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El club de los 40: cómo seguir siendo protagonista a la edad del retiro
Manejó un taxi, fue elegido concejal y ataja en Patronato. Sebastián Bértoli es, además, el futbolista más viejo de la Superliga. Suerte de arquero del pasado y del futuro: nació el 16 de octubre de 1977, un siglo atrás. Una fecha en la que los padres de Thiago Almada (17), Pedro De la Vega (17), Gastón Verón (17) y Matías Pellegrini (18) eran niños o ni siquiera habían nacido. Las promesas de Vélez, Lanús, Argentinos y Estudiantes representan el porvenir: son el futuro del fútbol argentino. En cambio, Bértoli se ocupa de las desventuras sociales de Paraná y del equipo que anda entre tropezones: está penúltimo, con 4 puntos y es uno de los cuatro comprometidos con el descenso. A los 41 años, el arquero tiene contrato hasta junio de la temporada que viene. Es el capitán, suele atajar penales y hasta los patea. En el pago chico se conocen todos: cuando los reproches caen sobre el césped del colonial Presbítero Bartolomé Grella, Bértoli se planta. Es el patrón de Patronato.
"Sigo disfrutando del fútbol, no sé hasta cuándo voy a jugar. Lo más importante es Patronato", asume, en la resistencia en una categoría que ya dejó de verlo de costado. Jugó al básquetbol en Estudiantes de Paraná, pasó por las inferiores de Newell’s y hasta tuvo una etapa fugaz por Racing. Personaje del ascenso más profundo, hizo su presentación en la temporada 1996/1997 en Universitario de Paraná. Se embarró las piernas en el Argentino B, en el Argentino A y en la primera B Nacional.
Bértoli es un símbolo del club de los 40, los futbolistas de la Superliga que resisten el paso del tiempo. Son 21 jugadores los que tienen, al menos, 37 años, y siguen transpirando la camiseta. Protagonistas que le ganan la batalla al tiempo. Bértoli es el más grande, pero lo siguen de cerca unos cuantos. Cristian Lucchetti (40, Atlético Tucumán), Mauricio Caranta (40, Talleres), Nereo Fernández (39, Unión), Fabián Cubero (39, Vélez), Juan Mercier (Atlético Tucumán, 38), Adrián Bastía (39, Colón), Rodrigo Braña (39, Estudiantes) y Pablo Guiñazú (40, Talleres). Podrían formarse, al menos, dos equipos competitivos, con especialistas en cada una de las líneas. Figuras que sostienen estructuras.
Hay más arqueros. Es lógico: es un puesto que no precisa el valor de la velocidad, las exigencias del cuerpo a cuerpo. Hay más números 5. Es lógico: es un puesto que exige más velocidad mental, las exigencias del anticipo de la experiencia. Hay, en realidad, en todos los puestos: zagueros, laterales, goleadores, titulares y suplentes. "Estoy hecho un pibe", reflexiona Guiñazú. "No tengo 39 años, tengo un motor 3.9", había contado, algunos meses atrás. El volante de Talleres se sostiene en tres puntos esenciales.
1) "El cariño de la gente y lo que corren los chicos es lo que me mantiene vivo en la cancha".
2) "El cuidado personal influye, pero no me gusta ponerme el cassette… Me gusta tomarme un fernecito, comer un asado con la familia y con los amigos"
3) "Intento vivir plenamente. Eso me llena el alma y lo intento transmitir en la cancha"
Suele bromear el Cholo –que nació apenas dos meses después de la final de Argentina ’78–, cuando Talleres juega a la tarde, bajo el sol de más de 35 grados. "Me quieren retirar a toda costa, pero empujamos y hacemos fuerza", se planta. Con su juego, con su presencia, -piensa, corre y hasta se arroja sobre el césped- Guiñazú refleja la tendencia de los caciques de hoy. Son docentes fuera de escena, técnicos en la cancha y cuidan el físico con la certeza de que es su principal elemento de trabajo. Nereo Fernández así lo ve. "Ojalá que juegue varios años más. Me siento capacitado y bien. Por supuesto que la cabeza tiene que estar perfecta para que el cuerpo también responda. En su momento, escuchaba mucho a ex compañeros y tomé cosas de ellos. Hoy, trato de ayudar a los más chicos. Esta es la función que me toca: aconsejar, acompañar y ayudar a los pibes", analiza.
Adrián Bastía va a cumplir 40 cinco días antes de Navidad. Símbolo reciente de Colón, colgará los botines en un puñado de meses. Cuando traba un balón, cuando roba una pelota, siente la misma adrenalina que en 1997, cuando debutó en Racing, pelo al viento. No habían nacido ni Almada ni De la Vega, ese tipo de volantes atorrantes y habilidosos, que el Polaco se desvivía por encerrarlos. "Sé que el retiro está cerca, por eso trato de vivir el día a día de la mejor manera. Soy feliz en donde estoy. Disfruto de entrenar, no lo sufro y eso es lo que me empuja para seguir", suscribe. Y va más allá: "Te agarra un cosquilleo cuando pienso en dejar. Esto es lo que sé hacer; desde los cinco años que corro detrás de una pelota y desde los 18 que soy profesional. El cosquilleo existe, no lo niego, pero me siento pleno físicamente. Soy feliz en donde estoy. Disfruto de entrenar", describe.
Es el secreto del placer por jugar, más allá de los 40.
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