"Camaradas, debemos saberlo todo". La Stasi era el Ministerio para la Seguridad del Estado de la Alemania Democrática. Creada en 1950 en la efervescencia de la Guerra Fría, fue un servicio de inteligencia implacable. Ojos invisibles, aterradores. No debía haber secretos detrás de la cortina de hierro, mientras la vida y el fútbol seguían con sus días y noches. Lo supieron todo, pero jamás descifraron el significado de una pasión.
"No queremos a los cerdos de la Stasi", cantaban en las tribunas, atrevidos, durante los años del miedo, los hinchas de Unión Berlín, un equipo de obreros metalúrgicos, enemigos del régimen y también del capitalismo. Amantes de la libertad, arropados en el sentimiento de sus hinchas, que siempre entonan letras que combinan imaginación y poder.
Contracultural, rebelde, el club del hierro fue creado el 20 de enero de 1966, sobre las cenizas del Olympia Oberschöneweide, fundado en 1906. Fueron años de transformaciones robustas, soberbias y esquemáticas del antiguo comunismo. Un equipo de perdedores, de trabajadores del metal, sin futuro. "Todos los partidarios del Unión no son enemigos del Estado; sin embargo, todos los enemigos del Estado son partidarios del Unión", era su bandera, con una consigna inequívoca: el club no permitía asociarse a miembros del Partido Socialista Unificado de Alemania. Nina Hagen, una carismática cantante de la Alemania del Este, cantaba el himno, que representaba los valores del abrazo, la solidaridad y el espíritu colectivo.
El 19 de agosto pasado, Unión Berlín jugó por primera vez un partido en la Bundesliga, el campeonato de primera división de Alemania sólo para 18 privilegiados, los más poderosos, después de 113 años de su nacimiento, y 53 de su refundación. El estadio An der Alten Försterei estuvo repleto como nunca, con 22.180 lugares ocupados –18.000 suelen estar parados, vestidos de rojo sangre– y 455 entradas compradas de más, como homenaje para los hinchas que ya no están y que soñaron toda su vida con ese momento. Las fotos de los simpatizantes fallecidos, suerte de pancartas fantasmales, conmovieron al mundo.
El operativo duró varias semanas. "Son muchos los seguidores que en el pasado apoyaron y acompañaron al club y que hoy no tienen ocasión de vivir este día histórico", escribió la entidad en su sitio web. "Los añoramos a todos, así que en el seno de la familia del club surgió la idea de rendirles este homenaje tan especial", se rubricó, en el medio digital oficial. Así, los socios y los dirigentes trabajaron en la misma sintonía para imprimir posters de 70x70 –todos iguales–, desplegados en las tribunas. Pero hubo algo más.
Durante los primeros 15 minutos, los hinchas se mantuvieron en silencio, porque su adversario fue el Leipzig, que más allá de haber nacido del mismo lado del mostrador oriental, hoy representa la multimillonaria cara de Red Bull. Un golpe de efecto al sistema, un "grito" contra los excesos del fútbol. Cuando empezaron a cantar, como si se tratase de una broma del destino, se presentaron los goles: Unión Berlín debutó con un duro 0-4 en casa. Fue lo de menos.
Su hogar queda en Köpenick, un pueblo que hoy pertenece a Berlín y que tiene un clásico castillo, rodeado de lagos como escenografía ideal. El estadio, ubicado exactamente en medio de un bosque –un símbolo de libertad a orillas del río Spree–, estuvo al borde de la quiebra. Los hinchas lo salvaron, con donaciones de 500 euros y pancartas risueñas contra Blatter y Berlusconi, con una sentencia: "Estamos vendiendo nuestra alma, pero no a cualquiera". Recaudaron 1.500.000 euros. Y lo rescataron.
[R][R] #FCUnion lolololololo [R][R]¡El tercer tiempo!pic.twitter.com/nrWO8LelQa&— Union Berlin ES (@fcunion_es) 1 de septiembre de 2019
La unificación de Alemania, detrás del enorme grito de libertad, tuvo historias dolorosas, trágicas y conmovedoras. En el fútbol, los equipos que provenían del Este no tenían recursos para subsistir. Unión Berlín fue uno de ellos: lo salvó su gente.
En 2008, unos 2000 socios invirtieron meses de trabajo para remodelarlo. La cancha es un templo. "La atmósfera que se respira allí es mágica", admitió Werner Gegenbauer, el presidente de Hertha Berlín, algo así como si el presidente de River dijera que la Bombonera es única. Imposible de creer en nuestro medio.
Los hinchas, los verdaderos dueños del club, crearon iniciativas curiosas, como "Sangrar por Unión", en la que un grupo donó sangre para recaudar fondos destinados para participar en la Liga Regional, durante la temporada 2004/05, cuando se caía del mapa. Y, de tanto en tanto, se organizan peñas, se venden camisetas históricas y hasta se organizan pequeños conciertos de rock. Todo a pulmón y por amor al club, que suele tener las puertas abiertas para todos. No hace falta mostrar el carnet.
Los simpatizantes no festejan la Navidad en sus casas: se reúnen en la cancha. En 2003, la fiesta comenzó con 89 personas; diez años más tarde, asistieron 27.500, entre jugadores, turistas y seguidores de otros equipos de Europa. Se convirtió en un clásico del invierno de Berlín a cielo abierto, con temperaturas que apenas superan los 0 grados. Se suelen beber litros de cerveza pero, sobre todo, se celebra con el glühwein (vino caliente), rodeados de velas, luces, villancicos y cantos de fútbol.
Su principal rival siempre fue el Dynamo de Berlín, fundado en 1953 y controlado por el servicio secreto comunista. Fue el dominador de la Oberliga –el torneo del Este– al ganar 10 campeonatos, entre 1977 y 1988. Según cuentan registros de esos años, el Dynamo compraba las estrellas de otros equipos sin demasiada resistencia, a precios módicos, y los árbitros solían permitirles ciertas licencias. En cada clásico, durante la casi segura derrota, los fanáticos de Unión se atrevían a cantar contra el régimen. La vida por los colores.
El destino es una ruleta: mientras Unión Berlín se entromete hoy entre los grandes, el Dynamo está sumergido en el lodo de la cuarta división. Y sólo lo socorren unos 1600 hinchas.
Siempre en la vereda de enfrente del Ejército, la Policía y el Estado, la regla del sufrimiento y el romanticismo tuvo dos excepciones pasajeras: fue uno de los ganadores de la antigua Copa Intertoto en 1986 y alcanzó la final de la Copa de Alemania en 2001, al perder 2-0 contra Schalke 04. Sin embargo, el triunfo para "los acereros" pasa por otro casillero. Es el club que se mantiene como el "antisistema", aún hoy, años después de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Tiene las puertas abiertas no sólo a los trabajadores más rudimentarios del metal: también, a grupos de hippies y punks que se identifican con su mística, más allá de la pelota. Queribles perdedores.
A partir de 2012, la entidad entendió que para crecer –sin excesos, manteniendo su clase subterránea– debía cambiar la política de no comprar jugadores, en el pasado sólo respaldados por préstamos fugaces y valores caseros. El pase más caro de la historia es el de Sebastian Polter: 1,6 millones de euros costó repatriarlo desde el Queen Park Rangers. De 28 años, el clásico número 9 alemán, de 1,92m, es el rostro visible de que la esperanza es lo último que se pierde: convirtió 26 goles en 53 partidos en dos temporadas y media.
Días atrás, la "Unión de Hierro" superó por 3 a 1 a Borussia Dortmund –el gigante que este martes empató sin goles con Barcelona por la Champions League–, en un hecho social impensado, imposible, años atrás. En esta temporada, invirtió 7,4 millones de euros en el fútbol profesional. La diferencia es sustancial con todos. Y más aún, con Bayern Munich, que gastó 143,5 millones…
El Hertha Berlín es su nuevo clásico, aunque no demasiado. La Bundesliga es un caso extraño: a diferencia de otros campeonatos europeos, Berlín tiene entidades pequeñas, sin letras de molde. Y lo más llamativo: es la única capital de Europa –de las futboleras, de las principales– que no tiene un título local.
Cuando se creó la Bundesliga –el 28 de julio de 1962, en Dortmund, se fundó la liga de fútbol profesional "unificada"– las autoridades occidentales tomaron nota de que era imprescindible que haya un representante de la "antigua" capital alemana. Así, Hertha casi siempre estuvo con un pie en Primera. En esos tiempos, Unión era su camarada, ya que solían estar unidos por un enemigo en común: el Dynamo y su servicio secreto. Hermanados, se encontraban en algunos viajes clandestinos, detrás del muro y… la pelota.
Con los años, la rivalidad deportiva creció y la manera de ver el negocio del fútbol los separó definitivamente. Será la tercera vez que se van a encontrar en el campo de juego. La fecha será todo un símbolo: va a coincidir con un nuevo aniversario de la caída del muro, el próximo 9 de noviembre.
"La KGB es brutal, pero la Stasi es simplemente perfecta", se decía, durante el régimen, que le dio un enorme impulso al deporte, con trampas solo descubiertas años después. Nunca pudieron descifrar el condimento de la sangre de Unión Berlín, un grito de libertad que les ganó al tiempo y las tinieblas.
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