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El D'Alessandro brasileño que pretenden disfrutar en Núñez
El ídolo que recuperó River jugó siete años en el Inter de Porto Alegre, donde dejó grabada una imagen asociada de calidad y sensibilidad; podría debutar el domingo
El Inter de Porto Alegre había perdido cinco de sus últimos nueve partidos, hacía dos que se había cruzado con el Gremio, que lo goleó 4-1, y ahora empataba, de local, contra un equipo de mitad de tabla, el Goiás. No sólo empataba, sino que lo hacía con el resultado más incoloro y desmoralizador, un 0-0 más grande que el estadio Beira Río. Faltaban 12 minutos para el final del partido, cinco fechas para el final del Brasileirao 2014 y el equipo de Andrés D'Alessandro se quedaba afuera, por tercera vez consecutiva, de los puestos que clasificaban a la Libertadores: los siete títulos internacionales en cinco años empezaban a ajarse. Todo eso, hasta que llegó un córner con la zurda del 10, un centro al punto del penal que un defensor rival desvió y uno propio hizo chilena: el tipo que más afuera estaba del guión, un marcador central que había entrado en el segundo tiempo y se llamaba Paulo, firmaba lo que sería el 1-0 final. Pero ni eso alcanzaba, en el Inter, para ser la última imagen de la transmisión. Las cámaras se fueron en cambio con D'Alessandro, que, arrodillado, lloraba como también lloraría después, cuando lo entrevistó para todo un país el Tití Fernández brasileño. Que el equipo no estaba jugando bien pero le sobraba garra, que tenían muchos lesionados pero no iban a parar de luchar, dijo, y se quebró. "Uno de los grandes méritos de D'Alessandro a lo largo de esta década fue extinguir la separación entre el campo y las gradas -escribió el periodista Douglas Ceconello en una nota que tituló De repente, otra dimensión, en su blog de Globo Esporte-. Porque nosotros no nos sentamos en las gradas del Beira Río porque nos guste ver la obra: nos sentamos allí porque no podemos entrar al campo".
Andrés D'Alessandro ha sido en las últimas tres temporadas en Porto Alegre el jugador que Marcelo Gallardo necesita: un conector que jugaba cerca del 5 y los laterales para que el equipo ganara en prolijidad y circulación, una especie de Juan Sebastián Verón adelantado que después apretaba el triángulo para que se desataran las tormentas de los gambeteadores, el nueve, el wing. Sin la explosión de sus primeros años en Brasil -y con arrugas en la frente, cejas canosas, una chiva de pandillero o cantante de rap- el 10 hace gala, ahora, de una lentitud a la Riquelme. Lo que River tenía con Ariel Rojas, lo que buscó conseguir con Lucho González, quizá lo logre el próximo domingo contra Belgrano, en Córdoba. Entonces, si Gallardo lo dispone, Andrés D'Alessandro habrá disputado su partido número 90 en River. El primero desde que volvió.
De los 38 partidos del último Brasileirao había jugado 15. Los motivos: lesiones musculares y la rotación copera. Por primera vez no metió goles en la competencia, la única que no ganó en sus ocho años en el Inter. Fue suplente en tres de sus últimos siete partidos. El técnico Argel lo ponía en el medio (y a veces en la derecha) en una línea de tres creativos. Como River, hizo una buena Libertadores y en el segundo semestre se cayó. En su último partido, con el que conquistó la Recopa Gaúcha, le metió una asistencia de cachetada al nueve, Titinho, quien definió como Tevez contra San Lorenzo, y después tomó un rebote en la puerta del área: enganche, derechazo, travesaño.
En 2014, la agencia EFE lo había galardonado con el premio Mejor Estratega de Brasil, e igual que cuando se reinauguró el Beira Rio, antes del último Mundial, con un 2-1 a Peñarol con dos goles suyos, D'Alessandro lloró; igual que en la historia del comienzo, el emblema volvió a llorar. "Era el hincha que jugaba", lo resume Luiz Castro, periodista de la revista Veja, antes de subrayar lo que a cualquier hincha le hubiera encantando hacer: de los 25 clásicos que jugó contra Gremio el enganche ganó 13, cuatro de ellos para ser campeón del torneo gaúcho, y metió ocho goles. Dicho de otra manera: el máximo goleador del clásico en el Siglo XXI es él.
"El hincha de River se va a encontrar con la misma personalidad, el mismo carácter, pero lo que pase dentro de la cancha va a depender del grupo. El técnico dejó bien claro que necesitamos esto y no individualidades", había dicho en la conferencia en la que se presentó en River, después de que se le escapara un "bom dia" cuando saludó. Lo de la misma personalidad, el mismo carácter, podría incluir un inciso.
Antes de la semifinal de la última Libertadores, que el Inter perdió contra Tigres, la prensa de Porto Alegre le pegaba al equipo por su nivel en el Brasileirao. Durante una concentración, entonces, al capitán se le ocurrió decir una cosa e idear otra: les planteó a los hinchas que en lugar de escuchar a los medios era mucho más divertido jugar a la Play, así que juntó a unos diez compañeros, todos frente a un televisor, e hizo sacar una foto en la que cada uno sonreía con un joystick en la mano.
Ése sería el D'Alessandro ingenioso, el adulto; después estaba el D'Alessandro original: al que amonestaron en su último partido, en la final de la Recopa Gaúcha, por pegarle una patada sin pelota a las canilleras de un jugador de San José. Postdata: como corresponde, el Inter ganó 3-2 en los penales después de un 0-0 y salió campeón. A D'Alessandro lo habían reemplazado a diez minutos del final. Como correspondía, el 10 que dominará los tiempos del nuevo River, el 10 con chiva de pandillero o cantante de rap, miró a la popular, levantó los brazos y lloró.
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