partido ante Cruzeiro: Boca en Brasil cometió 8 infracciones y 5 de ellas terminaron en amonestación por agarrones alevosos y foules expuestos por llegar tarde o marcar mal.
Ante Cruzeiro, Advíncula se equivoca en querer ir a todo o nada con un rival de espalda y en una entrada en la que tenía poco para ganar y mucho para perder. Un mal control de un saque desde el medio de inicio del partido a favor de Boca no debería terminar en una expulsión propia. El penal y la roja de Lema ante Estudiantes por la Copa de la Liga no es mala fortuna, nace de una mala decisión de querer ir con el pie a defender una pelota alta que pedía cabeza en una zona sensible del área. Figal le pegó un patadón a Enzo Díaz (River) en Córdoba que pudo ser expulsión y no lo fue, pero la infracción fue contra la raya y el rival encerrado...
¿Más acciones evitables? Antes de eso, ya con Almirón y post Almirón, la roja de Fabra ante Fluminense en la final de la Libertadores 2023, la plancha de Saracchi ante Estudiantes, la barrida de Marcos Rojo en la semifinal ante Palmeiras estando amonestado… Decisiones evitables que le generaron a Boca un dolor de cabeza. El gol errado por Zenón ante Cruzeiro (pudo ser el 1-1) es una falla en el gesto técnico, el resbalón de Lema en el 0-1 pudo ser mala suerte. No son esas fallas las que le preocupan a Boca. Ellas sí entran en los imponderables que ofrece el juego.
Martínez hace equilibrio entre jugadores que rinden por debajo de las expectativas generadas como Equi Fernández –se fue al aplicar la cláusula de venta–, Medina (ambos surgidos de la cantera xeneize recibieron muchos elogios pero poco realismo e incidencia real desde el juego); más abajo todavía Pol Fernández, Lema, Figal, Rojo, Zeballos y refuerzos que no logran ser titulares enseguida (Belmonte, Medel, Brian Aguirre) en un momento en el que a Boca le costaba completar el banco de suplentes. Y muchas veces, para defender en las conferencias de prensa a sus jugadores, sobre-elogiaba el trabajo de adversarios que venían mal o ya no eran lo que supieron ser: Defensa y Justicia, Central Córdoba, Trinidense en ambos cruces, Banfield, Barracas Central e Independiente Rivadavia.
Riquelme está disconforme con el juego del equipo y algunas decisiones del DT. Y el técnico, que parece condicionado por encontrarles un buen lugar a algunos refuerzos, también vio en jaque su autoridad en los últimos tiempos por las diferencias generadas con Darío Benedetto (ya rescindió el contrato) y Marcelo Saracchi (debió intervenir el Consejo para calmar las aguas). También se quejan en exceso jugadores cuando son reemplazados. Todo entrenador valora cuando un futbolista sale enojado porque eso quiere decir que no le da lo mismo ser parte o no, pero cuando eso se repite seguido no es una buena señal.
Hay situaciones que maquillan el andar de Boca (los rendimientos que lograron tener los laterales Lautaro Blanco y Advíncula, la llegada de Kevin Zenón, la reacción ante la adversidad –haber dado vuelta partidos– y la estadística en los clásicos, los goles de Cavani, Merentiel y Milton Giménez, las buenas intenciones de juego asociado y ofensivas) pero en el fondo el balance es negativo. El equipo rinde desde lo colectivo para transitar por la mitad de la tabla, los problemas les ganan a las soluciones y lejos de ser un conjunto que fluya, las decisiones del entrenador apuntan más a corregir situaciones que a potenciarlas.
Por ahora Riquelme mastica bronca y suma frustraciones nuevas. Es que, con Miguel Ángel Russo, Sebastián Battaglia y Hubo Ibarra, tuvo malhumores futbolísticos pero siempre terminaba levantando un trofeo. Desde Jorge Almirón para acá, la ecuación se trastocó. Diego Martínez entró en la cuenta regresiva según los plazos que maneja el presidente. Tiene por delante el desafío de levantar a Boca en la Liga Profesional y de seguir adelante en la Copa Argentina. “Todavía están a tiempo. Tienen un gran plantel, somos Boca y estamos obligados a competir”, les dijo Riquelme a los jugadores y el cuerpo técnico hace dos meses y medio, tras la derrota con Platense. Buscó una reacción interna. Los esfuerzos estuvieron, pero las respuestas que pretende el presidente del DT y del plantel (por ahora) siguen sin aparecer.
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